Lucy Weasley y el Príncipe Mestizo ✔️ [Lucy Weasley IV]

36. La tumba blanca

Lucy se levantó temprano después de no haber dormido bien y empezó recoger todas sus cosas. Pelos, por primera vez en mucho tiempo, no se quejó de que le hubieran despertado, y sin decir nada, empezó a doblar calcetines.

Lucy se ató sus pañuelos azules al cuello y a la muñeca y se vistió de negro, y antes de salir del dormitorio con Hermione, se guardó el pequeño diario de Jonathan el Loco en el bolsillo de la chaqueta que un día había sido de Sirius. Cuando Hermione le preguntó qué le había pasado en la mano, Lucy contestó que la herida ya no sangraba y que cicatrizaría bien.

En el Gran Comedor, nadie parecía muy hambriento. La profesora McGonagall, había dejado la silla en forma de trono en medio de la mesa de profesores vacía, y la silla de Hagrid estaba vacía también; quizás Hagrid no era capaz de enfrentar el desayuno. La silla de Snape estaba sin ceremonia alguna, ocupada por Rufus Scrimgeour. Lucy se quedó mirando un momento sus ojos amarillos mientras estos recorrían el Gran Comedor, teniendo la sensación de que estaba buscando a Harry. Sin embargo, su atención se desvió por completo a su primo Percy cuando lo divisó entre el séquito del ministro de Magia. Se quedó quieta un momento, mirándolo fijamente, y Percy miró alrededor, incómodo; no veía a Lucy, pero sentía su mirada sobre él. Ron y Ginny lo habían visto también, pero ninguno sacó el tema.

En la mesa de Slytherin, Crabbe y Goyle estaban murmurando; se les veían extrañamente solos sin la alta y pálida figura de Malfoy entre ellos. Lucy no podía evitar preguntarse dónde estaría Draco y qué lo estaría obligando a hacer Voldemort bajo la amenaza de matarlo a él y a sus padres. Su voz asustadiza y su mirada llorosa rondaban constantemente su cabeza.

"La buscan y la matarán."

A Lucy aún le costaba procesar que la preocupación de Malfoy había sido genuina.

Despertó de su sopor cuando sintió que una mano tomaba la suya. Era Neville, sentado a su vera. La miró con un cariño profundo que le iluminaba el rostro, y Lucy sonrió levemente al sentir aquella calidez que la envolvía cada vez que Neville estaba cerca. Él besó su mano vendada, y entonces, el silencio se hizo en el Gran Comedor. La profesora McGonagall se había puesto en pie.

—Es casi la hora. Por favor seguid a los jefes de vuestras casas hacia los terrenos. Gryffindors, después de mí.

Lucy ayudó a Neville a ponerse en pie, y siguieron a sus compañeros en silencio. Divisó a Slughorn a la cabeza de la columna de Slytherin, usando una magnífica capa larga color verde esmeralda, bordada con plata. Nunca había visto a la profesora Sprout tan limpia, sin un solo parche en su sombrero, y cuando llegaron a la entrada, encontraron a Madame Pomfrey, con un velo negro que le daba hasta las rodillas, y a Filch, con un traje y corbata negros.

Se dirigían, como vio Lucy cuando llegaron a los escalones de piedra, hacia el lago. La calidez del sol acarició su rostro mientras seguían a la profesora McGonagall en silencio al lugar donde había miles de sillas colocadas en filas. Un pasillo se abría en el centro de ellas hasta llegar a una mesa de mármol, y todas las sillas estaban colocadas hacia ella. Era un bonito día de verano.

Una gran cantidad de gente ya se había sentado, gente de todo tipo. Lucy distinguió a varios conocidos. Vio a sus tíos Arthur y Molly acompañados por Bill, Fleur y los gemelos. Vio a Ojoloco Moody y a Kingley Shacklebolt recibiendo a Alvar, Gadea, Rob y Tamar. A Remus y Tonks tomados de las manos. A Madame Máxime, que usaba dos sillas y media; a Tom, el dueño del Caldero Chorreante; a la bajista del grupo de Las Brujas de MacBeth; al camarero del Cabeza de Puerco y a la bruja que empujaba el carrito de dulces en el Expreso de Hogwarts. Los fantasmas del castillo estaban también, casi invisibles por la luz brillante del sol, visibles solamente cuando se movían, brillando insubstancialmente en el aire. Varias hadas más llegaban también, y Lucy consiguió distinguir de qué hondonada eran algunas gracias a los escudos bordados de sus chaquetas, todas de tonos azules.