...𝕿𝖔𝖉𝖔 𝖊𝖘𝖙𝖆́ 𝖇𝖎𝖊𝖓...

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— Cariño

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— Cariño... ¿Te gustó la comida? —le pregunté, admirando cómo ese aspecto de inocencia que siempre llevaba Asta se intensificaba cada vez que comía.

Se levantó de su asiento, acercándose a mí, y depositó un beso en mi frente, una bruma caliente se extendió en mi rostro que me provocó un escalofrío de rubor.

— Estaba delicioso, como siempre —su voz era suave como la brisa de una mañana de otoño, su mano acariciaba con delicadeza mi mejilla, parecido a una dulce promesa—. ¿Me vas a contar el secreto?

— ¿Uhm? ¿Cuál secreto? —sus palabras me llegaron como un revés inesperado.

— Ya sabes, de la carne. Tiene un sabor exquisito, casi sobrenatural.

— Bueno, si te lo digo, dejaría de ser un secreto, ¿sabes? —me incliné hacia él, dejando un beso etéreo en su frente—. Lo importante es que te gustó, mi amor.

Él me devolvió una sonrisa deslumbrante.

— Ahora que lo mencionas —mis pensamientos comenzaron a dar vueltas alrededor del tema—. Pronto me quedaré sin más carne... especial. Es increíblemente difícil de obtener, ¿sabes?

— ¿Dónde la consigues?

— Es un secreto —respondí en un susurro, guiñándole el ojo—. En unas semanas será nuestra boda, tal vez en esos días consiga más de esa carne... que tanto te gusta.

— Lamento lo de tu familia —su voz se debilitó al tocar el espinoso tema de nuestro compromiso—. No pude hacer nada para ayudar...

— Asta... —corté su lamento—. Eso, eso ya pasó... estoy segura que el responsable ya pagó por sus actos.

Tomé su cara entre mis manos, perforando su ser con mi mirada.

— Lo importante es que estamos juntos —le sonreí, una sonrisa que nacía del vacío y de la esperanza—. Juntos y felices.

Sin dejarle responder, me lancé a sus labios con una pasión voraz, empujándolo contra la pared fría, aprisionándolo en un abrazo primal.

— N-Noelle —un suspiro atolondrado vistió nuestras bocas entrelazadas.

— Limpiemos y luego continuamos —deslicé las palabras en su oído, disfrutando del estremecimiento que provocaron—. Hace tiempo que no... no lo hacemos.

Asta asintió y se adentró en la rutina de lavar los trastes. Yo me recliné en mi silla, paladeando un helado de chocolate mientras lo observaba. Ahí estaba él, tan contento, tan... pleno. Después de tanto dolor, después de tanta penumbra y sacrificio, finalmente había logrado lo que deseaba.

Había dejado atrás mi pasado. Ahora yacía enterrado, oculto allí afuera, donde pertenecía, y yo estaba mejor. Estaba mucho, mucho mejor. Sí.

— Planeas esconderte, fingir que nada ha sucedido ¡Por favor! ¡No me hagas reír!

𝕽𝖊𝖑𝖆𝖙𝖔𝖘 𝖊𝖓 𝖙𝖎𝖓𝖙𝖆 𝖗𝖔𝖏𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora