Capítulo cuatro.

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Las mentiras suelen ser una cadena

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Las mentiras suelen ser una cadena.

Para sostener una debes crear otra y otra y otra, todas con el propósito de sostener la primera, pero cuando todas ellas se descubren la cadena no se deshace, sino que se atan a tu tobillo como si hubieran pesados bloques atados al otro extremo y te han lanzado al océano con ellas; te hundes, te hundes y tocas fondo.

—Sabía que lo harías —Frunzo los labios masticando lentamente una papa frita mientras observo a Heather con desconcierto.

—Ah, ¿sí? ¿Ahora eres psíquica?

—Sí, porque ni siquiera habías visto a la niña y ya hablabas de ella tres veces al día.

—Eso no es cierto, solo la mencioné cuando te hice la propuesta —resoplo frotando mis manos para deshacerme de la sal en mis dedos antes de tomar una servilleta.

—Bueno, tal vez, pero creaste tu propia trampa en el momento en que fuiste a verla, te manipulaste sola —Mis hombros se hunden mientras suelto un suspiro.

—Si la hubieras visto tal vez te habrías olvidado de tu pánico al compromiso —murmuro bajando la vista a mi plato.

He intentado no pensar demasiado en las consecuencias de lo que haré, quiero decir, puede que mi hermano se enoje por esto y puede que yo no sea la mejor persona para estar cerca de Lindsay luego de que me case con Abraham, pero al menos la habré ayudado a salir de ese lugar y luego del divorcio solo tengo que desligarme de Abraham.

No creo que pueda desligarme de ella luego de pasar tiempo juntas.

—No me hubiera pasado porque no tengo ninguna debilidad por los niños —resuelve Heather inclinándose al tiempo que levanta su hamburguesa dándole una gran mordida.

Sigo sin saber a dónde va todo lo que come, teniendo en cuenta que apenas salimos de la academia venía comiendo el pastel que hizo y ahora —tan solos unos minutos después— no tiene problemas para comer sus papas y hamburguesa.

Hoy hicimos fusiones, el mío fue un choco flan que honestamente me gustó, pero según la instructora la consistencia del flan no era el adecuado. No tengo mucha cabeza para pensar en su inconformidad hoy.

—No tengo debilidad por los niños —me excuso frunciendo los labios.

—No, corrección, tienes una debilidad por los niños sufriendo —Humedezco mis labios quedándome en silencio mientras tomo otro par de papas llevándola a mi boca.

El problema no son los niños sufriendo, son mis recuerdos y la manera en que inconscientemente me reflejo en ellos. Son cosas que no deberían suceder y, si puedo evitarlo, entonces no veo por qué no debería hacerlo.

—Entonces ¿Cuándo es la boda? —Aprieto los párpados antes de tomar un respiro profundo.

—No tengo la más mínima idea —respondo encogiéndome de hombros.

El favor más dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora