Caso #1: Madre.

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Me gusta ser llamada Emi, pero soy Emilia Riveras. Soy una madre en Estados Unidos, soltera lamentablemente. Hago lo que puedo para poder pagar los costos que debo pagar por la casa, comida o necesidades básicas. Mi casa es un departamento, el peor lugar pero el más barato. No es lujoso pero no es horrible tampoco, solo no es lo que uno espera encontrar al entrar. Trabajo con extra turnos, así que a pesar de que no exista necesidad verdadera necesito pagar una niñera para mi hijo de 7 años, Timmy. Yo sé lo feo que es para Timmy que esté 24/7 afuera, pero no puedo hacer nada más. La niñera es de confianza, sé que mi confianza está en sus manos, tanto como sabe ella. Me comunica cuando mi hijo me quiere llamar, me parece tierno que lo haga, por eso le contesto.

Esa noche estaba todo a cuadro, perfectamente igual en cada lado. Caminaba por las vacías noches alrededor de las 12 am. No me daba miedo, ya estaba acostumbrada, no era como si me importase tampoco. Mis pasos y respiración era la única cosa que se podría escuchar, ni siquiera el viento sopló. Me faltaban unas cuantas cuadras, un auto pasó por la calle, a un ritmo lento pero calmado. No me importó, ya que claro, algún auto obviamente iba a pasar. Seguí mi camino, me faltaban dos cuadras solamente. A la mitad de aquella cuadra ví que la puerta de la casa de departamentos estaba abierta, eso me pareció raro ya que esa casa tenía muchísima más seguridad que en la que yo me alojaba. No le dí importancia, no era de mis asuntos, tan sólo seguí y seguí. Llegué y saludé al tipo dormido, que era el encargado de saludar. Él se despertó y rápidamente me miró enojado.

“Tenga su llave y no moleste a la gente dormida”

Él dijo enojado. Tomé mi llave igual o incluso más cansada y subí el ascensor. Me estaba tomando más tiempo del deseado, seguro era por el cansancio. Llegué al piso que quería y caminé por los pasillos, no había gente y me parecía raro, pero de nuevo no era de mi importancia. Entré y la niñera no estaba ahí, me había dejado una nota para decirme que se fue a comprar comida, que el niño estaba seguro y dormido en su habitación. Pero eso no detuvo mi obvia molestia, es decir; ¿Dejar a un niño solo, en el medio de la noche? No. Entré rápidamente en la habitación de mi hijo y, plácidamente, yacía en su cama. Yo calmada suspiré aliviada, ya no había un por qué preocuparse. Pero pensé: "¿A qué hora habrá salido la niñera?" Me preocupaba el hecho de que quizás le hubiesen hecho algo, así que le mandé un mensaje diciéndole que estaba en casa y que si quería que vaya de paso a la suya, que no hacía falta volver.

Al día siguiente lo tenía libre, por lo tanto le dije a la niñera que no debía venir. Me sentía muy feliz ya que podría pasar tiempo con mi hijo. Y así fue, lo pasamos increíble y riéndonos. La noche cayó con el frío a su lado, arropé a mi hijo en su cama, sonriendo suavemente. Le dí un cálido beso en la frente y me regresé a mi habitación, con un sentimiento de seguridad. Me tapé y miré al techo sonriendo, cerré los ojos levemente. Los volví a abrir cuando escuché un estruendo afuera del cuarto. Me levanté rápido y corrí para ver qué era. Me encontré con mi hijo temblando, en la cocina, mirando fuera de la ventana. La ventana estaba abierta y todo en la cocina estaba tirado, los condimentos, platos, todo eso al carajo. Yo sorprendida y preocupada abracé a mi hijo.

“¿Estás bien? ¿Qué sucedió?”

Pregunté preocupada tomando en brazos a mi tembloroso hijo.

“Alguien entró cuando buscaba comida, era alto y todo negro. Tengo miedo mamá”

Dijo el niño al borde de llorar, la descripción que dió me hizo poner los pelos de punta.

“¿Ese... esa criatura, escapó?”

Pregunté preocupada, él asintió. Yo suspiré cansada y lo llevé a su habitación, esta vez cerré su ventana para más seguridad. Lo acosté en la cama y lo volví a arropar.

“Vuelve a dormir pequeño, mañana será otro día”

Le dije brindándole seguridad y cerrando su puerta. Me fui a la cocina y cerré la ventana, entraba mucho viento y me daba mucha inseguridad. Acomodé y limpié todo, pude ver el reloj y eran las 12 am de nuevo, me pareció sorprendente lo poco que dormí. Cerré cada una de las ventanas paranoica de que si volvía a pasar lo mismo. Se me ocurrió llamar a la policía para alertar, y eso mismo hice luego de cerrar cada una de las ventanas. Avisé sobre algún ladrón merodeando por ahí, pero a su vez expliqué que no me hacía falta nada. Ellos me dijeron que mantenga la calma que no pasaría nada. Me calmé un poco y me senté en el sofá a pensar, me pesaban los ojos y solo me dejé dormir.

Un grito alarido se alcanzó a escuchar, provenía de Timmy. Corrí a su cuarto, tan solo para ver a una figura alta y negra, tomándolo del cuello. Corrí y me lancé a rescatar a mi hijo, Timmy gritaba asustado mientras la figura me trataba de alejar. Finalmente tomé a mi hijo en brazos, quise correr pero la criatura desgarró mis piernas. El tejido de estas hizo ver los músculos que poseían. Grité desgarrada mientras caí al suelo, llorando y largando baba en el lloriqueo. Mi hijo lloraba también, y eso me dolía aún más. La figura se acercó y tomó mi pelo, dolorosamente. Mis piernas tenían tiras de carne colgando, y sentía que mi hijo no podía parar de llorar. La figura me miró, no tenía ojos pero sentí que me miraba.

“Era tarde para cerrar las ventanas”

Me dijo en una voz que sonaba a una sirena profunda y desfigurada. Lloraba en piedad.

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Escuché las sirenas, pero no podía escuchar a mi hijo llorar. Lo tenía en brazos, mientras estaba arrodillada. La policía entró y me encontró ahí, en el piso. Ellos me apuntaron.

“Suelta al niño.”

Dijo uno pero no lo hice. Era MI hijo, y no lo iba a soltar.

“Es mi hi... hijo... y no lo voy a hacer ”

Mi voz estaba alfonica de tanto llorar, rota. Ellos me dispararon en mi hombro, sacándolo. Grité desgarrada, seguramente había despertado a todos los vecinos. Pero no solté a mi Timmy. Me volvieron a disparar pero esta vez en la cabeza. Mis brazos dejaron de tensar y caí al piso, mi hijo por alguna razón también. Lo único que sentía era unos ojos mirándome, observando mis últimos respiros.

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EN LA ESTACIÓN DE POLICIA:

Era aterrador lo acaba de escuchar, ¿Una madre había desgarrado las piernas y pelo de su hijo pequeño? Qué locura. Me dieron los papeles con la información de la víctima y el agresor. El agresor fue su madre, Emilia Riveras, una treintañera que trabajaba con turnos extras en una cafetería. Su hijo se llamaba Tom Venton, pobre del niño. Al parecer tenía una niñera que tenía una copia de las llaves del departamento. Su testimonio fue que desde siempre la madre fue rara, como que veía cosas o alucinaba con manía. Pero al volverse inofensivo, nunca pensó que pasaría lo que pasó. Puedo comprenderla, yo tampoco hubiese pensado lo mismo.

“¡Señor!”

Llamé a mi jefe.

“Sí, Fernando?”

Dijo con una cara que representaba cansancio.

“Sobre este caso, ¿Hubo algún dato más?”

Pregunté curioso.

“No, pero la madre antes de morir dijo: Creo que fue tarde para cerrar las ventanas”

...

¿Por qué será tarde, para algo tan idiota, como cerrar las ventanas?

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A Través del ojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora