𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟕

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El sol entró filtrándose por las delgadas telas de la carpa donde aún Agatha dormitaba, la chica percibió el ajetreo a su alrededor por lo que cerrando con fuerza sus párpados se dio la vuelta mientras se cubría con la frazada, intentó volver a dormir, pero fue imposible ante el escándalo en el exterior junto a los susurros de las muchachas. La delfiense suspiro, con los párpados cerrados se levantó y casi como si conociera toda la estancia se encaminó para lavarse el rostro y arreglarse un poco.

Cuando Agatha salió se estiró un poco, escucho sus huesos crujir para al final tomar el cabello y hacerse un chongo informar, al estar lista se dispuso a tomar un cántaro para  traer un poco de agua del riachuelo más cercano, luego ayudó a unos cuantos guerreros a cargar trozos de leña junto a las cestas de hortalizas, muchos se negaban al principio, pero al final terminaban aceptando la ayuda de la femenina.
Calixto alzó la vista de las ataduras que realizaba encontrandose con el rostro algo tiznado de tierra y el peplo con unas cuantas manchas por el zumo de algunas frutas, el ateniense sonrió sutilmente y mientras terminaba de realizar los nudos siguió con los ojos azabaches a la castaña que terminó dejando las cestas de mimbre en el suelo; casi cerca de donde él se encontraba. «Debería agradecerle y además llevar una toalla para que se limpie» Ese fue su pensar y al momento en que se levantó un alboroto en la entrada del campamento los distrajo por una fracción de segundos.

Dos guerreros traían a unos niños apresados de los brazos, a leguas se notaba que ejercían fuerza sobre el agarre y los estaban tratando con brusquedad. Al mayor, quizás de seis años le tiraron al piso haciendo que se raspara parte de las rodillas y manos, unos de los guerreros vociferó y zarandeó con fuerza al otro niño de tal vez cuatro años. Todos se acercaron, se escuchaban murmullos y cuchicheos entre los presentes y fue en ese instante en que las otras tres chicas llegaron al lado de la delfiense.

—Fueron encontrados merodeando cerca— La mayor de las mellizas, aquella de ojos color caoba; hablo de brazos cruzados y con el ceño fruncido. Espartanos...

—Malditos, seguros fueron enviados a espiar— La menor los miro con desprecio mientras mordía cada palabra de esa mínima oración.

Solo Agatha y Nile guardaron silencio, la última por repentina conmoción y la primera por pena ante los dos niños espartanos.
El guerrero helénico golpeó al menor y levantando el mazo con la intención de golpear al niño que gritó horrorizado mientras suplicaba por un poco de piedad. Ocurrió en una fracción de segundos, demasiado rápido como para que Calixto le tomara de la mano frenando su acción, demasiado brusco para el gusto de los demás presentes que solamente se quedaron perplejos ante aquel suceso.

—¿Que estás haciendo perra?— Inquirió el sujeto con desprecio al ver como la chica se interponía entre el cuerpo del menor y el arma que el guerrero blandía con firmeza.— Hazte a un lado si quieres al menos regresar viva a casa.

—¿Y que asesines a inocentes? Ufff, prefería que me matarás también a mi— Respondió con un tono altanero y algo alzado, sus ojos se volvieron desafiantes al momento en que alzó la ceja y confrontó al hombre que algo descolgado dejo un fino espacio de vulnerabilidad. Agatha aprovechó la oportunidad para en un rápido movimiento dar un golpe en la mano que mantenía apresada al brazo del niño haciendo que lo soltara.— ¿Y bien? ¿Vas a matarme o nos dejará libres?

—¡Tu...

—¿Que demonios está pasando aquí?— El mentor y además comandante del ejército helénico hizo aparición en el campo, todos los guerreros tragaron grueso ante el fatídico destino que quizás podría tener la joven y Calixto lo único en que podía pensar era en los estruendosos latidos de su corazón que aun en sus oídos lograba percibir.— ¿Por que te has interpuesto?

—No me parece justo que lastimen a niños, quizás si son infiltrados y esté poniendo en riesgo a Atenas, pero no me voy a retractar de entregarlos— La castaña miró con firmeza al mayor, los niños se prendaron a su peplo haciendo que ella colocara sus manos cubriéndoles el rostro.— Mucho menos a un tarado como ese.

—¡Chiquilla hija de...!

—¡Suficiente!— Bastó que el hombre hablara para que los susurros e insultos cesarán, luego dirigió una mirada severa a la menor. Te harás cargo de esos niños, y si algunos de nuestros planes fracasan, tú serás la responsable de ello.

Agatha simplemente asintió y cuando el capitán se giró sintió como su cuerpo comenzaba a temblar como una pequeña hoja prendida a una fina ramita del árbol, aun así, su mirada impávida persistió mientras llevaba de las manos a los niños a la tienda donde dormía con las demás.

—¡¿Te volviste loca?!

—¡¿Como demonios se te ocurre hacer eso?! ¡Y en pleno campo abierto!

Y otros cuantos comentarios de las mellizas que al final terminaron mareandola. La castaña ignoró los gritos de las demás para disponerse a curar los mínimos raspones de los niños, la joven percibió sus miradas curiosas, por lo que alzando un poco sus orbes marrones sonrió de medio lado para tranquilizar a los menores.

—¿Por qué demonios hiciste esos? Son nuestros enemigos y aun así...

—Y aun así aceptamos que personas de diferentes continentes caminen entre nosotros. Quizás el rey lo acepte porque son grandes comerciantes, personas con poder que tal vez puedan traicionarnos en algún jodido momento ¿Aceptamos a ellos y no a dos niños que probablemente ni sepan que significa la guerra?— La delfiense se levantó con molestia confrontando a las mellizas que con recelo seguían observando a los dos espartanos, la joven chasqueo la lengua antes de encaminarse hacia la salida.— Ustedes dos, vengan conmigo.

Los menores bajaron de las camillas, con prisa se prendieron de nuevo al peplo de la chica de tez trigueña y salieron de la carpa para comenzar andar. Los niños observaron todo lo que podían mientras afianzaban el agarre en las telas, sin embargo, se asustaron cuando un chico de tez bronceada se presentó delante de la femenina mientras dirigía con desprecio sus fanales avellanos a ellos.

—¿Que fue todo ese show de hace unos momentos?— Egan tomó con brusquedad a la joven por brazos, ejerciendo fuerza la arrastró hacia una zona donde los árboles hacían una cortina de naturaleza. ¿No sabes que eso puede tomarse como traición?

—Eso ya lo se— Respondió la castaña al momento en que se zafaba del agarre del chico.— Pero ¿No sabes que asesinar a un inocente conlleva una pena de muerte, Egan?— Agatha frunció el ceño y cruzándose de brazos replico.— Estamos en guerra, eso bien lo se, pero por el amor a los dioses ¿Niños? Son apenas unas crías que apenas conocen de la vida ¿Matarlos? ¿Tienen pruebas de que estaban espiando?— Con molestia la delfiense alzó su mano para golpear con el dedo el pecho del ateniense.— Nosotros fuimos quienes invadimos sus tierras, Egan. Estos son sus caminos, sus bosques, su hogar.

El ateniense apretó con molestia los puños, detestaba esta nueva rebelión por parte de la femenina, sus ojos avellanos vagaron hacia los niños que temblaba de miedo mientras se escondían detrás de la falda de la castaña, frunció ceño y tuvo que volver la mirada hacia los orbes marrones al momento en que su pareja se interpuso entre los niños y él.

—Partiremos dentro de un rato, y mas vale que estos mocosos no se les ocurra escapar y advertir a los demás— Egan apartó con brusquedad la mano de la chica para al final echar una última mirada de desprecio a los menores y darse vuelta, antes de dar un paso más se atrevió a preguntar.— ¿Por qué lo hiciste?

—Porque se lo debo a alguien que me enseñó que las apariencias suelen engañar— Respondió con calma antes de ver cómo el joven de cabellos cafés se marchaba.

...

Agatha regresó con los niños, el campamento helénico se encontraba algo agitado, todos corrían y gritaban órdenes en todas las direcciones, la chica tomó la mano de los menores y afianzó el agarre para dirigirse a la carpa donde Nile se encontraba afuera sentada esperando, la extranjera de rubios cabellos sonrió amigablemente a los infantes y en un instante la delfiense volteo. Diviso instantáneamente a Heraclio preparando su arma, la hoja del puñal relució con el sol antes de ser envainada en la funda, más allá noto la cabellera desordenada de Calixto que se movió con el viento mientras dictaba órdenes a los demás guerreros y por un instante sus ojos se encontraron; los de ella parecían preocupados y suaves, los de él azorados e inquietos, la chica de ojos cabellos ondulados fue la primera en apartar la vista para seguir el cuerpo de alguien que se interpuso entre ambos, la espalda ancha de Egan; quien en ningún momento volteó hacia atrás.

«Que los dioses los cuiden siempre»

ᴛᴡᴏ ᴛᴡɪɴ ғʟᴀᴍᴇs ᴅᴇsᴛɪɴᴇᴅ ɴᴏᴛ ᴛᴏ ʙᴇ ᴛᴏɢᴇᴛʜᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora