Parte II - Capítulo LI

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Alexandra

Jake cayó en mis redes. Intenté sonar convincente, en algunos momentos me volvía muy vulnerable y en otros me volvía ofuscada, enojada, haciéndole creer que mis sentimientos eran reales. No le pinté nada color de rosa; le hice creer que estaba enamorada de él y que tenía una oportunidad, pero al mismo tiempo le hice pensar que debía ganársela. Si se lo hacía muy fácil, Jake sospecharía.

Ya había pasado más de un día de esto y ya podía estar en la cabaña a libertad, lo que era un alivio increíble, porque mis muñecas ya estaban hartas de ser apretadas por cuerdas.

Tuve que aguantar estar con Jake, ver películas y reírnos juntos como si fuéramos amigos de toda la vida cuando en realidad quería vomitar cada vez que estaba cerca de él.

Las puertas y las ventanas no eran una opción. Estaban fortificadas y cerradas con un código, ni siquiera con una llave que pudiera robar. Eso significaba que no podía intentar noquearlo y correr por mi vida.

Asesinarlo había cruzado mi mente varias veces, pero no estaba segura de tener las agallas y tampoco estaba segura de poder salir de aquí si lo lograba. No quería morir de hambre en medio de un lugar abandonado por Dios. La cabaña no tenía señal telefónica y Jake siempre se aseguraba de no venir aquí con su celular para evitar cualquier tipo de rastreo.

Cada hora que pasaba, perdía un poco más la esperanza. Casi parecía imposible que me encontraran, sobre todo si papá estaba activamente interfiriendo con la búsqueda, totalmente ignorante al hecho de que Jake estaba siguiendo sus propios planes y no los de él. No tenía idea de si Travis y Aiden podrían hacer algo, pero si no me aferraba a la esperanza de que me estaban buscando, me volvería loca.

No tenía idea de hasta qué punto llegaba la locura de Jake, no sabía si en cualquier momento nos haría recrear el final de Romeo y Julieta versión espeluznante, y no quería averiguarlo, tenía que seguir comprando tiempo.

—Alex, mañana tendremos que movernos —me comentó de pronto Jake, distrayéndome de la comida que estaba preparando.

Sí, tenía un cuchillo gigante y afilado en la mano y no podía hacer nada con él.

Obligándome a mantener la calma, pregunté:

—¿Por qué?

—No es seguro. Podrían encontrarnos, y si tu padre te encuentra, te lastimará más.

—No quiero que mi padre me encuentre —admití, lo cual no era del todo mentira. Quería que alguien me encontrara, pero sabía que mi padre no estaba buscándome.

—Lo entiendo. No te preocupes, no dejaré que te lastimen.

—Pero tampoco quiero irme, me gusta este lugar. Es tan... tranquilo. Me gusta estar aquí... contigo.

—A mí también me gusta, Alex, pero no tenemos opción.

—¿Podemos... solo quedarnos un par de días más? Puede que sea el síndrome de Estocolmo —intenté bromear para calmar los ánimos, y lo logré porque Jake sonrió ampliamente—, pero me siento a gusto en este lugar, sin preocupaciones y sin mi familia respirándome en el hombro. Sin tener que cumplir expectativas... siento que tú... no me juzgas.

Mentiras y más mentiras. Estaba lista para entrar en la política.

—Nunca lo haría, Alex —se acercó a mí y me dio un beso en la frente. De cierta forma agradecía que no fuera en los labios, pero de todas formas me pareció repulsivo y tomó todo de mí no expresar mi cara de asco absoluto—. Está bien, podemos quedarnos unos días más, pero nos iremos el domingo en la madrugada.

The wrong side of town -  Parte I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora