CAPITULO 47

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La sala estaba sumida en la penumbra, solo una tenue luz se proyectaba, fabricando alargadas sombras por el suelo de mármol envejecido del templo. Aquellas sombras tenían dos dueños. Dos figuras que se enfrentaban la una a la otra.

Ricardo, con una mirada inquisitiva en sus ojos, y Khaos, cuyo rostro presentaba una amplia sonrisa de satisfacción. La distancia entre ellos era cortada por el cuerpo inmóvil de Juan en el suelo. Ricardo llevó su mirada hacia él y concentró su destello interno.

Desde su visión, pudo percibir en el interior del hombre rezagos de su propio destello, resonando en una zona profunda de su alma. Era apenas perceptible, una luminiscencia que luchaba por no extinguirse y continuar latiendo. Aunque fuese de esa forma, era suficiente cómo para que Ricardo se cerciorase de que todavía continuaba con vida.

Un suspiro de alivio escapó de sus labios.

Por otro lado, el autoproclamado ser llamado «Khaos», que parecía controlar el cuerpo de su amigo Luisfer, notó de inmediato la preocupación en el rostro de Ricardo y alzó su palma en una seña sencilla, que no ofrecía otra cosa más que tranquilidad.

—Él está bien. No pretendo hacerle ningún daño —abrió la conversación—. A fin de cuentas, este hombre me ha ayudado mucho guiándome hasta el corazón del templo, sin la necesidad de atravesar todas estas estrafalarias pruebas. Tuve suerte de despertar en el cuerpo de un Guardián.

Ricardo alzó la mirada hacia Khaos. Para él, todavía era difícil de digerir la idea de que esa persona ya no era su mejor amigo de toda la vida. Tenía su misma voz, su misma tonalidad, y sus gestos eran idénticos. De no ser por el destello que se manifestaba en su interior, con un tono de variaciones violáceas y capas oscuras, sencillamente no lo hubiese reconocido.

Khaos se encontraba de pie, junto al portal de la sala contigua, a los lados, había dos estatuas de poco más de tres metros de altura y casi idénticas. Parecían ser dos figuras que representaban a unos viejos guardianes. Sus rostros parecían haber sido erosionados por el pasar del tiempo y la única diferencia entre ambas estatuas radicaba en las armaduras que llevaban puestas.

Armaduras de formas y tonos diferentes, una era opaca, con un estilo de terminación filoso y puntiagudo; mientras la otra, más brillante, pulcra y de bordes suavizados.

—¿Qué le hiciste a mi amigo Luisfer? —preguntó Ricardo volviendo la atención hacia él.

Khaos rio suavemente.

—No he hecho nada, Ricardo. En todo caso, quien puso a Luisfer en esta situación fuiste tú mismo.

—Imposible...

—¿Estás seguro? En fin, la verdad es que eso no importa. Tengo lo que había estado buscando durante mucho tiempo —dijo Khaos—. Al fin soy capaz de moverme libremente por el mundo otra vez. Había pasado mucho tiempo en cautiverio. Encerrado en una prisión empapada de monotonía y control. ¿No te suena eso familiar?

—¿De qué hablas?

—¿No era así tu vida antes de descubrir tu destello? ¿No era simple? ¿Monótona? ¿Superficial? ¿No sentías que intentabas controlarlo todo? Pero a fin de cuentas, todo ese control... era una mera ilusión.

Ricardo frunció el ceño.

—No sabes nada de mí, mi vida era buena...

—Por supuesto que era una buena vida. ¿Pero era eso suficiente? —Khaos se deslizó hacia una de las estatuas y acarició el mármol, sintiendo, después de tanto tiempo, el tacto frío de la piedra en la yema de sus dedos—. ¿Era aquello que llamas «bueno», lo que realmente eras capaz de dar y ofrecer al mundo?

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora