23.- Mi Amigo Nix (2/2)

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Nos quedamos ahí un buen rato, contemplando el sol poniéndose entre las montañas.

—Creo que deberíamos regresar— me espetó él.

—¡No, espera, quedémonos un rato más!— le rogué.

—Lo digo para no perdernos la mejor parte— insistió— el regreso.

—¿El regreso es mejor que esta vista?— alegué.

—Confía en mí.

Nix me tendió una mano, yo se la tomé sin bacilar. Entonces me sujetó en brazos y desplegó sus alas negras. Hasta ese momento no lo había notado, pero eran muy largas. Cada una tenía cerca del tamaño de Brontes.

—No le temes a las alturas ¿Verdad?

Yo miré su múnima, luego lo miré a él, perpleja.

—¿Qué quieres hacer?— alegué, tan asustada como emocionada.

Él agitó sus alas aún en el suelo.

—Regresar— repitió.

Entonces entendí lo que pretendía. Mi corazón comenzó a palpitar a toda prisa con la sola idea. Emocionada, me sujeté a su cuello bien fuerte.

—¡Dale!— exclamé.

Nix saltó desde la cima y agitó sus alas con fuerza. Sentí un pequeño impulso y luego la resistencia del aire en mi cabeza. Poco a poco nos elevamos y comenzamos a volar sobre los árboles, de regreso al lago. El sol se asomó un par de grados de vuelta en el cielo. Por abajo, el lago se hizo más grande, los animales en el bosque se veían chiquititos y el viento me pegaba con un soplo de emoción. Había volado en naves muchas veces, pero nunca a los brazos de un hombre. Sentía que podía caerme en cualquier momento, me sujeté con fuerza, mas sabía que Nix nunca me soltaría. La vista desde ahí arriba era incluso mejor que la que habíamos tenido en la colina. Mientras planeábamos, una bardada de aves azules se nos unió por ambos lados, aprovechando que cortábamos la resistencia del aire. Era hermoso.

Después de unos minutos los pájaros se elevaron y nos dejaron, el sol volvió a esconderse en las montañas, los árboles quedaron a nuestras espaldas y el lago apareció a nuestros pies. Aterrizamos sin problemas en la orilla.

—¡Eso fue espectacular!— exclamé.

Apenas me bajé, salté sobre Nix para abrazarlo, sin pensar muy bien en lo que hacía. De inmediato me separé, esperando que no pensara mal de mí.

—¡Ah, disculpa!

Pero él parecía inafectado, como siempre.

—Está bien, Lili ¿Te gustó?

—¡Mucho!

—Eso es lo importante.

Aun así, caminé media tiritona por la playa.

Finalmente nos subimos al bote y regresamos al lago. El cielo oscurecía. No podía creer que se nos había pasado el día; a pesar de todo lo que habíamos hecho, sentía que aún quería compartir tanto con él.

Pasamos a un puesto de comida en la orilla. Pedimos algo para llevar y cenamos en el centro de la zona norte del lago. A pesar de que era un buen día, no había mucha gente alrededor.

Terminamos sentándonos a tomar vino y a conversar con calma. Se nos fue una botella entera entre ambos, cuando de pronto notamos un brillo extraño en el agua por la ventana. Al asomarnos a cubierta, notamos en el cielo unas luces enormes que formaban un campo de flores gigantes, bailando como si celebraran la noche.

La Helada Garra de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora