Capítulo 1. De vuelta a la librería.

478 54 22
                                    

Los rayos de luz se filtraban como espadas celestiales entre las hojas y las hacían resplandecer con un tono de verde irreal. Las ramas, dobladas por el peso, habían invadido el alto techo sustituyendo la bóveda de ladrillo por una vegetal. Unos pocos libros aguantaban, obedientes, en sus estantes, pero la mayoría de ellos había caído de forma desordenada sobre el antiguo suelo de madera.

Crowley se quedó paralizado cuando cruzó el umbral de lo que un día había considerado su refugio. Incapaz de articular palabra ni de hilar un pensamiento coherente, se abrió paso por la librería de A.Z. Fell. Reconoció el sillón en el que se sentó junto a Azirafel el día que conocieron a Muriel y el escritorio, en el que su único amigo se sentaba a escribir las fichas de sus libros con su pulcra letra, con unas manchas de tinta reseca.

Se movía entre los restos del mobiliario como en un sueño, con una profunda sensación de irrealidad.

—Pensé que nunca aparecería. —Muriel lo observaba desde el marco de la puerta con una expresión desolada en la cara.

—¿Qué? ¿Qué ha pasado aquí?

—La batalla final se libró aquí. Durante semanas, las calles de Londres se vieron invadidas por las hordas del infierno que fueron destruyendo todo a su paso. —Muriel fue entrando lentamente en la librería mientras hablaba—. El ejército celestial les hizo frente y consiguió pararles un tiempo. Pero no duró mucho. Al final, el señor Azirafel lideró un grupo de ángeles, con los pocos que aún no estábamos descorporizados. Nos atrincheramos aquí. No tardaron mucho en llegar los demonios. Cientos de ellos. Nos superaban en número por mucho. Luchamos durante días hasta que, tras una fuerte explosión, el señor Azirafel desapareció.

—¿Cómo que desapareció? ¿Se... se descorporizó? —Crowley apretaba con fuerza las gafas que se había quitado mientras Muriel hablaba. Él tampoco había sentido a Azirafel en todo el día, pero pensó que era porque estaba en el cielo.

—Nadie lo sabe. No encontramos rastro de su presencia ni en el cielo ni en la Tierra. El infierno pensó que lo había aniquilado y dieron la batalla por ganada. Los ángeles que quedaban volvieron al cielo. Yo me quedé a intentar arreglar todo lo que se había destruido en la ciudad, al fin y al cabo, sigo siendo la representante del cielo en la Tierra.

Crowley estalló.

—¿Pero es que nadie lo ha buscado? ¿Cómo es posible que desaparezca vuestro Arcángel Supremo y a todo el mundo le dé igual? ¡Cuando sucedió con Gabriel bien que la liasteis desde allí arriba! —Su cuerpo empezó a humear.

—Señor Crowley, cuando eso pasó él ya no era el Arcángel Supremo. —Crowley se quedó en shock.

—¿Cómo que no? Si por eso se fue al cielo con el cabronazo del Metatrón y me dejó aquí tirado.

Muriel se acercó a él con mirada triste.

—No sé los detalles de lo que pasó, de eso no nos explicaron nada, pero cuando la guerra estalló, el señor Azirafel había recuperado su antiguo estatus de Principado y Guardián de la Puerta del Este.

De pronto, Crowley cayó en la cuenta de que algo no le cuadraba. Azirafel apenas se había ido el día anterior. Él había vuelto a su piso, había abierto una botella de vino tras otra mientras maldecía al Metatrón y se lamentaba por la decisión de su amigo de dejarlo solo en la Tierra. Luego se había quedado dormido en el sofá sujetando la única fotografía que tenía de ellos dos juntos, aquella que Furfur había tomado en el espectáculo de magia en el West End. No era posible que hubieran sucedido tantas cosas en apenas unas horas. ¡Por Satán! ¿Cuánto había dormido?

—Dime una cosa, agente, ¿cuándo sucedió todo eso?

—Hace algo más de cien años humanos desde la batalla. Llevo doscientos años siendo la representante del cielo en la Tierra.

Crowley asintió y se colocó las gafas. No podía dejar que Muriel viera la desolación en sus ojos. Se dispuso a marcharse, necesitaba pensar y no podía hacerlo en aquel lugar.  Estaba ya junto a la puerta cuando el ángel dijo:

—Señor Crowley, el día de la batalla en la librería, el señor Azirafel me pidió que le diera un mensaje si algún día lo volvía a ver.

—¿Qué mensaje? ¡Vamos, dímelo!

—El mensaje decía: «Espero que sigas hablando con las plantas». —Crowley la miró sin comprender. Muriel se encogió de hombros.

—¡Menuda estupidez de mensaje! —y salió de la librería.

Estaba a punto de subirse a su preciado Bentley cuando se dio cuenta de que la cafetería estaba completamente abandonada, lo mismo pasaba con la tienda de discos e incluso con el restaurante francés. Todo el barrio parecía un pueblo fantasma. Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes cuando venía de camino. Estaba tan concentrado en sus propios pensamientos que no había reparado en el entorno. Si realmente se había pasado doscientos años durmiendo, Nina y Maggie debían haber muerto hacía mucho. Deseó que ellas hubieran tenido una bonita historia después de todo.

Echó un último vistazo a la librería. Un manzano, un maldito manzano era lo que había invadido aquel lugar. La ironía de aquello lo cabreó aún más de lo que ya estaba, sobre todo consigo mismo. No podía permanecer allí por más tiempo. Se subió al coche y lo puso en marcha. Unos golpes en el cristal interrumpieron sus pensamientos. Era Muriel. Bajó la ventanilla.

—¿Qué?

—Una última cosa. Él siempre esperó que apareciera. Me dijo que usted le prometió que volvería y no le dejaría solo en la batalla.

—Ya. Bueno. Soy un demonio. Mentí.

Puso al Bentley a toda velocidad y salió del Soho.

Soy un demonio. Mentí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora