Alguien derramó un líquido espeso sobre mi hombro, a la vez que una mano lo frotaba apresurada.
Aún estaba helada. Me pregunté si estaba en el infierno. Intenté abrir los ojos, pero para ni eso tenía fuerzas.
Creo que escuché a alguien llamándome, no estoy segura.
Aún me dolía, bastante.
—¿Cuánto tiempo voy a estar agonizando?— me pregunté.
—¡Lili, no te vayas!— gritó alguien.
Yo conocía esa voz, era de Cecil.
—¡Lili, vamos, aún no terminamos!— gimoteó.
Lo decía como si me apurara a levantarme a trabajar, pero su voz sonaba rota, como si llorara.
Por fin conseguí abrir los ojos. Todo estaba tan frío que pensaba que había nieve, pero no, estábamos en un edificio, el mismo ministerio de defensa. No me había movido del lugar donde morí... o de donde pensé que había muerto.
Encima de mí estaba Cecil, con la cara arrugada de la preocupación y las lágrimas desbordándose por sus mejillas. Las gotas iban limpiándole la sangre que tenía alrededor de la boca.
—Ce...— intenté decir su nombre, pero con suerte podía respirar. El aire helado me hacía daño en los pulmones— Ce... cil.
—¡Sí, soy yo!— exclamó, esperanzado al fin— ¡Soy tu Cecil! ¡Vamos, Lili, quédate con nosotros! ¡No te permito irte a ningún lado! ¡No se te ocurra cerrar los ojos!
¿De qué estaba hablando? No le entendía.
En eso miré a un lado, preguntándome qué había sido de Serva, pero me bloqueaban la vista dos figuras grandes: una pared de plumas rojas y otra pared de capa oscura. Al mirar arriba, noté que se trataba de Veraz y Gretos, mis amigos, pero ellos no me miraban a mí, sino que me daban la espalda.
—Ho...— intenté saludarlos, pero no lo conseguí.
Estaba muy cansada, los párpados me pesaban, quizás si me dormía despertaba en un lugar más calentito.
Pero Cecil me dio unas cachetadas.
—¡No se te ocurra dormirte! ¡Quédate conmigo, mierda!
Parecía determinado a mantenerme despierta, así que evité cerrar los ojos más que para parpadear.
Poco a poco fui despertando. Recordé mi enfrentamiento con Serva y mis últimos desesperados momentos con Cecil. Lo miré, extrañada. Él parecía bien.
—¿Cómo se sanó?— me pregunté, desconcertada— es imposible que hubiera sido yo ¿Qué pasó?
—Ninguno de ustedes puede salir vivo de aquí— escuché a Serva.
Me di cuenta que habían estado conversando, ella y mis amigos, o más bien discutiendo. Al mirar a Veraz y Gretos de nuevo, me di cuenta de lo tensos que estaban.
—Como dije: no nos subestimes— alegó Veraz.
Él y Gretos se prepararon para hacerle frente. Serva solo dejó escapar una risita malévola.
—¿Quieren que los destripe aquí? Bien, por mí no hay problema. A mi múnima le encantan los débiles, después de todo.
—¡Cecil, llévate a Lili!— exclamó Gretos.
Veraz se lanzó contra Serva, seguido de cerca de Gretos. Veraz le mandó un combo explosivo que hizo retumbar la pared del fondo, pero que ella esquivó sin problemas. Gretos la arremetió con su lanza. La pilló en medio del aire, pero aun así Serva giró su cuerpo entero para eludirla. Ambos intentaron atacarla de nuevo, pero esta se encaramó a la espalda de Gretos, se bajó de él del otro lado y saltó sobre Veraz sin permitirle que le tocara un pelo. Entonces se detuvo. No necesitó pelear más, porque ambos chicos cayeron agachados. Gretos se llevó una mano a la espalda, Veraz al antebrazo. Ambos comenzaron a respirar agitadamente. Rugieron como bestias feroces.
ESTÁS LEYENDO
La Helada Garra de la Muerte
AventureSecuela de De las Sombras al Corazón. La Helada Garra de la Muerte continúa la historia de Liliana poco tiempo después del final del libro anterior. Esta vez, deberá probarse y entrenar para convertirse en una sombra.