La cabellera dorada danzó con el viento y los ojos avellanos que anteriormente solamente la miraban a ella ahora se encontraban observando con una sonrisa el rostro de porcelana de aquella extranjera.
Agatha sintió como su cuerpo temblaba y la mente se comenzaba a volver un manojo de nudos que no le dejaban pensar con claridad, las semillas que había estado escogiendo para sembrar cayeron al suelo mientras sus ojos marrones observaban pasar a quien hacía cinco días atrás había sido su pareja. Realmente no le extrañó. Mucho menos se sintió desdichada cuando observo la sortija que Egan le había dado a ella en manos de Nile, en ese instante no supo sí reír o llorar por lo ridícula que se vio hacía un par de meses atrás cuando decidió volver con el ateniense, y aunque le seguía atormentando aquella incógnita se juró que no volvería a pensar en aquello.
La castaña volteo la mirada y disculpándose con el vendedor tomó la cesta de mimbre para irse del Varvakeios Agora. El peplo danzo con el viento mientras algunos mechones de cabello sueltos hicieron lo mismo, mientras avanzaba hacia su hogar percibió de inmediato la mirada de algunas jóvenes que pasaban cerca, entre ellas logró ver a una de las chicas con las que bordaba y le dio un completo asco su hipocresía en esos momentos, ignorando a todos se dispuso entonces a seguir su camino hasta que llegó a la morada donde los niños espartanos le recibieron con alegría.
—¡σωτήρας! ¡Mira!— Exclamó Orien extendiendo un recipiente de vidrio tapado donde se podían ver varios cuerpos de un color ocre rojizo moviéndose en círculos en medio del agua.
—¿Que son niños?— Inquirió curiosa al momento en que tomaba entre sus manos el recipiente y lo examinaba a contraluz; notando que los bichitos tenían ojos y aletas casi transparentes.
—Son renacuajos. Atrapamos muchos, σωτήρας— Explico orgulloso Miles siendo secundado por el menor que asintió con entusiasmo.
La castaña trago grueso, sintió un escalofrío recorrerle desde la cabeza hasta los pies y simplemente atinó a dejar el recipiente en las manos de los niños mientras formaba una sonrisa nerviosa. Ella detestaba en gran medida a los anfibios, reptiles y todo aquello que presentara una amenaza.
—¿Estas asustada σωτήρας?— Pregunto el menor con una sonrisa divertida que hizo sonrojar avergonzada a la mayor.
—¿Yo? Que va— Respondió entre risas nerviosas mientras observaba cada vez el recipiente. Los niños se burlaron un rato más mientras la chica de tez trigueña se excusaba entre risas, eso hasta que el llamado de su madre desde el umbral de la puerta le hizo alzar la mirada.— Voy con mi madre. No se alejen tanto y suelten a los pobres renacuajos de una vez.
Los dos espartanos asintieron entre risas antes de comenzar a corretear al pequeño riachuelo que se encontraba cerca del hogar de la delfiense, por mientras, la castaña se adentro con la madre yendo ambas a la mesa donde tomaron asiento una frente a la otra.
La progenitora no dijo nada, salvo el hecho de deslizar una talega sobre la mesa, Agatha lo tomo con extrañeza y al momento de abrirlo encontró dentro varias tetradracmas, los ojos marrones se alzaron mirando de una manera curiosa a su madre que aguardaba por su reacción.
—Son todos los ahorros, es más que suficiente para irnos de nuevo a Corinto— Expresó con una suavidad que podría igualarse a la seda, sus cansados fanales observaron divertidos la expresión ofuscada de la menor que le miró como si le hubieran concedido el mas grande deseo.
—¿Es enserio? ¿Regresaremos? ¿Podre ver de nuevo a mis amigos?— Inquirió con una sonrisa radiante al momento en que apoyó sus manos sobre la mesa para alzarse con entusiasmo, sin embargo, tras unos segundos recapacito y trato de tranquilizarse.— Pero... ¿Que ocurrirá con Miles y Orien? No pueden quedarse en Atenas porque...
—Bien lo se querida, por eso vendrán con nosotras. En Corinto de seguro encontrarán una buena familia.
Agatha estaba feliz, con aquello agradecido a su madre con un largo abrazo antes de irse a su habitación donde busco un trozo de papiro y el pincel, se sentó para escribir a las chicas que le esperaban en Corinto un simple [ Estoy feliz ], luego cuando el punto y final fue colocado se detuvo, tenía unas ansias inmensas de escribir otra carta; una que tuviera por destinatario a Calixto.
Los ojos marrones se volvieron inquietos cuando observo el papiro limpio, sin una sola mancha de tinta, y entonces dudo. Realmente no quería que sus sentimientos de agradecimiento fueran mal interpretados por un corazón que no sabía si la habita superado, sin embargo, bajo el pincel y dejo que las suaves cerdas del este se deslizaron sobre el papiro donde solamente escribió unas cuatro ínfimas líneas de sentimientos revoltosos y macilentos.Transcurrieron tan solo cuatros días, en los cuales Agatha trató de despedirse formalmente de aquellas chicas con las que solía bordar, también fue a ver al mentor y comandante del ejercito que ahora instruía a nuevos aspirantes a guerreros, entre ambos no hubo necesidad de palabras solamente bastó que se vieran por un corto tiempo y el adulto hiciera una inclinación del dorso a la femenina en sinónimo de agradecimiento por toda la ayuda. Nadie sabía de los planes de la chica, es más a ninguno de sus conocidos en Atenas les dijo exactamente que se iba, solamente se dispuso a pasar más tiempo de lo usual.
Aquella última tarde que pasaría en la ciudad ateniense la chica se encamino hacia el hogar donde Calixto habitaba, se acercó con sigilo abriendo la puerta principal observando con una sonrisa el pequeño altar de la diosa Hestia, luego se dirigió al amplio ventanal donde dejó rápidamente la carta junto unos panecillos de mantequilla que compró en el mercado antes de salir corriendo de la escena y regresar temprano a casa. La noche fue casi un goce para los menores, quienes al enterarse que partirían al día siguiente fueron a empacar sus pocas pertenencias, la castaña los siguió sonriendo enternecida y viendo el recipiente de vidrio totalmente vació sobre el escritorio, sonriendo de medio lado se dispuso a cubrir a los infantes con las frazadas para luego despedirse.
—Duerman bien, mañana será un largo día.
—Buenas noches σωτήρας.
Ambos niños se despidieron con aquel peculiar apodo que le colocaron a la mayor por haberlos salvado de las manos de aquel malvado guerrero que les capturó, los párpados de los menores pesaban y al final se rindieron al peso inexistente que se encontraba sobre sus ojos para caer rendido a los brazos de Morfeo.
...
Despertaron con los primeros rayos del alba, tomaron apenas lo indispensable y salieron para encontrarse con otras personas que también partían hacia Corinto, la mayoría eran comerciantes que buscaban nuevas fronteras donde el rubro se pudiera vender adecuadamente, otros eran mujeres; aquella que ahora eran viudas por esta amarga guerrera que les arrebató a sus esposos o hijos, luego estaban su madre, los dos niños espartanos y ella; iban compartiendo la carreta con otras mujeres que con amabilidad les ofrecieron una frazada para el clima horrendo de la noche.
La caravana no se detuvo, salvo quizás para comer, descansar adecuadamente o al final del octavo día que tuvieron que abastecerse en Megáride. Los niños y Agatha se maravillaron con el amplio puerto a donde barcos con cargamentos desconocidos llegaban a cada momento, también notaron curiosos aquellos mariscos que eran colocados sobre las tablas de maderas para hacer exhibición de ellos, más allá en el mar; estaban los pescadores en las canoas junto a sus redes de pesca mientras otros tenían en sus manos lanzas con las cuales cazaban a los pescados más escurridizos.
Megáride aún se estaba recomponiendo de aquella emboscada que Atenas le había hecho, sin embargo, pese a tener muy poco que ofrecerles a los viajeros les permitieron abastecer de algunos granos junto a una deliciosa cena al estilo mediterráneo. Aquella noche, mientras Miles y Orien jugaban con aquellos jóvenes megarenses, Agatha se dedicó a observar la luna, aquella que siempre veía desde su alcoba en Atenas; sin embargo, esta vez parecía diferente a ese entonces pues entre el fulgor de las estrellas que titilaban en el inmenso cosmos le hacían parecer más exótica y mística que nunca.
Partieron al día siguiente despidiéndose de aquella ciudad que quedaba en medio de su travesía, durante el camino la castaña iba pendiente del paisaje y de vez en cuando intercambiado palabra con su madre o los niños, al cabo de tres días más dentro de aquella carreta los ojos marrones de Agatha vislumbraron los cimientos de su amado Corinto. Apenas el caballo iba deteniéndose cuando la chica salto del transporte para correr hacia la entrada de la ciudad y atravesar el arco que le daba la bienvenida de nuevo a su hogar.
—Volví, ya estoy aquí._____________________________________
↬ σωτήρας: Salvadora
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ᴛᴡᴏ ᴛᴡɪɴ ғʟᴀᴍᴇs ᴅᴇsᴛɪɴᴇᴅ ɴᴏᴛ ᴛᴏ ʙᴇ ᴛᴏɢᴇᴛʜᴇʀ
Novela Juvenil«𝐅𝐢𝐠𝐮𝐫𝐚́𝐬𝐞𝐦𝐞, 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐚𝐡𝐨𝐫𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞𝐬 𝐡𝐚𝐧 𝐢𝐠𝐧𝐨𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧𝐭𝐞𝐫𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐥 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫 𝐝𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫; 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐢 𝐥𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐢𝐞𝐬𝐞𝐧, 𝐥𝐞 𝐥𝐞𝐯𝐚𝐧𝐭𝐚𝐫𝐢́𝐚𝐧 𝐭𝐞𝐦𝐩𝐥𝐨𝐬 𝐲 𝐚...