CAPÍTULO DIECIOCHO - OCHAVO

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GUILLERMO

Llevo evitando a mis familiares desde el domingo por la noche que abandoné la casa de mi abuela, después de cenar con ella y mi primo.

Nada más llegar al piso, llamé a Carmen. A pesar de que no habíamos dicho en voz alta que teníamos una relación, los dos sabíamos que estaba pasando algo y si posponía la llamada no iba a ser capaz de despedirme de ella.

No fue fácil y me sentí como el tipo más idiota y más miserable del mundo. No obstante, Carmen no se sorprendió demasiado. Por supuesto que le aseguré de que podíamos seguir siendo amigos y que la acompañaría a la boda de su ex, como hace unos días le prometí después de que me contara todo el culebrón. Pero el lunes por la mañana le pedí a Leo que me consiguiera una tarjeta de prepago y apagué mi teléfono y solo les di el número a Leo y a mi jefe.

Estos tres últimos días solo he ido a nadar, a trabajar y luego me he perdido en la biblioteca de mi facultad. Así que ayer por la mañana, antes de salir del piso, Eric me hizo una emboscada. Salí relativamente airoso, excusándome porque llegaba tarde. Sin embargo, sé que la bronca que me voy a llevar es inevitable y tendré que apechugar y aceptarla.

No he sabido nada de Carmen y yo tampoco he dado señales de vida. Supongo que ahora sus compañeras de piso me odiarán, yo lo haría, y ella puede que también y eso me duele, porque no quiero que piense que soy un imbécil que se ha aprovechado de ella, pero no sé qué hacer para remediarlo.

- ¿Qué está haciendo tan temprano aquí? – me pregunta uno de mis profesores de física.

- He contactado con un profesor de Alemania que está investigando los pulsos de luz de attosegundos para el estudio de la dinámica de los electrones en la materia con dos físicos más y estoy leyendo todo lo que me ha hecho llegar sobre sus trabajos – le respondo.

- Estamos buscando a un ayudante en el Departamento de Física Cuántica y he supuesto que quizás podría interesarte. He visto tus exámenes y has sido un estudiante ejemplar desde que comenzaste en la facultad – me sorprende mi profesor.

- Me siento muy halagado, pero no sé si realmente soy el indicado – le respondo cohibido.

- Por supuesto que sí, tus trabajos y logros hablan por sí solos – insiste.

- Posiblemente, voy a tener que sustituir a algún profesor en las clases que no pueda asistir – intento explicarme.

- Te he visto hablar en público y no hay nada de lo que preocuparse, hijo – me alienta el bueno del profesor.

- ¿Se ha dado cuenta de que soy ciego? – le digo sin más, para no posponerlo.

Es extraño, pero muchos de mis profesores no se han percatado de que no veo nada, supongo que es porque me niego a llevar bastón, pero no es la primera vez que me pasa.

- ¿No ves nada? ¿Desde cuándo?

- Soy totalmente ciego de nacimiento – le respondo con una tímida sonrisa.

- Imagino que esto podría impedir muchas cosas – dice más para sí mismo que para mí.

- Solo si tengo que leer lo que los alumnos escriben en la pizarra, aunque tengo una aplicación que me transcribe todo lo que fotografío.

- ¿Pero sabes escribir? – me pregunta perplejo.

- Los exámenes los he escrito yo – le recuerdo.

- ¿Y cómo lo haces?

- Cuestión de práctica, aunque tengo que decir que en la facultad de matemáticas muchísimos exámenes se hace en el ordenador y eso facilita las cosas.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora