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El cementerio estaba rodeado de guardaespaldas de la familia Volkova. Dmitry estaba cerca de la tumba donde enterraría a priori a su esposa, a su lado estaba Wolfgang y Kirill tomados de la mano con trajes negros mientras uno de sus hombros los abrigaba con un paraguas por la lluvia. Más allá, se encontraban Porchay y Kim, compartiendo una sombrilla negra y viendo el cielo opaco.
– Dijeron que un artefacto explosivo fue que la mató, estaba en el salón de belleza – musitó Chay mirando a Wolfgang – Sé que no era una buena persona pero... al fin y al cabo, era su madre ¿no?
Kim no dijo nada y Chay que lo conocía tan bien, lo miró – Kim.
– ¿Mm?
– ¿Qué tienes? – preguntó endeblemente
Kim había prometido nunca más mentirle a Chay, de hecho, había jurado nunca ocultarle nada a sus parejas pero sobretodo a Porchay ya que por sus mentiras... en algún momento, le hizo muchísimo daño.
– Yo lo hice – musitó Kim
Porchay miró hacia Wolfgang y luego volvió a Kim – ¿Tú... la mataste?
Kim asintió ligeramente, Porchay exhaló ligeramente sorprendido, aunque no tanto... era Kim, después de todo.
– Tenía que hacerlo, Chay... era una puta loca – contestó – Le advertí que no se involucrara más pero lo hizo.
Porchay inhaló con fuerza, en ningún momento soltó la mano de Kim.
– Pero... lo hiciste sin su consentimiento, phi – murmuró... el sonido de la lluvia casi se llevaba sus palabras – Sabes que Wolfgang aparenta ser un hombre frío pero en el fondo, es sensible.
Kim comenzó a temer... sabía que no había hecho malo, al menos no del todo, esa mujer tenía que morir: era desleal, era una mala madre, una mala mujer, y ni hablar del problema que se suponía para el negocio ruso, también que estaba ayudando a Mikhail... pero ante todo, era la madre de Wolfgang... y él la había matado, ¿Que tan bizarro sonaba eso?
– ¿Crees que me odie después de esto? – preguntó mordiéndose el labio inferior.
Kim miró a Porchay que pudo ver una sombra cruzar por los hermosos ojos oscuros de su novio.
– No – musitó – Nunca podría odiarte, pero debes decírselo, phi.
De la única manera que Kim sintiera miedo era ese: pensar que alguno de los dos lo dejaría... que lo odiaran.
– ¿Puedes acompañarme? – preguntó
– Claro que si, phi – apretó su mano – Oye, Wolfi te adora al igual que yo, entenderá tus razones.