—Siempre estás metido en cosas peligrosas. —Su padre bebía de una taza con café humeante. Lo miraba con frialdad pero Bill sabía que esa sólo era su forma de ser, que dentro de él había mucho amor, y era por eso que se aferraba a estar los días enteros con él cuando regresaba de viaje. Parecía que volvía a cuando era un niño en busca del poco amor que todavía recibía en casa, pese a que su madre no era siempre ofensiva ni poco amorosa. Pero había algo, quizás genuinidad, en las palabras y el afecto que su padre le ofrecía.
Se lamió los labios y prosiguió a menear el líquido con una pequeña cucharita.
—Un día de estos vas a terminar en urgencias y no vas a salir para contarlo.
De la vida de sus hijos, Jörg podía contar apenas nada. De allí que no supiera más que lo que su madre y sus amigos del barrio le contaban: que siempre lo veían borracho por las calles, vestido de prostituta y probablemente metiéndose sustancias que le dejaban el coco tocado. Había costado trabajo tener que separar su imagen real de la que habían intentado meter en su cabeza. Para él, haber engendrado tres hijos varones de una misma mujer, a la que hoy aún amaba, no había sido trabajo emocionalmente duro, sin embargo, sí uno físico. Viajar por Alemania, perderse cumpleaños, desatender a su pareja, a sus hijos, aún tocaba su dignidad de padre y siempre intentaba compensarla, amándolos a todos pese a sus decisiones y personalidades.
No había sido raro encontrarse muchas madrugadas a Bill cuando niño maquillándose con los labiales de su mujer; modelando frente al espejo con ademanes propios de una mujer. Se habían temido lo peor, y eso terminó sucediendo: su hijo había sido aislado del resto, por el resto. Sufría acoso desde que era un niño, pero la actitud para con la situación, había sido para sus padres y hermanos, sorprendente, por decir lo mínimo. Bill había explotado aún más su físico, vistiendo vestidos y faldas largas cuando se le pegaba su gana, y llegó al grado de preocupación en el que tuvieron que sentarlo en la sala y preguntar sobre su identidad de género. Para los años que se vivían, llenos de ataques homofóbicos y acoso a la gente distinta, temían que su hijo terminara muriendo en uno de ellos.
Pero eso no impedía que Bill siguiera con su vida, tentándola como si le restase importancia.
—Papá, sólo salgo con mis amigos. Bebemos un poco y fumamos, pero nunca estoy arriesgándome. —Se metió a la boca un poquito de pan y lo tragó sin necesidad de masticar. —Además, voy bien en la escuela y todo.
—Tu mamá me dice todo lo contrario. —Atacó, levantando la cejas. Sonrió al ver en su rostro el rostro de cuando era un niño pequeño, con las cejas apretadas y un puchero en los labios, resaltando el lunarcito marrón que tenía debajo del inferior. —Y antes de que lo digas: sí, sé cómo es ella. Y también sé que te quiere mucho y se preocupa por ti. —Bill contradijo, negando y poniendo los ojos en blanco.
—Siempre está juzgando mi cuerpo, mi estilo y que soy gay. —Sabía que podía ser libre con su padre, al menos un poco más de lo que podía serlo con el resto. Ni siquiera podía contar la misma historia que algunos amigos homosexuales le habían platicado: que sus padres los echaban de casa o maltrataban por haber confesado lo que socialmente estaba castigado. Bill había sido dichoso de contar con un padre que siempre lo defendió, y una madre que, pese a siempre mirarlo con disgusto al verle sus nuevos estilos adquiridos con el tiempo, nunca había llegado atentar contra su dignidad.
—Cuesta trabajo: hay muy pocos como tú en el barrio, ¿o no? —Bill bajó la mirada, asintiendo un poco. —Sólo no te pongas los vestidos, ni te maquilles cuando estés con ella. Tampoco es difícil ceder un poco.
Sus ojos se sintieron arder. Maldita mascara de pestañas baratas: siempre le hacían parecer un llorón cuando apenas estaba sensible. Pensar en que su padre estaba forzosamente ausente lo ponía triste. Echaba de menos las mañanas juntos; cuando lo llevaba al cole y siempre le dejaba poner la música aunque sus hermanos se enojaran. Cuando los recogía y les llevaba caramelos como recompensa de pasar un día aburrido en la escuela. Esa vida la veía ahora muy lejana. A sus dieciocho años, a veces aún se sentía como un niño, pero, mirando hacia atrás, sabía que no lo era y que realmente lo extrañaba.
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SAUDADE.
FanfictionBill terminó con su vida el mismo día en que nació, tras una historia que no pudo proyectar sin dejar pedazos de sí mismo cada vez que la verbalizaba.