16 GONZA

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Estaba en una situación un poco peliaguda; unos mercenarios estaban apostando por mi cabeza. No era momento muy agradable, no entendía el motivo.  Sólo sabía que había salido esta mañana a dar una vuelta con Thunder. La conversación con Jenara nos había dejado confundidos y se había creado una especie de ambiente extraño. No sabía cómo había pasado; pero lo que si sabía es que nos gustábamos mutuamente. Una parte de mí se sentía aliviado pero la otra parte de mí sentía que había hecho algo mal. Tal vez nuestra relación no volviera a ser la misma. La incertidumbre invadía mi corazón y mis pensamientos. Me había confesado lo que sentía por mí y aunque fuera por una fortuita casualidad sentía que lo nuestro podía funcionar.  

Ahora mismo me siento confuso, no entendía porque se había marchado de esas maneras, como si quisiera huir de mí. Tal vez le daba miedo algo, pero tampoco me he puesto analizar esta situación tan rara. He intentado averiguar las razones de su alejamiento y su distanciamiento pero no he recibido ninguna respuesta por su parte. Es como si se lo guardara todo para ella y eso me provoca una gran irritación. No puedo hacer nada porque es su espacio y tengo que respetarlo. Ahora no sé que hacer.  


En estos momentos estoy aquí en el bosque en una situación de vida o muerte pero temo que lo que más me preocupa no son los mercenarios sino perderla a ella. Creo que tengo que ser paciente y esperar a que me cuente lo que le está rondando la cabeza. Su actitud me ha dejado perplejo, siento que debería enfrentar sus problemas y hablar conmigo. Al principio me parecía buena idea irme al bosque a cabalgar a Thunder para escapar un rato de mis pensamientos pero creo que no ha surgido efecto porque llevo dos horas en este bosque y sigo pensando en esa situación. No se me van esas lágrimas que caían de sus ojos ni su mirada. Me siento fatal, tal vez la he hecho sentir incómoda. No es fácil. 


Tengo miedo, no sé que hacer, he salido a toda velocidad del castillo y me he olvidado de mi arma, que despiste, dios mío y ahora mismo, estoy en una situación peligrosa e indefenso. Me  encuentro en una situación desesperada. Perseguido  por un grupo de mercenarios que deseaban mi cabeza por una recompensa ofrecida por un enemigo rival, me vi indefenso.

Los mercenarios se abalanzaron sobre él, sus rostros enmascarados y sus armas desenvainadas. Gonza sabía que no podía enfrentarlos de manera convencional, así que buscó refugio detrás de un gran árbol mientras intentaba idear una estrategia.

Los mercenarios se acercaron, riendo y burlándose de su aparente vulnerabilidad. Se burlaron de su título de príncipe y de su incapacidad para defenderse. Pero  no estaba dispuesto a rendirme.

Con una ráfaga de inspiración, comencé a lanzar ramas y piedras contra mis atacantes, sorprendiéndolos temporalmente y permitiéndome  ganar algo de tiempo. Con agilidad, me  escabullí entre los árboles y me oculté en la maleza.

Los mercenarios, desconcertados por su escape momentáneo, comenzaron a buscarlo en medio del bosque. Aproveché  para moverme  sigilosamente a través de la maleza y encontrar un lugar más seguro.

Sabiendo  que no podría enfrentarme a ellos, empecé a perder la esperanza; pero su princesa le salvó. Tú me salvaste. Llegaste justo a tiempo, oí un pequeño relincho bastante familiar y me di cuenta de que era un caballo de mi castillo. Entraste de una manera épica, te enfrentaste a los mercenarios para salvarme. Fue un momento que quedaría grabado en mi memoria para siempre. Ibas con unos pantalones de montar a caballo y una blusa de esa, encima de esta una pequeña armadura resplandeciente que tapaba tu pecho. Apareciste en el momento adecuado como un destello de esperanza en medio de la adversidad.

Los mercenarios, que aún buscaban a Gonza en el bosque, se sobresaltaron al escuchar el sonido de un caballo galopando hacia ellos. Tú, mi princesa montabas, un corcel blanco imponente, te acercaste a ellos  con la mirada decidida y una expresión de valentía tu rostro.

 Alzaste tu espada  con elegancia y determinación, y hablaste  con voz firme:

"¡Deteneos, mercenarios! Vuestro cometido ha llegado a su fin. El Príncipe Gonza es un príncipe valioso  y no permitiré que su cabeza sea reclamada por codicia. Rendíos ahora y seréis tratados con justicia."

Los mercenarios, sorprendidos por la llegada de la princesa, se sintieron momentáneamente aturdidos. No esperaban una resistencia tan feroz.

No les diste  tiempo para reconsiderar sus hechos así que te abalanzaste sobre  contra ellos con la valentía de una líder dispuesta a protegerme. La batalla que se desató en el bosque fue épica. Espadas chocaron, flechas silbaron por el aire y el rugido de los corceles resonó en todo el lugar.

Con tu habilidad y liderazgo, comenzaste  a superar a los mercenarios. La valentía y la determinación; la persona de la que me estaba enamorando  infundieron respeto y temeridad  y pronto los mercenarios se vieron superados.

Te abriste camino hacia mí. Observaba la batalla con admiración y gratitud. Me ofreciste una mano, y juntos salimos del bosque, victoriosos.


Después de haberme rescatado de los mercenarios, ambos subimos a nuestros respectivos caballos, y cabalgamos hacia el castillo. Cuando llegamos mi padre nos estaba esperando bastante impaciente y cuando miramos la hora nos dimos cuenta de que era tarde y que deberíamos haber cenado hace ya una hora. No nos habíamos entretenido, pero la lucha contra los mercenarios había sido muy larga. Nos sentamos rápidamente en la mesa y cenamos un solomillo Wellington y algunas patatas. Cuando nos quedamos satisfechos nos fuimos a nuestra habitación. Nos lavamos la cara y los dientes y nos fuimos a dormir. Fue una noche bastante agotadora, había visto  tus habilidades en plena batalla, me habías demostrado que eras la persona más valiente que había conocido. Tu estilo en la batalla me había dejado perplejo. Me dormí soñando contigo y debido al cansancio mis párpados se cerraron dejando paso a un cumulo de sueños. 


Entre reinos rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora