POV SEUNGMIN.
La noche de verano era calurosa. El ventilador viejo estaba dando todo de él para poder seguir funcionando y refrescar la habitación. Lograba escuchar desde aquí a los pequeños murmullos de la gente allá afuera, tan divertidos y tranquilos que despertaban la envidia en mí.
—Minnie, dos minutos.
—Entendido, Innie, gracias.
Él me sonrió y cerró la puerta. La extrañeza en mi cuerpo no había cambiado desde hace unos días atrás. Se sentía raro en mi corazón, era una adrenalina curiosa que me había estado manteniendo asustadizo y expectante con lo que sea que vaya a ocurrir en esta noche y las siguientes. No me consideraba masoquista, pero, honestamente este pálpito angustiante continuaba dejándome interesado, era bueno porque me hacía estar alejado de toda preocupación, incluso haciéndome ignorar los problemas que me esperaban fuera de este local.
Con la seguridad de mi buen aspecto, tomé a mi fiel compañera y salí del pequeño cuarto –destinado para ser mi vestidor–, dispuesto a dar mi presentación habitual. Los cálidos vítores me dieron la bienvenida. Pude reconocer a algunas caras de aquellos que festejaban mi llegada, amigos y familia de la vida que me han acompañado por mucho tiempo y unos tantos se trataban de personas que habían llegado aquí por primera vez.
Era una situación completamente monótona y repetitiva tal cuál bucle se tratase. Pero así era mi vida, la única que pude escoger para sobrevivir. Podrían pasar años y estoy seguro de que nunca me cansaré de sentarme en este banco alto, enfrente de un pequeño público, mientras les canto en compañía de mi guitarra. De cualquier manera, prefería que fuera así y no tener que seguir aguantando las represalias de un padre ausente y una madre amante del licor.
Pronto, bajó ligeramente el brillo de las luces en el salón. Miré hacia la barra y Ryunjin me saludó, sonriente y entusiasmada por lo que fuera a cantar esta vez. Me dio ánimos desde su lugar y unos segundos más tarde me acomodé la guitarra sobre las piernas, volviendo a repasar nuevamente la mirada a las personas frente a mí.
—Buenas noches, algunos aquí ya me conocen, pero otros tantos no lo hacen, aquí me llaman "El Cantante" y esta noche espero que mi desempeño sea de su completo agrado, deseo que puedan disfrutarlo y si es posible, que las heridas del corazón se sanen un poco o mucho... Esto es Hackensack.
La pieza musical comenzó a reproducirse por los altavoces y yo me encargaba de sintonizar con la guitarra. La gente movía la cabeza al ritmo de la canción, sonrientes y encantados por la energía pegadiza. Aclaré la garganta y comencé a cantar, dedicando la mejor de mis sonrisas.
Mis ojos repasaba a mi público, queriendo asegurarse de la aceptación de mi presentación. Algunos cantaban conmigo, otros sonreían enternecidos, unos tantos hacían pucheros melancólicos y uno sólo me dejó sin palabras.
Era atractivo. Un joven de rostro pulcro. Sus ojos eran grandes y oscuros, sus labios eran curiosos, pero se notaron esponjosos y amargos cuando llevó la botella de cerveza a su boca, tenía las mejillas sonrojadas, probablemente por la ligera borrachera. No dejaba de mirarme y sentí el golpe de un escalofrío cuando me sonrió, permitiéndome ver un par de dientes delanteros y tiernos.
Eventualmente, la música y mi voz se silenciaron. Un par de canciones más armonizaron al ambiente y luego tuve que terminar mi pequeño concierto. Las ovaciones que pedían un poco más eran ruidosas y encantadoras como siempre, aún así, tuve que despedirme y salir del escenario, mirando por última vez a ese sujeto.
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Mi corazón siguió latente, incluso cuando estaba en mi propia cama. El sentimiento opresor del día anterior ya no estaba y ahora había sido remplazado por una clase de alegría y un toque de esperanza por que ese tipo volviera a aparecer en el bar.