Lágrimas

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El dolor inundó su corazón con un torbellino despiadado que sacudió de manera agresiva su alma

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El dolor inundó su corazón con un torbellino despiadado que sacudió de manera agresiva su alma.

Copia azotó la puerta de su oficina cerrándola con un estruendo ensordecedor.
Exactamente cómo decidió cerrar su corazón para no dejar entrar a nadie nunca más.
Sus pasos furiosos resonaron potentes sobre la madera mientras caminaba hasta su escritorio y se dejaba caer en su silla de trabajo con bufido amargo. Apoyó los codos en mueble frente a él y sus manos se internaron cubriendo parcialmente su rostro, antecediendo a lo inevitable. La poca estabilidad que le quedaba se quebró en mil pedazos una que vez se vio solo y no pudo hacer otra cosa más que llorar. Llorar con lágrimas agónicas que brotaban sin control seguidos de lamentos sonoros y despiadados que llegaron a los oídos de su superiora y al mismo tiempo su madre.

El papa descargaba toda su frustración y congoja siendo también oído por los hermanos del clero, quienes se miraban entre ellos preocupados al otro lado del portón principal de la oficina del mandatario. Jamás habían visto al papa tímido y amistoso de esa manera. Y no era para menos, después de todo, había perdido al amor de su vida.
En primer lugar nunca creyó llegar amar y ser amado de la misma forma, y cuando por fin logró llegar al punto cúspide de lo que siempre imaginó como un amor eterno, todo se derrumbó tan rápido, tan fugaz que ese sentimiento de vacío lo impulsó cuesta abajo, cayendo estrepitosamente en un pozo profundo donde lo atrapó la oscuridad.

Las palabras mal dichas, las miradas de rechazo y lo callado jugó en contra de sí mismo y de ella. Satanás ella su vida entera. Ambos cometieron errores, ambos se llevaron al extremo, sin embargo, él fue el único que no se rindió. El único que estuvo ahí dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias.
Pero por otro lado, ciertas veces la gente llega a un punto límite dónde prefiere velar por su propia seguridad e integridad convirtiéndose en egoísta y contra una decisión ya tomada el no podía hacer nada. Tampoco tenía el valor odiarla o reprocharle nada, su amor seguía intacto a pesar de las circunstancias.

Esa tarde fue la última antes de que ella tome sus maletas y se fuera del ministerio. Abandonó el clero y lo abandonó a él. Una última mirada llena de agobio y desolación cruzó por los ojos de aquella doncella antes de envolverlo entré sus brazos para abrazarlo fuertemente por última vez y luego subirse al auto que la llevaría al aeropuerto.

Copia solo se quedó allí parado, petrificado, sin poder decir o hacer nada y ella se fue. Se le escapó de entre los dedos como arena.
Pasaron diez minutos enteros en estado de shock donde no logró mover un solo músculo con la vista fija en el camino donde pasó el vehículo sintiendo la brisa otoñal golpeando su cara, antes de que fuera completamente consciente de lo que sucedió. La muchacha había bloqueado su contacto, se dió cuenta después de entrar en pánico e intentar llamarla. La desesperación en conjunto con el enojo y el desasosiego volvieron a Emeritus IV una bomba de sentimientos agónicos que no pudo soportar y que lo llevaron a internarse en la soledad absoluta intentando salvar lo poco que quedaba de su esencia.

-Váyanse de aquí, no hay nada que mirar -ordenó Sister Imperator corriendo a los hermanos curiosos que solo paseaban por el lugar en busca de algún nuevo dato de la situación.

La mujer se acercó a la puerta oyendo a su hijo desvanecerse entre todo ese río de agonía. Su retoño, el fruto de su vida. Imperator no era explícitamente un ejemplo de madre, pero ni siquiera la mujer de carácter frío soportaba presenciar a su protegido de esa manera. Golpeó ligeramente con la esperanza de que al menos le dejara acompañarlo en silencio.

-C... -llamo la rubia- C abre por favor.

No hubo respuesta, sólo unos segundos de silencio antes de continuos espasmos. Atinó a girar el picaporte que se encontraba sin seguro. Dudo unos segundos debatiendo la idea con la incertidumbre de no saber si era correcto invadir su privacidad, aunque eventualmente se convenció tomando valor e ingresó.

-Por favor Sister -Pidió Copia con la voz rota-. No deseo que me veas así.

-Dejame hacerte compañía -Su mirada cruzó la suya cuando tímidamente introdujo medio cuerpo desde el umbral.

Copia se veía despeinado, sus pinturas papeles eran un recuerdo volviéndose materia de arte abstracto en su rostro, siendo acompañado de varios vasos vacíos y una botella de vino tinto a medio tomar.

Sister caminó rápidamente hasta su hijo, no le importó su objeción o ceño fruncido. Solo corrió hasta él sujetando sus hombros y tomándolo entre sus brazos maternales.

-Oh... mi niño -consoló acariciando su cabellera grisácea.

Al principio el papa se resistió a ese suave toque, pero eventualmente, luego de recordar la sonrisa de su amante, de su todo. Supo que necesitaba un abrazo urgentemente.

-La perdí -dijo volviendo a soltar lágrimas mientras sus manos se sujetaron al uniforme de su superiora-. La perdí, mamá -repitió desconsolado, aumentando el volumen de sus alaridos desgarradores.

-Llora mi pequeño, llora -dijo la mujer dejando escapar algunas lágrimas por la impotencia.

Ninguno de los dos supieron cuánto tiempo pasaron aferrados el uno al otro. No obstante, ese fue el punto de partida en la decadencia. El principio del fin del reinado y autoridad del poderoso sumo pontífice.


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Vísperas de una nueva impERA [One-shots of Ghost]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora