[ XXIV ]

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La casa de Stevens, o mejor dicho mansión (ya que ningún ser racional le llamaría casa a esa monstruosa edificación), me recibió con una bofetada.

Había olvidado los millones de dólares que diferenciaban a mis compañeros de mí, pero no fue mi culpa, al haber conocido el hogar de Nolan y el de Vivienne primero, esa había sido la expectativa, la que imaginé para el resto de mis compañeros. Y aunque aún las casas de ellos dos podían sacar un inesperado: "wow" de labios de alguien a quien dos pisos se le antojaba enorme, debí recordar que el padre de Luke era un trabajador más, de jerarquía importante eso sí, pero no dejaba de trabajar para alguien.

En cambio, tanto el padre de Simon como el de Stevens, gozaban de un puesto privilegiado como dueño de su propia empresa, erigida, a su vez, gracias al dinero de sus padres. Por lo que el cambio en sus viviendas era abrupto. Lo que tuve enfrente esa mañana bien pudo pasar como una de las escuelas secundarias de mi ciudad, salvo que, de ser el caso, carecería de pulcritud y belleza.

—¿Esta te sorprende? —me dijo Luke; sus labios curvados en una sonrisa—. ¿Y si te digo que la casa de Elliot duplica en tamaño la de esta?

No me sorprendería, recuerdo que pensé, pero sabía que sí pasaría, porque me quedé dándole vueltas al tamaño de su hogar mientras caminábamos hacia la puerta.

—¿Tanto dinero tiene el cabrón? —mascullé. No pretendía que Nolan me oyera, aunque a él seguro le resultó la obvia respuesta a su comentario.

—Generaciones enteras forradas de dinero... Y no hacen más que aumentar su fortuna.

Detrás de nosotros, Michael y Simon se despedían del profesor Whitman, encargado de llevarnos hasta ahí. Nolan y yo levantamos la mano para decirle adiós.

—¿Últimas palabras antes de embaucarse, caballeros? —dramatizó Luke.

Simon se alisó el jersey blanco, similar al que todos portábamos; el atuendo oficial para jugar críquet, según mencionó Nolan.

—Pasaré media hora saludando a personas en nombre de mi padre —bufó.

Luke le palmeó el hombro.

—Igual que yo.

Estos se adelantaron, no viendo la hora de liberarse de su responsabilidad como los únicos integrantes presentes de su familia. Mientras tanto, los simples plebeyos iguales a Michael y a mí, mantuvimos cierta distancia.

—¿Elliot te prestó eso? —cuestioné, señalando desde la gorra hasta las botas.

Hacía rato que me carcomía la curiosidad por saber si esa ropa era de Elliot, porque, por supuesto, no era de Simon ni de Nolan, enseguida que ellos se ofrecieron a prestarle ropa, él declinó la oferta de la mejor forma.

—Sí —gruñó—, ¿por qué? ¿Te molesta?

No ha olvidado lo de Becky. Maldije para mis adentros mi "privilegiada" bocota al ver alejarse a Michael hacia la puerta; hombros tensos y caminar decidido. Esa explicación no podía postergarse más.

Como era costumbre entre mis amigos al entrar a una casa, desaparecieron de mi radar y tardé en reencontrarme con ellos un buen rato. Vagué por los rincones de la casa, maravillado ante los detalles en cada habitación; en una los cuadros tapizaban todas las paredes, desde pintores reconocidos hasta futuras promesas (un cuarto en donde Michael se volvería loco); en otra había un sinfín de instrumentos musicales, que, para mi desdicha, parecían no ser tocados por nadie ahí (Jones haría un excelente trabajo poniéndolos en funcionamiento); y por último, la biblioteca de la familia Stevens. No es que la inmensa casa solo tuviera estas tres habitaciones, sino que fueron todas las que tuve el placer de recorrer.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora