CAPITULO VEINTICUATRO - DEBI SUPONERLO

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GUILLERMO

Llevo una semana horrible. He trabajado muchísimo en la facultad, sobre todo preparándome los exámenes que están al caer. Incluso las veces que he visto a Eric, después de pasar este lunes unas horas en la cafetería y luego en la bolera, han sido en la sala de estudio de mi facultad. Él también se tiene que poner las pilas, aunque está más que seguro de que este año no acabará la carrera, porque dejará algunas asignaturas para el año que viene. De mayor quiero ser como mi primo, despreocupado y completamente feliz.

Así que cuando me dijeron en el spa que solo trabajaría por la mañana, no me quejé. Aunque ahora que he ido a nadar esta mañana temprano, no tengo nada que hacer de la facultad ni nada planeado para esta tarde, me siento un poco vacío.

- ¿Qué ha pasado? – contesta Eric al teléfono un tanto preocupado.

- ¿Por qué tiene que pasar algo? – le contesto confundido.

- Porque no sueles llamarme, siempre lo hago yo, sobre todo, desde que te has puesto como meta en la vida ignorar a mi futura cuñada – se mete conmigo.

- Para que sea tu cuñada, tú tendrías que ser mi hermano – se la devuelvo, porque sé lo que le fastidia que le recuerde que somos primos, pero no hermanos.

- Prácticamente lo somos.

- ¿Qué estás haciendo? – cambio de tema.

- Me estoy vistiendo porque hoy tengo una cita que promete.

- ¿Y Tito? – me extraño, porque el Día de Reyes se intercambiaron regalos entre ellos y parecía que les iba bien.

- Tito y yo queremos cosas diferentes y hemos decidido no vernos durante un tiempo para no complicar más las cosas. Él necesita un novio y yo no puedo hacerle promesas que no sé si voy a cumplir – me cuenta sin un ápice de tristeza.

- Ten cuidado – le advierto, porque suele tener un imán para conocer chicos de lo más extraños.

- ¿Te apetece venir? Aunque sería un poco raro. Por si te interesa, tu novia termina hoy a las siete de trabajar. Ha empezado súper temprano y estará cansada, así que necesitará que le hagan mimitos – me dice el idiota de mi primo.

- No es mi novia – le recuerdo.

- Lo que tú digas. Ponte los pantalones azul marino, ya sabes, los chinos. A ella le encanta como te quedan. Mañana me cuentas – se despide antes de colgar.

No quiero encontrarme con Carmen, bueno, sí, quiero, pero no debería. Sin embargo, en cuanto comienza a sonar en el altavoz Debí suponerlo de Morat, no puedo evitar pensar en ella. Es horrible saber que no voy a besarla nunca más y cuando me quiero dar cuenta, me estoy poniendo los pantalones que mi primo me recomendó y unos minutos más tarde, estoy en la puerta de la hamburguesería donde Carmen trabaja.

- ¿Vas a pasar? – escucho la voz de Antonio detrás de mí.

- No debería – le contesto serio.

- Claro que sí. La chica no muerde, o sí, pero eso son cosas que solo os concierne a vosotros – me responde riéndose.

- Creo que debería irme – le digo antes de darme la vuelta.

- De eso nada. Faltan diez minutos para que acabe su turno. La esperas hablando un rato conmigo en la cocina y luego la invitas a cenar a un restaurante bonito – me dice Antonio, mientras me agarra del brazo y tira de mí.

No me queda más remedio que acompañar a Antonio. Si Carmen me ha visto, no lo sé, porque no me ha dicho nada, ni siquiera se ha acercado hasta donde estamos hablando su jefe y yo, pero no voy a preguntarle a Antonio, el pobre tiene que pensar que soy de lo más patético.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora