Los 3 meses que nunca existieron

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Por más que huyamos, corramos o supliquemos,
el pasado siempre encuentra la manera de volver
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Amity me dijo una vez que sólo recordamos lo que nunca sucedió. Pasaría una eternidad antes de que comprendiese aquellas palabras. Pero más vale que empiece por el principio, que en este caso es el final.

En junio de 2020 desaparecí del mundo durante tres meses. Por espacio de 91 días y 91 noches, nadie supo de mi paradero. Mi madre, amigos, compañeros, maestros y hasta la policía se lanzaron a la búsqueda de aquella fugitiva a la que algunos ya creían muerta o perdida por calles de mala reputación en un rapto de amnesia.

Tres meses más tarde, un policía de paisano creyó reconocer a aquella muchacha; la descripción encajaba. La sospechosa vagaba por la estación de Connecticut como un alma perdida en una catedral forjada de hierro y niebla. El agente se me aproximó con aire de novela negra. Me preguntó si mi nombre era Luz Noceda y si era yo la muchacha que había desaparecido sin dejar rastro del campamento de verano. Asentí sin despegar los labios. Recuerdo el reflejo de la bóveda de la estación sobre el cristal de sus gafas.

Nos sentamos en un banco del andén. El policía encendió un cigarrillo con parsimonia. Lo dejó quemar sin llevárselo a los labios. Me dijo que había un montón de gente esperando hacerme muchas preguntas para las que me convenía tener buenas respuestas. Asentí de nuevo. Me miró a los ojos, estudiándome. «A veces, contar la verdad no es una buena idea, Luz» dijo. Me tendió unas monedas y me pidió que llamase a mi tutor en el campamento. Así lo hice. El policía aguardó a que hubiese hecho la llamada. Luego me dio dinero para un taxi y me deseó suerte. Le pregunté cómo sabía que no iba a volver a desaparecer. Me observó largamente. «Sólo desaparece la gente que tiene algún sitio adonde ir», contestó sin más. Me acompañó hasta la calle y allí se despidió, sin preguntarme dónde había estado. Le vi alejarse por la acera. El humo de su cigarrillo intacto le seguía como un perro fiel.

Aquel día se esculpía en el cielo de Connecticut nubes imposibles sobre un azul que fundía la mirada. Tomé un taxi hasta el internado, donde supuse que me esperaría el pelotón de fusilamiento.

Durante cuatro semanas, maestros y psicólogos escolares me martillearon para que revelase mi secreto. Mentí y ofrecí a cada cual lo que quería oír o lo que podía aceptar. Con el tiempo, todos se esforzaron en fingir que habían olvidado aquel episodio. Yo seguí su ejemplo. Nunca le expliqué a nadie la verdad de lo que había sucedido.

No sabía entonces que el océano del tiempo tarde o temprano nos devuelve los recuerdos que enterramos en él. Quince años más tarde, la memoria de aquel día ha vuelto a mi. He visto a aquel búho vagando entre las brumas de la estación de Connecticut y el nombre de Amity se ha encendido de nuevo como una herida fresca.

Todos tenemos un secreto encerrado bajo llave en el ático del alma. Las islas hirvieres son el mío.

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No podemos escapar de los recuerdos
estos nos acompañarán para siempre

Pérdida |toh| |siblingau|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora