El viaje

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La vida es caprichosa. Durante toda mi niñez me crie en un pequeño pueblo, al pie de una montaña rodeada por un frondoso bosque. En ese recóndito paraje todo era tranquilo, no nos preocupábamos por nada. Nuestro mayor pasatiempo era aprender de la naturaleza, escuchar la historia que narraban los árboles. Echando la vista a mis inicios, todo era más vivido, más divertido, más apacible. Fue así durante largos años, hasta el momento en el que hice aquel viaje.

Por aquel entonces me mostraba entusiasmado, por fin iba a salir de esa montaña, por fin podría deleitar mi vista con un abanico infinito de posibilidades. Es irónico. Recuerdo que a medida que dejaba atrás mi antigua vida, mi amiga la naturaleza se despedía de mi paulatinamente. Los frondosos bosques, en los que pase gran parte de mi vida, se reducían en número a medida que los kilómetros aumentaban. Su color pasaba del verde más saludable e intenso, al ocre propio del otoño, para después desaparecer durante una miríada de metros. Tras unas horas de viaje esos pequeños reductos verdes desaparecieron casi por completo, en su lugar una extensa e interminable llanura dominaba el paisaje. Las tonalidades verdes a las que estaba acostumbrado cambiaron, ante mis ojos veía el amarillo del trigo, el marrón de la tierra y el gris. Suerte tuve yo de parar mi viaje allí, conozco a otras personas que continuaron viajando hasta llegar a un inhóspito desierto, en el que no crecía la vida. Pasé más de la mitad de mi vida en esas llanuras, no me arrepiento, pero quizás hubiera sido mejor nunca salir de ese bosque, de esa montaña. Pasado un tiempo retomé mi viaje, algo cansado, hacia ese desierto desprovisto de compasión. El tiempo que estuve al amparo de la arena y la tierra seca no fue demasiado malo, tenía montones de recuerdos en los que sumergirme, pero mentiría si dijera que los otros dos lugares no eran mejores.

Ahora me encuentro volviendo a hacer este dichoso viaje. Antes de que se acabe mi carretera quisiera volver a ver ese pequeño pueblo rodeado de majestuosos árboles, volver a sentirme como cuando era niño, mecerme con el suave rumor de las hojas. Puede que a estas alturas ese idílico lugar ya no exista, pero no lo sabre hasta que vuelva.

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