El sol rojo se ocultaba detrás de las montañas, cubriendo el paisaje con una sombra color añil. A orillas de la grieta, los gritos de los fieles ya no resonaban con la misma intensidad ni frecuencia. Morrigan se acercó a un hombre sentado sobre los escombros. Tenía la pierna derecha cercenada desde la rodilla.
—Sería bueno que mordieras algo —dijo Morrigan con voz de hielo. El hombre la miró a los ojos por un segundo. Tomó un pedazo de madera, lo envolvió a duras penas con el trozo de tela que cubría su muñón, respiró hondo, muy hondo y mordió con fuerza.
—Extiende la pierna —Le ordenó la hechicera y el hombre así lo hizo.
Entonces, pronunció el hechizo:
—Praedaquia: Flammaris parvi
De la mano de la mujer salió una llama que tocó el muñón ensangrentado. La fuerza de la mandíbula del hombre hizo crujir la madera y su rostro dibujó un grito ahogado que no terminó, incluso después de que Morrigan terminara de cauterizar la herida.
Mientras tanto, unos pasos más allá, Terú encontró a una mujer que yacía en suelo con la respiración lenta y entrecortada, rascándose con gesto débil y torpe, las ampollas que cubrían casi la mitad de su cuerpo, producto del contacto con los vellos urticantes de la criatura.
—No te preocupes, ya estoy aquí. —Dijo Teru. Juntó sus manos y las colocó a la altura del vientre de la mujer. Respiró profundo y pronunció su hechizo:
—alterquia, nivel uno: wellion solesti —sus manos se iluminaron y las ampollas comenzaron a reventarse, secar y cicatrizar. Al poco tiempo, casi no quedaban rastros de ninguna lesión.
—He curado la mayoría de tu cuerpo y detenido el avance del veneno. Ojalá pudiera hacer más. Ahora debo irme.
A pocos pasos, recostado a unos frailejones, un hombre pedía ayuda a gritos, mientras levantaba lo que quedaba de su pierna izquierda. Teru intentó incorporarse, pero la mujer la agarró de la mano y agachó la cabeza en un gesto de agradecimiento. Al subir la mirada, se encontró con tres pequeñas ampollas en el brazo de la pequeña alterda, quien solo alcanzó a decir «no te preocupes, estaré bien.» para ir de inmediato con aquel hombre.
—Déjalo. Yo me encargo de las amputaciones y heridas profundas —dijo Morrigan antes que Teru pudiera siquiera acercarse.
—¡No me des órdenes! —respondió Teru, con el ceño fruncido.
—Muestrame los brazos, las piernas y la espalda —continuó Morrigan, con un tono altivo al que Teru reaccionó con una mueca.
—Ya tienes suficiente con las quemaduras y los cráneos rotos. —finalizó.
Terú miró a Morrigan a los ojos, por unos segundos, con el rostro desencajado, Morrigan le sostuvo la mirada y no volvieron a cruzar palabra hasta terminar su trabajo.
Al mismo tiempo, reunidos por Kol, algunos voluntarios improvisaron una brigada de búsqueda y rescate, pero pasada una hora de apartar escombros, no encontraron a nadie con vida. A lo lejos, escucharon el relinchar de un puñado de caballos que habían escapado hasta llegar a una hondonada. Los trajeron de regreso y después, con los restos de algunas carretas destruidas hicieron camillas con las cuales poder transportar los cuerpos hasta la aldea de los Roinnasi y darle la sepultura que dicta su fe.
Al cabo de un tiempo, Lucien dio la orden de retirada. Las camillas eran insuficientes para tantos muertos, por eso las pocas carretas restantes estaban repletas. Ronko decidió dejar a Egger al cuidado de Lluvia en una de ellas y se dirigió hacia relámpago, que había vuelto sólo, mucho antes de que se encontraran a los otros caballos. Su respiración era rápida, más de lo normal, daba pequeños saltos y movía sus patas cambiando de posición de manera constante. Ronko intentó acercarse, pero relámpago retrocedió unos pasos, entonces, lo miró a los ojos y caminó en círculos alrededor de él mientras poco a poco se acercaba con una voz tranquila, luego, extendió la mano con suavidad a lo largo de su cuello, respiró, lento y profundo, una y otra vez hasta que su respiración, se hizo una con la de su compañero. Pasado unos segundos, se dispuso a ajustar la montura y las correas desgastadas, sin detenerse. A su alrededor, podía sentir a los otros caballos patear el suelo con sus cascos, levantar la cabeza, moverse de un lado a otro y relinchar de manera intermitente.
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CICLOS ARCANOS - En los Templos del Caos - Libro 1
FantasíaAl mundo le quedan solo 50 años antes de su destrucción. Las damas de cristal lo han predicho. Ari, un joven inventor, se une a su padre en un peligroso viaje para desentrañar los secretos ocultos de lo que se llegará a conocer como: Los Templos del...