Capítulo 66

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NARRA TN:

Me Aparecí en los límites del Bosque Prohibido.

«¿Cómo se supone que voy a engañarlo?» me preguntó Draco a los pocos momentos, en cuanto supe localizarme y saber exactamente dónde estaba y para dónde debía dirigirme.

Desorientar, confundir, shokear... Hay muchas opciones -respondí dirigiéndome al castillo.

«¿No puedo desmayarlo?»

No. Tiene que verlo.

Él chasqueó la lengua y siguió subiendo escaleras. Yo me acerqué a la cabaña de Hagrid, o las ruinas de ella. Maldita sea, había deducido que la maldición la había echado yo y que había sido muy poderosa, pero esto era demasiado. ¿Esta cabaña siquiera formaba parte del castillo? Al parecer para la magia sí.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por las imágenes que Draco mandaba a mi mente sin darse cuenta, a causa de la fuerte emoción que estas le provocaban.

Severus estaba tumbado en el suelo, queriendo decir algo, pero enseguida se rendía y se desplomaba inconsciente en los brazos de Sirius.

Me detuve a medio camino, sintiendo una presión en mi pecho. Moody confirmó que estaba muerto, y el alma me cayó a los pies.

¿Es que la gente que me importaba iba a seguir muriendo? Severus no se comparaba a la muerte de Mattheo... Pero él nunca nos hizo daño. Siempre fue el único mortífago que no quería y nunca nos pudo poner la mano encima a ninguno de los niños que nos criábamos entre ellos. Incluso había llegado a respaldar todas las travesuras que nos pillaba haciendo a Draco y a mí de pequeños, regañándonos siempre, una vez nos hubiera prohibido continuar con ello y nos hubiera mandado a mi habitación, pero nunca implantándonos castigos físicos.

Con un agujero en el pecho, contuve las lágrimas y me centré en escuchar porqué Harry se había agachado junto al cadáver.

Draco y yo pensamos lo mismo. Debíamos hacernos con esos recuerdos, y lo empujé a hacerlo mientras que yo retomaba mi camino a las ruinas del castillo.

Cuando llegué a lo que alguna vez fue la entrada principal, había perdido el contacto con Draco por culpa del pensadero.

No quise preocuparme por ello, y decidí que los escombros no se iban a escalar sólos, así que conjuré un palo y empecé a escalar y caminar sobre los restos como un alpinista en una montaña de protuberantes rocas.

Media hora más tarde, más o menos, recuperé conexión con un Draco muy agitado.

Me paré a descansar un momento, sentándome en una roca suficientemente cómoda, mientras me sumergía en los recuerdos de Draco para ver qué había sucedido.

Pasé las imágenes rápido, sintiendo a Draco impacientarse. Voldemort ahora sabía dónde estaba escondida la Orden... Y ellos sabían que Harry era un horrocrux. Mierda. Draco estaba contra las cuerdas; debía terminar con ese trozo de alma antes de que la Orden intentase retener cualquier acto hacia Harry.

Ágilmente me levanté y retomé mi camino, usando la varita para allanar mis pisadas y llegar antes. Por suerte no necesité más que unos minutos para llegar a las ruinas del torreón que una vez fue el despacho de Dumbledore.

«¿Te queda mucho?» suplicó Draco, con Harry apuntándolo con su varita y con los golpes de los miembros de la Orden a la puerta exigiéndole que abra.

Tú... sigue distrayéndolo. Terminaré antes de que puedan entrar -respondí, con los nervios carcomiéndome.

El torreón se había mantenido considerablemente en pie; sus restos se alzaban sobre las ruinas unos cuantos metros entre paredes caídas y agujereadas y escaleras de piedra partidas o rotas. Sorprendentemente el despacho se había mantenido intacto. No tenía idea de qué protecciones le habría puesto ese viejo, pero a pesar de que algunos metros bajo él se habían derrumbado y yo no estaba a la misma altura que antes, el cuarto permanecía con sus paredes redondas, su techo puntiagudo de cono y su suelo intactos en lo alto de las ruinas.

El punto era cómo iba a entrar.

Me alejé unos metros y vislumbré, en lo alto de esos diez o quince metros hasta el despacho, la puerta, sacada de sus goznes, del cuarto.

Con mi varita comencé a hacer levitar las piedras y rocas de las ruinas para amontonarlas frente a mí en una altísima escalera que poco a poco se formaba. Mientras se hacía, la fui empezando a subir.

Mientras tanto, comprobé que Draco estaba ganando tiempo explicándole la historia de Delphini a Harry.

Finalmente llegué y entré al despacho. Era la primera vez que entraba, y la verdad era que me esperaba más viniendo de ese viejo come caramelos al que mi padre le tenía tanto miedo.

No me entretuve demasiado admirando el lugar, sino que busqué la espada con la mirada. Algunos exdirectores que aún permanecían en sus cuadros me siguieron con la mirada, sorprendidos, pero no dijeron nada. Tal vez es que no pudieran, tal vez la maldición les impedía pedir ayuda, y por eso nadie se había dado cuenta de que ellos seguían ahí.

Era increíble cómo todo permanecía exactamente en su lugar. Tal vez con una gruesa capa de polvo por los derrumbamientos, pero sin haberse movido un pelo.

«Dime por favor que ya lo tienes» pidió Draco cuando se le acabó la historia.

Sí. Ahora te lo mando -respondí, localizando la espada en una vitrina bajo un cuadro de Albus Dumbledore. Me acerqué a ella corriendo y rompí el cristal sin contemplaciones.

«¿Estás segura de que podrás mandármelo así?» dudó Draco.

Confía en el proceso. No tenemos alternativa.

Tomé la espada, la dejé encima del escritorio del despacho, y le mandé una imagen mental a Draco. Él se concentró en ella.

Me metí en sus ojos y vi a Harry gritando, señalando el cubo de Rubik que, a sus espaldas, brillaba y giraba sobre sí mismo pareciendo peonza.

Sentí que el puente entre nuestras mentes se abría y casi suspiré de alivio; por el momento funcionaba.

Por una fracción de segundo volví a ver la espada frente a mí, temiendo absurdamente que una mano pudiera aparecer de la nada y quitármelo, y en el reflejo de la hoja de doble filo de plata vi dos puntos dorados que brillaban con intensidad. Eran mis ojos. Volví a cerrarlos para concentrarme en lo que Draco veía. Él posó su visión en el cubo.

¿Listo? -le pregunté y regresé a mi visión.

«Cuando quieras

3... 2... 1...

-¡Accio cubo de Rubik! -exclamé alzando la mano hacia la espada de Gryffindor. Los cuadros se apiñaban en los de sus vecinos para ver mejor lo que estaba haciendo. A su vez Draco gritó '¡Accio espada de Gryffindor!'.

La espada voló hasta mi mano y al hacer contacto, en vez de la forma alargada del mango, sentí un tacto cúbico.

Al bajar la mirada, el cubo de Rubik estaba en mi mano, con el brillo en la cara dorada palpitando mientras se apagaba, y Draco ya le había clavado la espada a Harry en el muslo.

Respirando aliviada, me dispuse a irme. Tenía que continuar con mi otra misión. Pero antes de empezar a bajar las escaleras que yo cree, me giré a ver los cuadros. Abrían la boca para cuchichear entre ellos, y al parecer podían escucharse, aunque yo no lo hacía.

-Lamento haberos dejado aquí encerrados -dije con sinceridad, y con un movimiento de mano intenté Desaparecerlos. Sorprendentemente funcionó; parecía que sólo la creadora podía romper la maldición y sus consecuencias.

Pensé en la cara de Minerva cuando llegase hoy a su casa y se encontrase con todos los cuadros del despacho de Dumbledore en su sala de estar, mientras yo salía de las ruinas y me adentraba en el Bosque Prohibido.

(***)

2/3

Besos en la nariz,

Dani<3

Tn Potter: la serpiente perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora