CAPITULO DIECISIETE - A PARTIR DE AHORA

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CARMEN

Nunca he sido una obsesa del sexo, pero no paro de pensar en que Guillermo me hizo correrme cuatro veces antes de acabar dormida del agotamiento y cuando por la mañana me desperté, él estaba entre mis piernas haciendo que volviese a disfrutar como si la vida se le fuese en ello.

¡Joder! A partir de ahora solo recomendaré el sexo con un ciego, aunque no con Guillermo. A él lo quiero solo para mí.

- ¡Por fin te has dignado a aparecer! – me riñe Magda, posiblemente, porque son las once y media de la mañana y no he dado señales de vida en todo el día.

- Me he levantado temprano, desayunado en condiciones y vuelto a acostar. No es mi culpa que os levantéis pasadas las nueve – les hago saber.

- Hemos visto irse a Guillermo hace más de una hora – se queja ahora Concha.

- Su tía lo llamó para contarle que unos parientes llegaron anoche de visita y querían verlo – les explico.

- A Concha se le ocurrió apagar la luz cuando se iba y se dio cuenta. ¡Qué vergüenza, Carmen! – exclama molesta Magda.

- ¿Por qué? – me intereso.

- Parecía que podía ver. No es que no creyera que fuese ciego, pero caminaba por el piso como si viese todo, así que pensé en apagar la luz y que se mandara un buen porrazo – me cuenta la loca de Concha.

- No ve, solo se aprende el lugar de las cosas y si has cambiado algo de sitio se da un porrazo, pero sigue.

- Bueno, al menos habéis tenido sexo por fin – se alegra Magda.

- No hemos tenido sexo, solo hemos hecho algunas cosas, pero no me voy a quejar – les digo recordando en cómo me despertó hace apenas unas horas.

- ¿Por qué no?

- Porque quiere ir poco a poco. En el fondo, lo entiendo. Nunca ha estado con una chica y no quiere hacerlo todo corriendo. A nosotras nos pasó lo mismo con nuestro primer novio – les recuerdo.

- Supuse que los chicos eran diferentes, que les daba igual todo.

- Pues no a todos. De hecho, ni siquiera me permitió que lo tocase – me sincero.

- ¿No os tocasteis? – desconfía Concha.

- Él a mí, sí – le respondo tranquila.

- Estás hecha una loba – me dice Concha, más contenta que unas castañuelas.

Anoche no nos acostamos tarde, al contrario, ni siquiera salimos de la cama para cenar y por eso a las ocho ya estábamos los dos en la cocina desayunando.

Sin embargo, no dormimos mucho. No todo fueron masajes y orgasmos, también hablamos de todo un poco. Él estaba más preguntón que de costumbre y quiso saber todo sobre mis padres, mi hermana, mis vecinos y mis abuelos.

Cuando le dije que mi nombre completo es Carmen Ortega Lennox y que mis abuelos maternos provienen de Escocia, se quedó maravillado. Su padre es alemán, algo que yo también desconocía, por lo que entiende lo que es tener que ir a ver a los abuelos a su país de residencia casi todos los veranos o Navidades.

A mi hermana y a mí nos encantaba irnos un mes a ver a mis abuelos a Edimburgo en verano. Nuestros vecinos eran muy divertidos y siempre nos lo pasábamos bien. Hasta que, cuando cumplí los dieciséis, mi hermana se lio con un hijo de los vecinos y se enteró mi abuelo y ya no volvimos más. Ahora vienen ellos a vernos a nosotros.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora