(Se recomienda leer después de Hasta que las estrellas dejen de brillar pero no es necesario para entender la historia).
Cualquiera que ve a Allan White piensa que su vida es perfecta y que no hay dolor en su corazón, pero la verdad es que solo fin...
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Lo último que esperaba era que mis padres vinieran a Texas solo por el capricho de conocer a Mica.
Me siento frustrado y estresado porque no sé cómo puede salir esto. Ayer, luego de llegar, dijeron que hoy querían cenar con nosotros. En un principio, querían ir a un restaurante pero acabé convenciéndolos de quedarnos en casa. Así al menos tendré a Zack y Allie como apoyo.
Saco la carne del horno justo cuando mi amigo se acerca.
—Demonios, Allan, tu madre es… Intensa.
Suspiro.
—Lo es. Mucho.
—¿Tienes miedo?
Suspiro.
—Por supuesto que tengo miedo. Mamá querrá saber hasta el grupo sanguíneo de Mica. No quiero que la incomode.
Durante varios minutos, no responde. Luego me da un apretón en el hombro.
—Estoy seguro de que todo saldrá bien. Mica puede manejarlo.
Asiento aunque yo no estoy tan seguro.
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En la mesa, mi madre habla con mi padre en voz baja mientras Allie le cuenta a Mica que consiguió un empleo en una tienda de ropa pero aún así se quedará aquí porque le gusta mucho vivir con Zack. Termino de servir la comida y me siento, tenso.
—Entonces, Mica —comienza mamá—. Eres de Uruguay, ¿cierto? —Mica asiente—. Debe ser difícil estar en un país extranjero, tan lejos de casa. Con un idioma diferente. Allí hablan portugués, ¿verdad?
Mica aprieta los labios.
—Uhm no, señora. Hablamos español.
—Oh, lo siento. No lo sabía. —Estoy seguro de que lo sabía pero no digo nada, no quiero estropearlo todo tan pronto.
—No hay problema. Sí es difícil pero ya llevo casi dos años aquí. Me gusta mucho Texas.
—Ay, yo lo detesto. Demasiada humedad en el verano y demasiado frío en el invierno. No entiendo por qué Allan quiso venir aquí.
Mis manos aprietan los cubiertos hasta que mis nudillos se ponen blancos.
Mica me mira de reojo.
—Creo que Texas es una ciudad preciosa y a Allan me va muy bien aquí.
—Mejor le iría en Nueva York. O en Chicago. O incluso San Francisco.
Creo que mis dientes hacen un sonido porque mamá me mira con una sonrisa demasiado grande. Mica toma mi mano por debajo de la mesa y la aprieta.
—Sabes que quería intentarlo en un lugar que estuviera lejos de ustedes. De su influencia.
Su ceño se frunce.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué seríamos capaces de pagar para que te fuera bien?
Mamá suena horrorizada pero yo sé que lo harían. Al menos ella.
—No. Lo siento.
Ella asiente y vuelve su atención hacia Mica.
—¿Y qué estudias, cariño?
—Fotografía.
Amo que suene tan emocionada y orgullosa de sí misma.
Y odio lo que mi madre hace a continuación.
—Oh, ¿y hay algún lugar dónde se puedan ver tus fotos?
Mica se remueve, incómoda.
—Aún no. Es mi plan a futuro pero…
—Emilie está teniendo mucho éxito, ¿sabes, Allan? —la interrumpe, mirándome—. Sus pinturas se exponen en galerías de vez en cuando. No tengo dudas de que logrará grandes cosas.
El agarre de Mica se suelta un poco pero yo la sostengo con más fuerza.
—No creo que sea necesario…
—¿Y trabajas, Mica?
Esta vez, tarda más en contestar.
—Sí, en una librería.
Mamá hace una mueca.
—¿Y no piensas trabajar en algo más… profesional? Quiero decir, tienes 20 años. Emilie trabaja en…
—¡Basta! —estallo—. Todo lo que has hecho es hacerle preguntas y compararla con Emilie. Eso no está bien.
Por un momento, luce desencajada. Luego se recompone.
—Es normal que como madre esté preocupada por…
—Lo único en lo que deberías pensar es en que soy feliz. En que encontré a alguien con quien me siento bien, alguien a quien amo. ¿Eso no es suficiente?
No responde.
Sacudo la cabeza, resignado y tiro de Mica para que se ponga de pie.
—Cuando vuelva, no quiero verlos aquí —digo antes de irme.
Caminamos por las frías calles de Texas hasta que nos detenemos en una cafetería. Entramos, nos sentamos y yo apoyo la cabeza en su hombro. Ella apoya la suya sobre la mía.
—Lo siento —murmuro.
Ella no dice nada durante varios minutos.
—Dijiste… —Se aclara la garganta—. Antes de irnos. Le dijiste a tu madre que… que me amas. ¿Eso es cierto?
Me tenso y luego me enderezo para poder verla a los ojos.
—¿Dije eso? —Asiente. Me paso la mano por el pelo y suelto una risa suave—. Okay, esa no era la manera en la que quería decirlo.
—¿Entonces es cierto? —vuelve a preguntar, impaciente.
—Por supuesto que es cierto, Mica. ¿Cómo podría no amarte? Eres la mujer más increíble que he conocido en mi vida.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—También te amo, Allan —murmura—. Te amo tanto.
Sonrío, seco sus lágrimas y la beso.
Es un beso suave, diferente a los que hemos compartido estos últimos días.
Es un beso en el cual nos decimos que nos amamos y que somos felices.