VERDADES SALADAS

11 1 0
                                    

No he reparado mucho en las palabras que leí de una persona que nunca he visto, pero que le creí en el acto y me fui tan rápido como nos hemos conocido, porque me hirió la idea de que fuese verdad alguna palabra de lo que me ha dicho, y ahora las voces que me ayudabas a controlar me reprochan juntas sin cesar, la tontería que ha sido el no escucharlas y que el dolor que ya hacia en mis manos era mi divino castigo.

No he derramado una sola lágrima al respecto, pero carajo, como me ardía el pecho de maldita histeria, de espinas que creían desde dentro. Alguien con máscara, recuerdo, quiso impedirlo, arrancar el dolor, salvarme de la horda de gritos que de forma nada sutil aclamaban que estaría bien si sus advertencias tan solo hubiera oido. Pero ¿como podía ser cierto que mi chico sincero, de rizos preciosos y de acento antiguo, resultará ser la mismísima bestia que mis pesadillas asechaba, la protagonista de mis peores sueños, donde no dejaba nada más que mi moribunda alma tendida en un rincón esperando su último aliento?

Sencillamente, no podía creerlo, aunque las risas sonaban cada vez más altas por lo mismo, eran las voces descaradas mofandose con desden de mi incredulidad; aunque si nunca pude concebirlo por completo... ¿Por qué huí sin darte aviso?

Quizá fue el miedo, la incertidumbre de que la distancia estuviera de nuevo jugando conmigo; nunca acepte quererte, mucho menos el salir contigo, pero en el fondo era lo único que quería, creer en todas tus palabras cuando alegabas que me amabas, que con tu katana los kilómetros desaparecerías, que un día vendrías y de mi lado no te marcharías... sentí que me pasaba de nuevo, haber caído en la trampa de la distancia, con la diferencia de que esta vez no dije ni una vez que te amaba, y que no me quede a ver como todo lo que me habían dicho cobraba sentido.

No hubo ningún adiós o despedida, solo mentí y me di a la huida, adentrandome en la bruma, rogando porque la capa del enmascarado hiciera su papel y me protegiera de los rostros conocidos, de las verdades, de las voces, de las mentiras. Algunas noches, si me esforzaba lo suficiente podía fingir que ni el nombre de tu ciudad recordaba, pero era difícil aparentar que no recordaba tu sonrisa o que no extrañaba en lo más mínimo tus buenos días aún cuando sabías que yo seguía dormida, las llamadas irónicas de chismes y cosas absurdas; pero que sin duda era tarea sencilla, al lado de asumir todas esas atrocidades, que una persona desconocida, vino a gritarme, a despotricar en contra tuya y un poco mía, diciendo que eras mala persona, y que corriera aún que podía. 

-L

Baladas melancólicas, de todo lo que nunca fueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora