CAPITULO DOCE - LOS CUATRO

110 16 3
                                    

GUILLERMO

No sé cómo me he podido levantar a las ocho y trabajado cinco horas después de acostarme a las tres y media de la mañana. Quería irme más temprano, pero hasta que Carmen no dijo que debía irse a acostar, yo no me moví del pub y hubiese empatado la discoteca con el trabajo sin problemas.

Estaba en el cielo y en el infierno al mismo tiempo.

Nos quedamos en el restaurante hasta casi las once. Primero de tapeo y luego cenamos. Cuando pedimos la cuenta, le pregunté a Carmen si le molestaría que yo la pagase y luego ella me invitara a las copas en la discoteca y así hicimos, solo que en la discoteca solo pagamos la primera copa, porque después Tito se encargó de llenárnosla sin cobrarnos nada.

La verdad es que este verano no he salido mucho y estuvimos hablando con muchos amigos de mis primos que no me encontraba desde hacía tiempo.

Ya en la cena, Carmen se había encargado de volverme loco, mientras me tocaba casi inconscientemente, pero en la discoteca me metió mano, literalmente.

A mí, que nunca me habían tocado así, me tuvo babeando a su lado toda la noche. No me llegó a masturbar, aunque yo me hubiese dejado, incluso estuve a punto de irme al baño más de una vez para hacerlo yo mismo, pero me acariciaba por todo el cuerpo y, de vez en cuando, su mano rozaba mi erección hasta el punto de casi correrme allí mismo.

Yo no podía ser menos y la imité, aunque casi al acabar la noche nos escondimos en una esquina y mis manos se perdieron debajo de su blusa, tocando, por primera vez, los pechos de una chica.

Los gemidos de Carmen me dejaron peor que cuando me rozaba y no sé cómo no me la llevé al baño para acabar lo que habíamos empezado.

- ¿Te acabas de levantar? – me pregunta Eric, que entra en mi piso sin avisar, como siempre.

- Sí, pero esta mañana Leo me llevó a trabajar – le recuerdo.

- ¿Y Carmen? ¿No se quedó anoche? – me molesta mi primo.

- Sabes muy bien que no.

- Esa chica está tan necesitada como tú, se le nota – sigue de pesado.

- No la viste ayer, además, el que está necesitado es Tito. Deberías llamarlo – contraataco.

- Sí, podríamos quedar los cuatro el fin de semana.

- ¿Qué cuatro?

- Carmen, Tito, tú y yo – me dice y se queda tan pancho.

- Carmen y yo solo somos amigos – le recuerdo.

- Al igual que Tito y yo.

- Pero no esa clase de amigos – insisto.

- ¿Ah, no? ¿No la besaste anoche?

- Me volvió literalmente loco. Estoy seguro de que si me hubiese invitado a subir a su piso, cuando la acompañé en el taxi, la hubiese seguido como un corderito – me sincero.

- ¿Tan mal te dejó? – se burla Eric de mí.

- Llegué a mi piso y me tuve que masturbar dos veces – le cuento mi gran secreto.

Mi primo no me contesta, sino que se echa a reír. Me acuerdo de la primera vez que me vio dándome placer a mí mismo. Yo estaba en mi cuarto, a punto de correrme y él entró igual que Pedro por su casa, como siempre hace.

Como no ha sido la primera vez, ya me da un poco igual. Si no quiere verme que aprenda a tocar las puertas antes de entrar en una habitación cerrada.

- He pensado en mudarme definitivamente a mi habitación – me dice refiriéndose al cuarto donde se queda de vez en cuando, sobre todo, cuando tiene que ir a la facultad, puesto que le queda mucho más cerca desde mi piso que desde su casa.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora