Lucía estaba nerviosa. Era la primera vez que iba a conocer en persona a su novio, Alejandro, con quien llevaba más de un año chateando por Internet. Se habían conocido en un foro de literatura y habían descubierto que tenían muchas cosas en común: les gustaba leer los mismos libros, escuchar la misma música, ver las mismas películas... Se habían enamorado sin haberse visto nunca, solo con sus palabras y sus voces.Alejandro vivía en España y Lucía en Paraguay. Habían ahorrado durante meses para poder comprar los pasajes de avión y encontrarse en Buenos Aires, una ciudad que les quedaba más o menos a mitad de camino. Habían alquilado un pequeño apartamento por una semana, para poder estar juntos y disfrutar de su amor.Lucía llegó al aeropuerto con una hora de anticipación. Llevaba puesto un vestido rojo que le había comprado especialmente para la ocasión, y una maleta con lo imprescindible. Estaba ansiosa por ver a Alejandro, abrazarlo, besarlo, sentirlo... Se sentó en una de las sillas de la sala de espera y sacó su celular. Le mandó un mensaje a Alejandro, diciéndole que ya había llegado y que lo esperaba con muchas ganas.Alejandro le respondió al instante. Le dijo que él también había llegado y que estaba en la aduana, haciendo los trámites necesarios. Le dijo que la amaba y que no podía creer que por fin iban a estar juntos. Le dijo que la buscaría por todo el aeropuerto hasta encontrarla.Lucía sintió un cosquilleo en el estómago. Estaba a punto de cumplir su sueño. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de Alejandro. No lo veía por ningún lado. Pensó que quizás todavía estaba en la aduana, o que se había perdido entre la multitud. Decidió esperar un poco más, confiando en que pronto aparecería.Pasaron diez minutos. Quince. Veinte. Lucía empezó a impacientarse. ¿Qué estaría pasando? ¿Por qué Alejandro no salía? ¿Habría tenido algún problema? ¿O acaso se habría arrepentido? Lucía sintió un nudo en la garganta. Se le ocurrieron mil escenarios posibles, ninguno bueno. Se le llenaron los ojos de lágrimas.De repente, su celular vibró. Era otro mensaje de Alejandro. Lucía lo abrió con esperanza, pensando que tal vez le diría que ya estaba saliendo o que se había retrasado por algún motivo. Pero lo que leyó la dejó helada.El mensaje decía: "Lo siento, Lucía. No puedo hacer esto. No puedo conocerte. No puedo engañarte más. Todo lo que te dije era mentira. No soy quien te dije que era. No me llamo Alejandro, ni vivo en España, ni soy escritor. Soy un impostor, un estafador, un cobarde. Me aproveché de ti, de tu inocencia, de tu bondad, de tu amor. Te hice creer que eras mi novia, pero nunca lo fuiste. Solo quería tu dinero, tu confianza, tu ilusión. Te pedí que vinieras a Buenos Aires para robarte todo lo que pudiera y luego desaparecer. Pero no pude hacerlo. No pude verte a la cara y hacerte daño. Así que decidí escapar antes de que fuera demasiado tarde. No me busques, no me llames, no me escribas. Olvídate de mí. Te pido perdón por todo el mal que te hice y te deseo lo mejor. Adiós."Lucía no podía creer lo que acababa de leer. Era una pesadilla, una broma cruel, una burla macabra. No podía ser verdad. No podía ser posible. ¿Cómo podía alguien ser tan malo? ¿Cómo podía alguien jugar así con los sentimientos de otra persona? ¿Cómo podía alguien destrozarle el corazón así?Lucía sintió un vacío en el pecho, un dolor insoportable, una rabia indescriptible. Quiso gritar, llorar, romper algo, pero no pudo. Se quedó paralizada, mirando la pantalla de su celular, sin poder reaccionar. Había perdido todo: su amor, su sueño, su esperanza.Lucía se quedó sola en el aeropuerto, con su vestido rojo, su maleta y su celular. Con un mensaje de amor que nunca fue.