-Preparativos para huir

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Por otro lado, el mayordomo chasqueo los dedos y las personas bajo su mando comenzaron a moverse, guiando de prisa a los jóvenes quienes obedecieron sin rechiste, deteniendo la duquesa el caminar de quien creía era su hija.

–Luego de esta noche –la tomo del rostro– serás libre mi princesa –dejo caer una lágrima de felicidad, mientras las manos se deslizaban por la piel dejándola ir, observando como las sirvientas escoltaban a la amada hija que ahora era libre de la maldición, .

–Señor Evans, el momento a llegado –sostuvo a la amada esposa entre sus brazos, antes de verla partir bajo la seguridad de la líder de servidumbre–. El momento por el que me he estado preparando ha llegado.

El hombre comprendió las palabras del dueño de la mansión, emprendiendo ambos la caminata hasta el despacho principal, indicando a uno de los lacayos menores que alistaran el carruaje de escape con las cosas correspondientes a la orden de emergencia.

Un golpe en seco, dejo el acceso a la habitación destinada, apresurándose el hombre a descolgar el cuadro de la actual familia, revelando la bóveda secreta que solo el mayordomo y el conocían.

–Sabía que este día llegaría –tomo dos minúsculas esferas oscuras, colocándolas sobre dos anillos diferentes que encajaron a la perfección como decoración.

–Mi señor, eso significa que...

–Exacto señor Evans –retrocedió un paso, girándose para estar frente al hombre mayor–. Esta noche he reafirmado mi descontento hacia la familia dorada. Y he intentado reclamar la cabeza de quién se sienta en el trono.

La sorpresa en el rostro del hombre no tardó en hacer presencia, volviéndose consiente de la gravedad del asunto.

–La persecución a iniciado, mi leal amigo –coloco la mano en el hombro del mayordomo, entregándole uno de los anillos–. Lo mejor es desaparecer de toda vista –suspiro bajo–. Y abandonar este lugar como lo había planeado en el pasado.

Lamentando el momento llegado, le quito el segundo anillo a su amo, dotándose del privilegió de colocarlo en la mano izquierda, dedo índice, como muestra de lealtad y una larga despedida.

–Igual al día en que lo conocí, juro por mi vida seguir sus palabras sin objeción y duda. No importa donde valla o lo que haga, yo lo seguiré devotamente –llevo la mano ajena hasta la frente, cerrando los ojos en el acto.

–Siempre serás más un amigo que un sirviente.

Dedico una sonrisa al hombre, rompiendo el momento para proseguir con los planes.

–Ejecutare de inmediato el código.

–Bien, la bóveda quedará abierta para que tomes los papeles necesarios. Una vez me valla, ciérrala al terminar –camino de prisa a la salida–. Sé que mi desgracia será beneficiosa para ese bastardo aprovechador.

–Entendido mi señor –hizo una reverencia–. Lo veré en el vestíbulo con todo listo.

–Te lo encargo amigo –dibujo una sonrisa en los labios, desapareciendo del lugar para buscar algo mejor apropiado de vestir y pasar desapercibido.

La mansión llena de gloria que en su momento llegó a ser envidiada, ahora contenía personas moviéndose con desesperación y cuidado. Cada uno ejecutando la última orden que debían obedecer y para la cual, se habían preparada desde hace muchos años atrás.

Mientras tanto, las sirvientas de la dama joven, la habían vestido con prendas sencillas y nada nobles, con la intención de que no destacará, preparando por separado, una valija en donde depositaron lo necesario para usar: tres vestidos casuales y corrientes, un peine y algunas ligas para el cabello junto a suficiente ropa interior esencial de una mujer. Todo bajo las órdenes de la duquesa y cero opiniones de la chica.

Yo no quiero las PerlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora