"Vacío, si, vacío, no había nada. Y el aire comenzó a faltarte. La cabeza comenzó a dolerme. Las piernas comenzaron a temblarme. Y los ojos comenzaron a llorar. Algo dentro de mi había roto.".
-Sabes que no es tuyo, ¿verdad?- dijo, no sabía cuántas veces me había dicho lo mismo. Yo lo sabía, si, sabía que no era mio, no era mi bebé. Que no lo había hecho yo, que no había salido de mi. Lo sabía, pero lo quería como tal. Como si verdaderamente fuera mío, y no había nadie que lograra cambiar mi parecer, este pequeño bebé, es tan mío, como todos los demás.
-Lo sé señor, pero no puedo dejarlo llorar todo el tiempo, ni dejarlo pasar hambre tampoco. Es mi responsabilidad cuidar de este bebé.- susurré mientras lo mecía entre mis brazos. Lo había ya amamantado, y ahora estaba durmiendo, como un hermoso bebé, un hermoso y tranquilo bebé.
-Y por desgracia lo estás haciendo muy bien.- exclamó, mientras se pasaba las manos por la cara.
Estaba en el aposento, sentada en mi gran cama, ya que al estar parada tanto tiempo, me estaba doliendo en los pies, y un poco en la barriga. Ahí, justamente ahí, donde estaba mi bebé, hembra... mi bebé niña.
Y él, aquel señor que no salía casi nunca de donde estaban sus nietos, estaba sentado, pero no en el cama, sino en una silla, un poco lejos de mi, alegando que, era para mi comodidad, y para que no me sintiera insegura o vulnerable. Cosa que le agradecía bastante.
-¿Qué?- pregunté anonada, aún con la mirada fija, en el tierno y hermoso bebé que tenía en los brazos. Es que no era mío, y era tan bonito.
-Qué estás haciendo un buen trabajo, con él, más mis nietos, y el otro niño que viene en camino.- el otro niño...
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Después de la bofetada que había recibido de la reina, tras haber dicho todas esas cosas que sentía, más después de haber estado con Stephan. Quería renunciar a todo.
Se iban a llevar a mi bebé lejos, tan lejos que mi corazón y mis pensamientos iban a estar con él donde sea que fuera, y yo no iba a soportarlo, no lo iba hacer. ¿Por qué tenían que llevarse a mi bebé?, ¿por qué?
Esa noche la pase entera llorando, con mi bebé en brazos, mientras este dormía, verlo así me daba algo en el corazón, y me dolía. Me dolía porque ya no iba a verlo más. Ya no iba a llamarme o tan siquiera a verme. Sus ojitos hermosos. Esos ojitos que me encantaban ya no iba a verlo. Ya no más. Y sus manitas, esas que siempre estaban en mi cara, ya no iban a estar. Ya no iba a poder acariciar a mi bebé, ni besarlo, ni amamantarlo, ni alimentarlo, ni a bañarlo, ni... ni, ya no iba hacer nada más con mi bebé. Y eso me dolía tanto, algo dentro de mi, en lo las profundo, me dolía.
Mi vida no iba hacer la misma. Ya no iba hacer la misma.
Y quería gritarlo, pero sabía. Que a nadie eso iba a importarle. Era como si por más que gritara, mi voz nunca se oía. Nadie nunca se detenía a escucharla. Nadie nunca me prestaba atención. Mi voz era nada.
Pero la mañana del día siguiente, cuando abrí los ojos por los movimientos de alguien en mi hombro, me levanté asustada, buscando desesperada y sin ver siquiera quien me había despertado, en la cuna de mi bebé. Sintiendo como todo de mi se desplomó en tan poco tiempo. Ahí, donde dejé a mi bebé durmiendo. Estaba...
Vacío, si, vacío, no había nada. Y el aire comenzó a faltarte. La cabeza comenzó a dolerme. Las piernas comenzaron a temblarme. Y los ojos comenzaron a llorar. Algo dentro de mi había roto.
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El pecado de ser mujer.
Ficción histórica-Madre, ¿por qué ellos si pueden salir y yo no?, ¿por qué nosotras no?- susurré mientras escuchaba el sonido que siempre sonaba cuando "ellos" salían, salían por esa... ¿esa? ¿Por dónde ellos salían?, y... ¿a dónde iban?, ¿qué era eso?, era un miste...