19.- Asalto al Ministerio de Defensa (3/3)

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Miré hacia arriba. Cecil tenía tantos cortes por todos lados que parecía que se había duchado con trozos de vidrio roto. Un tajo en la frente emanaba tanta sangre que le impedía abrir un ojo. Me puse de pie para tomarle la cara.

—¿Estás bien?— inquirí preocupada.

—Sí... sí, descuida. No pensé que lo salvaras, es todo.

Miré otra vez al asesino a nuestros pies. Sabía que no se iba a incorporar, pero aun así me daba escalofríos andar cerca.

—Disculpa... por usar la poción que me diste en él. Déjame pagártela cuando volvamos.

Mas Cecil negó con la cabeza.

—No, L. Eso es lo que haces, salvas gente, no te impediré eso... no siempre.

Sonreí, contenta. Sentí ganas de agradecerle, pero me imaginé que eso estaría de más.

—Pero no te daré mi poción para salvar a otra persona— alegó— te quedaste sin pociones, señorita.

—Está bien.

—Vamos, debemos continuar— apremió.

Seguimos nuestro camino hacia las escaleras, un poco más cautos. No creíamos que hubiera muchos más guardias desde ahí al último piso, pero no podíamos permitirnos más tropiezos como ese.

Para nuestra fortuna, las escaleras estaban completamente vacías. Mientras subíamos me surgió una duda.

—¿Cómo conseguiste derrotarlo?— le pregunté— se movía bastante rápido.

—No tanto como tu amigo fantasma o como Trenak— indicó él— creo que me habría matado de inmediato de haber atacado con todo. Esos círculos que hicieron al principio, lo hicieron para estudiarnos. Evitó exponerse completamente con un ataque que lo dejara vulnerable, así que me hizo estos tajos superficiales. Pero eso me dio tiempo suficiente a mí para estudiarlo a él y contraatacar. De haberme demorado un par de segundos más, creo que me habría enterrado ese cuchillo por la espalda.

—Vaya, qué analítico— observé.

Cecil resopló en un gesto soberbio.

—Quizás no iguale tu velocidad, pero soy bueno pensando rápido... era mi mejor arma en las calles.

De pronto agachó la cabeza. No podía verle la cara bajo la máscara, pero supe que tenía el ceño fruncido. Le tomé la mano. Él me miró. Yo no tenía nada que decirle, no podía borrar sus años de pobreza y odio, solo podía acompañarlo.

Subimos casi en completo silencio las escaleras. A pesar de que nos bloqueaban el camino paredes de seguridad, solo fueron pequeños retrasos. Ascendimos más lento que antes, tomándonos nuestro tiempo para estar listos si sucedía otra pelea.

Finalmente llegamos al piso 60, el penúltimo antes de la oficina de Alimari. Detrás de la puerta de las escaleras lo sentía claramente, había tenido tiempo de sobra para identificar la posición de su múnima. Admito que me daba un poco de miedo abrir esa puerta... no, no solo un poco. Estaba aterrada. Había sobrevivido a él en dos ocasiones, apenas por los pelos. Ir a enfrentarlo parecía un suicidio tonto.

Entonces sentí la mano de Cecil sobre la mía.

—Podemos volver— me aseguró— no tenemos que hacerlo si no te sientes preparada.

Suspiré. Pensé en esa posibilidad, de verdad lo hice. Detrás de esa puerta casi podía vernos muertos, mis últimos momentos dolorosos. Quise tomarle la palabra, quise dar media vuelta, pero sabía que si lo hacía, solo sería peor. Aunque fuera difícil y arriesgado, ese era el mejor camino a seguir.

La Helada Garra de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora