CAPITULO OCHO - EL SENTIDO DEL TACTO

111 14 6
                                    

CARMEN

Nunca me he sentido tan avergonzada en mi vida. He tenido que aceptar la invitación de Mercedes, la tía de Guillermo, esperando a que él se pronunciara y así poder declinarla, pero no hace nada de nada, al contrario, solo me hace saber que él no opina porque soy la invitada de Mercedes y no la suya.

A pesar de sentirse claramente incómodo, me ofrece su brazo y yo no tardo nada en aceptarlo. No sabía lo que extrañaba el sentirlo a mi lado, hasta que nuestros brazos se tocan. Hace calor, pero el fuego que desprende el cuerpo de Guillermo me sorprende, o quizás sean imaginaciones mías.

- ¿Vives muy cerca? – me pregunta Mercedes.

- A unos tres minutos de donde nos hemos encontrado, cerca del depósito dental – le informo.

- Yo suelo pasar a veces por la guardería de perros y gatos, sobre todo, cuando tengo que dejar a Samuel porque nadie se quiere hacer cargo de él – se queja la tía de Guillermo.

- Las mascotas son un tema tabú para nosotros, tía, pero si no me quedo con Samuel es porque nunca me lo has permitido – recuerda él y a mí me gusta que se acuerde de nuestra primera conversación.

- ¿Por qué son un tema tabú? – pregunta Mercedes desconcertada.

- No le haga caso, Mercedes. ¿Es un perro o un gato?

- Un gato, aunque a veces se le olvide y se meta en la piscina.

- Tía, no empieces, que puedes estar hablando todo el día de tu gato, mucho más de lo que podrías hablar de tus hijos o de mí – le echa en cara su sobrino mientras entramos al local.

- Yo no puedo entrar aquí – le susurro a Guillermo, cuando atravesamos la puerta del restaurante, veo a todo el mundo arreglado y yo visto pantalones de deporte, zapatillas de correr y una camiseta vieja.

- ¿Por qué no? – me pregunta confundido.

- Porque están todos muy bien vestidos.

Sin decir ni una palabra, Guillermo separa su brazo del de su tía, se quita las gafas de sol y me las pone a mí.

- Haz como que no ves nada – me dice y no puedo evitar sonreírle, mientras escucho la risita de Mercedes que se está divirtiendo de lo lindo.

Ninguno de los tres hablamos, hasta que el camarero nos pregunta cuántos somos y Mercedes le dice que solo nosotros tres.

Siento un poco de pudor por estar haciéndome pasar por ciega, sin embargo también tiene su lado divertido y es que Guillermo no deja de sorprenderme.

Nos llevan a una mesa en la terraza. El restaurante está muy bien decorado y la terraza es espectacular. Se nota que es un sitio caro y rezo en mi interior para que Mercedes al invitarme también se refiriera a pagar la comida, porque no creo que pueda permitirme comer en un lugar así.

Me encanta el interior, con los techos tan altos y las columnas y paredes de ladrillo visto, aunque sentarme en la terraza me apetece más. En cuanto el camarero nos deja en la mesa, Guillermo aparta la silla para que me siente y, a continuación, hace lo mismo con su tía.

Imagino que estará acostumbrado a hacer este tipo de cosas sin ver nada, pero yo seguro que causaría más de un accidente.

- Mercedes, hacía tiempo que no te veía – saluda una señora de unos cincuenta años, pero bastante operada, cuando los tres estamos sentados.

- ¿Cómo están todos en la familia? – le pregunta Mercedes que, aunque no la conozco mucho, parece que no le cae bien la recién llegada.

- Todo perfecto. Al final mi Catalina ha conseguido un buen chico como novio, ya veo que tu sobrino ha elegido a una ciega como él – le dice en tono despectivo.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora