𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑𝟎

2 1 0
                                    

Comenzó un nuevo día y Agatha a primeras horas de la mañana se dispuso abandonar la casa para explorar de nuevo las estrechas calles de Corinto y sentir el ambiente animado al cual estaba acostumbrada. Salió dejando las zapatillas en la entrada como generalmente todos hacían y se dispuso a llegar al mercado público donde encontró un ambiente de familiaridad entre todos los transeúntes; algunos la reconocieron y comenzaron a saludarla antes de que cada uno siguiera su camino. Durante el recorrido la castaña notó que algunas cosas habían cambiado mientras otras seguían intactas, también logró divisar a personas de diferentes tonos de piel junto a ropas extrañas que hablaban con un acento extranjeros que los delataba a leguas.

Entre callejones estrechos y conversaciones en un perfecto griego la delfiense se encaminó, tomo su cabello dándole un giro para luego alzarlo y comenzar hacerse un chongo improvisado, se arremangó un poco el peplo utilizando el cinto de cuero para ajustarlo y que quedase apenas rozando las rodillas. Cuando se detuvo al frente de los primeros árboles percibió aquella adrenalina recorrerle la boca del estómago para luego llegar a la nuca, y antes siquiera de poder borrar aquella sonrisa de su rostro se echó a correr hasta internarse en medio del bosque.

Corría, apoyando apenas las puntas de sus pies para tras el impulso dar un salto hacia las raíces sobresalientes del árbol; en ese instante percibió la humedad de la tierra, el viento fresco acariciándole las mejillas, el trinar de las aves y las hojas de las ramas que le rozaron el brazo mientras corría entre los troncos. A la lejanía escucho el murmullo de un río junto a una entonación que conocía demasiado bien.

Agatha salto a la raíz sobresaliente el roble que se encontraba cercano a un pequeño levantamiento de tierra, su respiración estaba agitada y mientras trataba de tranquilizarla se fijó en aquella muchacha que se encontraba inclinada sobre el agua mientras lavaba algunas prendas, una sonrisa divertida se posó en el rostro trigueño, con sigilo descendió del levantamiento de tierra y cuando sus pies tocaron el agua se aseguro de pisar bien las rocas que sobresalían apenas del líquido. Se acercó, sus ojos de cazadora estudiaban a la chica que distraída aún no se percataba de su presencia y cuando estuvo cerca, alzó sus manos para tomar a la contraria por la cintura y apretarla levente.

—¡Ay mamá, un maldito bagre!— Exclamó al momento en que se giraba e intentaba quitarse de encima al pez.

—¡Oye! ¡Soy mucho mas bonita que un bagre, idiota!— Entre risas la delfiense refuto aquello mientras escuchaba los pasos apresurados de otras personas.

—¡Daira!

—¿¡Que ocurrió!?

—¿¡Estas bien!?

Tras aquellas exclamaciones preocupadas se materializaron tres figuras; todas con estaturas intermedias, con pieles que contrastaba con las contrarias y características únicas. Las cuatro chicas se quedaron mirando con emociones entremezclada a la castaña quien solamente atino a sonreír levemente antes de hablar.

—Regrese, chicas.

Expresó la delfiense observándolas a todas, sin quererlo rememoro cada recuerdo especial que tenía de las muchachas, aquellos momentos en que rompieron el estereotipo de señorita perfecta y terminaron por hacer lo que quisieron. Agatha las observó a todas, como si hubiera vuelto a descubrir ese bello tesoro que estuvo escondido durante mucho tiempo en las ruinas de un viejo templo.
Las chicas le miraron, le analizaron, sus ojos azorados acompañaron el momento de silencio que se formó antes de que cayeran en cuenta que la contraria se encontraba frente a ellas.

—¡Agatha!— Gritaron todas antes de acercarse a la recién llegada.

—¡Volviste!— Exclamó de primera Daira que sin esperar siquiera un poco atrajo a la baja hacia sus brazos.— Pensaba que nunca más nos volveríamos a ver de nuevo.

La castaña dejo escapar una risa ante el comentario de la chica alta que sobrepasaba a la mayor de todas, tenía diecisiete años, la piel era algo bronceada y sus ojos hacían un juego azabache perfecto con el cabello que en ese instante llevaba recogido en dos trenzas, el peplo era blanco y sencillo sujeto por un cinto. 

ᴛᴡᴏ ᴛᴡɪɴ ғʟᴀᴍᴇs ᴅᴇsᴛɪɴᴇᴅ ɴᴏᴛ ᴛᴏ ʙᴇ ᴛᴏɢᴇᴛʜᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora