9

90 25 7
                                    

Alec apartó la vista de Verona clavando sus oscuros ojos rojos en Edward. Un aluvión de pensamientos inundaron la mente de Edward sin poder captar nada en concreto debido al propio shock que estaba viviendo él mismo. Setenta y cinco años sin saber nada de él y ahora aparecía enfrente convertido en un vampiro. Se percató de que no tenía el mismo aspecto de la última vez que le vio, no contaba con el aspecto angelical de aquel chico de diecinueve años que le enamoró, sino que se transformó en un hombre corpulento de aspecto aterrador. Vestía de negro ajustando cada prenda a su cuerpo a la perfección. Su pelo castaño oscuro, unos centímetros más largo que en sus recuerdos, y sus facciones más marcadas.

—¿Por qué eres un vampiro? ¿Por qué eres el contacto de Verona en Forks? —Su voz salía como una exhalación. Miró a Verona, incrédulo—. ¿Istria?

—Es una historia muy larga y complicada...

—No podemos hablar aquí —cortó Alec con contundencia ganándose la atención de ambos—. Espíritu.

—¿Qué? —exclamó Verona mirando a todos los puntos posibles.

—Vamos —apremió Alec cruzando la mirada con Edward quien sintió que le fallaban las fuerzas.

Los tres echaron a correr llegando a la casa en unos minutos. Edward no apartaba los ojos de Alec por miedo a que desapareciera otra vez, ni siquiera creía que fuera real.

—¿Por qué me habéis ocultado esto durante tanto tiempo?

—Cálmate, Edward —pidió ella—. Ya he dicho que es una historia complicada.

—¡Creía que Alec había muerto!

—Nosotros en un principio también. Istria no fue su creador. El día que desapareció salimos a buscarlo en vano, su rastro se esfumó. Lo encontramos varios años después convertido en un vampiro. El aquelarre que vivía en Forks, el mismo que transformó a la humana amiga del lobo, tuvo una pelea con varios neófitos. En ese grupo se encontraba Alec, salvo que él ya tenía experiencia como vampiro.

—¿Creaste un grupo de neófitos? —preguntó hacia Alec que aguardaba cerca de la entrada.

—Algo parecido. Quería estas tierras —repuso sin mucha fuerza.

—Istria lo supo en uno de sus viajes e hicieron un trato, Alec le pasaba la información sobre la tribu y él reuniría a otros de los nuestros por Europa. Hubo un contratiempo, esos lobos se unieron a los vampiros de Forks para terminar con los neófitos. El aquelarre tuvo algunas bajas, los lobos no. Alec tuvo que irse unos meses hasta que todo pasó. Después tuvimos problemas con los monjes y el final ya lo sabes.

—¿Hace ocho años que sabéis que Alec está vivo?

—Sí.

—Era mío —Se señaló Edward enfadado—, ¡era mi humano!

—No me hagas hablar —susurró Verona  en un tono que helada el cuerpo incluso de un vampiro—. Istria lo sabía todo, solo intentó protegerte una vez más.

—¿Me regalaron a un vampiro? —La cara de dolor y desprecio de Alec desgarró a Edward—. ¿Cuál era el cometido? ¿Ser la presa de uno de los suyos? Pensaba que me ayudasteis a quedarme en el palacio, pensaba que tú eras diferente.

Sus ojos observaron a Edward con decepción y pena. Este negó dolido.

—No, yo era diferente. Jamás quise hacerte daño, de hecho nunca lo hice. Eras... Eres especial para mí —se corrigió.

—Me separaron de mi hermana para ser el juguete de un vampiro, no volví a verla. Debías saber que las heridas de un humano se convierten en cicatrices en carne viva en la nueva vida. —Dejó salir una carcajada irónica y apagada—. Y pensar que te guardaba un inmenso cariño.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora