LA PALABRA DE LA MUERTE

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Cuando desperté aquel lunes, tenía un gran malestar en los ojos. Me ardían de una manera que no supe explicar. Los mojé con agua, tomé una pastilla para intentar calmarlos y traté de seguir con mi rutina.

Como cada mañana, amanecía con el ruido ensordecedor típico de una ventana que daba a la calle. Desde la prodigiosa vista de un tercer piso, escuchaba el escándalo de los vehículos y de la gente que caminaba apurada —seguramente atropellando a cualquier persona a su paso—, hablando más y más fuerte. Apenas me asomaba, el sol daba de lleno, y me cegaba el reflejo del vidrio por un resquicio de la cortina beige que nunca recordaba cambiar y que se estaba tornando oscura por la suciedad acumulada de meses.

Aquel no fue un día cualquiera; mi vida cambió para siempre.

Tal vez una maldición, algo sobrenatural o un don, pero en el momento en que lo descubrí quedé sorprendido y muy asustado. 

Luego de que mis ojos estuvieran mejor y de desayunar con el humor de un lunes, bajé para ir a mi trabajo. Al primero que crucé fue al portero; no me caía nada bien, nunca estaba en su horario ni cumplía con sus obligaciones. Lo encontré en el ascensor y, al mirarlo, tardé unos segundos en reaccionar. No podía creer lo que veía. Arriba de su cabeza, por inimaginable que parezca, ¡había una palabra!

¿Cómo podía ser posible?

Estuve varios segundos asombrado, viéndolo, hasta que él me preguntó:

—¿Te pasa algo? —un poco incómodo.

El espejo del ascensor no mostraba lo mismo sobre mí.

—Nada. —Agaché la cabeza y miré al suelo.

Luego, no hubo más contacto. La palabra sobre su cabeza era "rueda". No imaginé de qué se trataba hasta días después.

La mañana continuó rara; todos los que vi tenían una palabra diferente sobre sus cabezas. Traté de disimularlo y hasta pregunté de manera discreta si alguien más veía lo mismo que yo, pero las respuestas siempre fueron negativas. Algunos me trataron de loco. A pesar de todo, traté de seguir lo más "normal" posible, tratando de olvidarme y de pensar que aquellas palabras desaparecerían. 

Al tiempo develé que esa palabra tenía relación con la muerte de la persona. Algo tan increíble como cierto, lo deduje al enterarme de que el portero había fallecido en un accidente vial, causado por un desperfecto en una rueda de su vehículo. Cuando recibí la noticia, lo que había leído en él resonó en mí y pensé —tal vez con la esperanza de que no fuera cierto— que solo había sido una coincidencia. Pero lo confirmé días más tarde, cuando otra persona murió también y la causa de su muerte era la palabra que yo había leído sobre su cabeza.

 Quedé atónito al descubrirlo; intenté por todos los medios a mi alcance deshacerme de ese don, pero fue inútil. Procuré hablarlo con algunas personas que me volvieron a llamar "loco" y, con el paso del tiempo, casi que me acostumbré. Intenté también no mirar esa palabra en mis seres queridos y por más que lograra persuadirlos de su destino, la palabra siempre cambiaba.

Tal vez porque solo era eso, el destino, y de alguna u otra manera, a todos nos llegaría sin que podamos evitarlo.

Aunque pretendí avisarles sobre esto tan terrible, nadie me hacía caso, y creo que era algo lógico. ¿Cómo alguien podía estar diciendo cosas tan espantosas?

A lo mejor sí estaba demente y yo no lo terminaba de asumir; quizás estaba loco por ese maldito don o por mayoría de votos.

Como cada día, salía del trabajo, cansado. Mi mente no daba más; me agobiaban las tareas que a veces no me interesaba hacer y lidiaba con muchas otras cosas. Quería descansar y pensaba en cómo sería mi vida si tan solo uno o dos días todas las personas desaparecieran de la Tierra y quedara solo yo. Solo, para descansar y ya no tener que ver esas palabras sobre nadie ni tampoco escuchar sus acusaciones. Fueron meses muy agotadores; solo eso deseaba, un par de días de tranquilidad y de silencio.

Pero algo en este universo conspiró, otra vez, porque aquel viernes, al salir a la calle, noté algo diferente. Algo extraño —más extraño todavía—, y fue que las personas con las que me topaba tenían algo en común, una misma palabra, y esa palabra —para mi asombro— era mi nombre.

Estuve pensando qué podría significar. ¿Cómo estaría relacionado mi nombre con la muerte de todas las personas? Estuve angustiado y más preocupado; no quería hacerle daño a nadie. En un principio no me di cuenta, pero lo había deseado días atrás...

Y cuando desperté a la mañana siguiente, el sonido de la nada misma fue más fuerte que los ruidos habituales, aquellos que siempre me invadían por la ventana de mi departamento. Para mi sorpresa, no vi ni escuché ni encontré a nadie más.

Salí y exploré todos los sitios a mi alcance donde habitualmente siempre había personas, pero... nadie había. La ciudad por fin estaba en silencio. En el escaso tiempo que estuve allí afuera asumí que estaba solo y me di cuenta de que mi deseo se había cumplido.

Me asusté al ver que podía desear cosas que luego se cumplirían.

En la desierta ciudad, mis pensamientos rebotaban en las paredes y podía oírlos con claridad, como nunca antes había podido.

Tal vez las —ahora— ausentes personas que me trataban de loco tendrían algo de razón, porque me alegré al saber que la calma había llegado y que no escucharía sus gritos ni acusaciones al tratar de salvarles la vida. Y así, sin nada más que hacer, volví a descansar como yo quería, sin importar nada ni nadie.

Feliz y un poco loco.

En paz. 

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⏰ Última actualización: Oct 06, 2023 ⏰

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