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La saludó en la distancia viendo cómo las mejillas de Rebecca se inyectaban en sangre dándole un color rojizo que la hacía parecer encantadora. Era una lástima que su humano hubiera reservado todo su amor haciéndolo inancalzable para nadie más.

Al llegar a su lado le dio dos suaves besos en las mejillas conociendo el efecto que suponía su olor, su belleza y presencia en los demás. La oyó tragar saliva y se lamentó de no haber traído consigo la piedra telepática.

—Siento haberte hecho esperar —musitó cercano a su cara como un auténtico caballero.

—Acabo de llegar, no te preocupes. ¿Entramos?

—Por supuesto.

Edward sostuvo la puerta mucho antes de que ella pudiera siquiera tocarla. Rebecca se sintió cómoda en Forks por primera vez en años. Se marchó cuando Jacob tenía nueve años a estudiar a la gran ciudad, quería formar una familia como la que acababa de perder y olvidar cuanto le fuera posible. Le dolió dejar a su hermano tan pequeño, pero no podía tratarle como a un hijo, era superior a ella. Necesitaba otros aires y vivir su propia vida.

Conoció a un chico del cual se enamoró en cuestión de semanas, se fueron a vivir juntos y él le pidió matrimonio poco después. En la reserva tenía pocas amigas y los chicos solían fijarse más en Rachel por su personalidad abierta y divertida. Por fin alguien la miraba más a ella y no a su hermana. Durante tres años fue la chica más feliz del mundo.

Cercana a la fecha de la boda él le propuso romper el compromiso porque la veía como una amiga de gran confianza, pero nada más. No podía arriesgarse a hundir su vida en un matrimonio sin amor. Con veintiún años recién cumplidos volvía a estar sola. Al año siguiente le llegó la noticia del compromiso de Rachel con un amigo de Jacob. Quiso poner el grito en el cielo al saber que él solo tenía diecisiete años. Seguro que estaba embarazada.

Sin embargo, estaba equivocada, Palmer nació dos años más tarde. Rachel había logrado todo lo que ella deseaba: un chico que se desviviera por ella, una familia que se ampliaba y un hogar lleno de amor y felicidad. Incluso Jacob, que odiaba las grandes responsabilidades, era feliz al ser el jefe de la tribu. El año que fue nombrado líder y acudió a la reserva para ello su vida dio otro vuelco.

Salió a correr por la mañana en aquel bosque que se conocía tan bien como la palma de su mano. El día estaba nublado y se le congelaban las manos. Al girar para volver a casa un enorme lobo salto por encima de ella sin tocarla. Rebecca gritó aterrorizada. Era inmenso, de un pelaje negro brillante. El animal se sentó a unos pasos de ella agachándose sin mostrar ser una amenaza.

—Lo siento, no debías enterarte así —dijo Jacob tras ella—. Tranquila, no te hará daño, es Sam.

Aquel día supo que existían los lobos, los vampiros, los espíritus del bosque y que su hermano pequeño era el gran alfa heredero de los Black. Tardó un tiempo en regresar a la reserva.

Edward se sentó frente a ella con los cafés haciendo que su mente volviera al presente. Su sonrisa le hizo sentir bien, le hizo sentir apreciada.

—Bueno, Anthony, cuéntame tus primeras impresiones sobre Forks.

—Me encanta el clima, los paisajes, la tranquilidad y sobre todo —Dejo un escueto silencio para envolverla con una sonrisa educada y galante— sus habitantes.

—La gente suele odiar que llueva tanto. Por mi parte creo que es el encanto de Forks.

—Es precioso. —Dio un sorbo al café que le supo a ceniza húmeda—Dime, Rebecca, ¿qué hace la gente para divertirse por aquí?

—Viajar a Portland —comentó sonriendo—. En realidad los planes aquí se basan en hacer senderismo, ir a la playa, saltar desde el acantilado, a pesar de que está prohibido. Ir a cenar a algún restaurante o comprar chucherías y hablar con los amigos en la calle. Las tiendas de ropa suelen ser de segunda mano y te limitan mucho las compras.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora