Capítulo 27

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♡CAPÍTULO 27♡

Odio los hospitales. Da igual el que sea, ninguno me parece un lugar que admirar, ni siquiera cuando en este hospital al que hemos venido la decoración te hace sentir que estás más en la recepción de un hotel de lujo que en la sala de espera de emergencias.

Tan solo con el olor que aquí se respira mi mente se traslada a donde he dejado sola a mi hermana. Tan solo con el ambiente soy incapaz de olvidar las infinitas horas de espera en quimioterapia con mi madre o en urgencias cuando se desmayaba ante alguna recaída.

Odio estos fríos lugares donde no suele pasar nada bueno.

Miro el reloj del teléfono y veo que mi mano está temblando mucho debido a mis nervios.

Llevamos una hora aquí y no sabemos nada de Savannah.

Cerca están Bianca, Jay, Alexander, Cooper y las primas de Savannah, así como Henry, el más joven de los primos de Matthew, y William.

Y William... bueno. Él está sentado a mi lado mientras Cooper nos observa en la lejanía sin acercarse ni decir nada al respecto de que estemos sentados el uno junto al otro en un completo silencio.

El bebé... Por favor..., que nada malo le pase al bebé. Que nada malo le pase a ninguno de los dos.

Me apoyo en el respaldo de la silla y me abrazo a mí misma llorando en un silencio absoluto, sin siquiera gesticular.

Nosotras, a final de cuentas, nunca hemos tenido mucha suerte.

Recuerdo, irremediablemente, las palabras de mi amiga, y si existe algún ente capaz de oír nuestras súplicas le ruego a todos los que existan para que ella, en esta ocasión, sí tenga suerte.

Lloro más fuerte al recordar nuestra última conversación hace un par de horas.

–Una de las últimas cosas que le dije fue que me dejase en paz –susurro, todavía abrazada a mí misma. Me inclino hacia delante y apoyo los codos en los muslos.

–¿A quién? –me pregunta William.

Le miro y tiene el teléfono suspendido delante de él, con la pantalla encendida, y me pregunto si está mensajeándose con Michelle, que después del corte que le dio Matthew cuando trató de subirse al Jeep con nosotros ni siquiera se molestó en venir y, honestamente, mejor para todos. Nadie necesita a esa víbora aquí.

–A Savannah –respondo y William, que acaba de darse cuenta de mis lágrimas, se acerca al dispensador de pañuelitos, vuelve y me las seca con sumo cuidado.

No puedo evitar ver que Cooper nos sigue observando y que está muy serio, y no dudo de que verme así con William le esté haciendo daño, lo cual me hace sentir más miserable de lo que me siento ahora mismo.

–Gracias.

–No te preocupes por lo que le dijiste, Valerie –me dice con calma –. Tampoco es como que Savannah se vaya a morir y no vayas a poder disculparte si crees que hay alguna razón por la que debas hacerlo.

Morir...

Lloro más fuerte aun pensando en el bebé, rogando con ansias para que nada malo le ocurra porque, ahora mismo, no sé si Savannah podría soportar algo así. Ni siquiera lo podría soportar yo, así que no me quiero ni imaginar cómo lo estará pasando ahí dentro, seguramente llena de miedo e incertidumbre.

De pronto, William me pasa un brazo por detrás, bajo los omoplatos, y le siento acariciándome la espalda en un exitoso intento por calmarme porque, poco a poco, el llanto va cediendo.

Aspiro el olor masculino de su camiseta, el olor tan a él, y me siento absurdamente reconfortada por su gesto y su presencia.

Me ofrece otro pañuelo de papel cuando me incorporo, deseosa de alejarme de ese aroma que contiene todo él y que tanto me gusta, y me seco las lágrimas y los mocos.

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora