Capítulo 20.

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   —¡Vamos chicos! —Sam les grita desde la meta

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   —¡Vamos chicos! —Sam les grita desde la meta. —¡Que no se les acabe el tiempo!  

La brisa de la mañana cortaba el aire y el sol comenzaba a quemar sobre su piel. Estaba en el campo de entrenamiento, rodeado de soldados y reclutas que lo observaban con atención. 

Han estado observándolo más de cerca, desde que los rumores se han hecho presentes.  

Puede escucharlos decir que es el favorito del Sargento y qué, por alguna razón, han sido demasiado ciegos para no verlo.  

Dudan de sus logros. Como si la única manera de ganar en la vida fuera abriéndole o entrando entre las piernas de alguien.  

Sabe que Otto ha hecho que disminuyan los rumores, tiene la certeza y primicia de que el Sargento tiene una omega esperándolo en casa, y aunque lo agradece, también maldice aquello.  

La prueba consistía en evaluar su velocidad y fuerza, dos habilidades esenciales en el mundo de las operaciones especiales. 

Mira de reojo a Lefy, ambos están en posición; con las rodillas dobladas, inclinados hacia enfrente, listo para correr en cuanto Otto use el silbato. 

Llevan puesto el uniforme de camuflaje, él le ha doblado un poco más mangas, se ha ajustado las botas, aunque siente que ha sido demasiado... Se siente tenso y no sabe si es porque Lefy no le ha saludado, ni siquiera lo ha mirado o porque considera que debe ganar.  

Era una cuestión mucho más personal y de orgullo.   

Su mirada se desvía hasta que encuentra los ojos de Lucas, frente a él. Tiene una expresión de miedo o tal vez desconfianza; una mueca en los labios y la frente arrugada, sus manos están juntas y las eleva intentando animarlo. 

Deben correr 400 metros hasta la red que los divide, subirla, bajarla, recoger el listón verde y negro, atravesar una alambrada arrastrándose por el suelo y llegar hasta su compañero.  

El silbato suena y Nick es el primero en salir corriendo, a medida que avanza, siente la presión de los segundos en su contra.  

Sabe que debe mantener un ritmo rápido en la carrera, pero también tiene que conservar suficiente energía para trepar y bajar la red. El sudor empapa su frente cuando sus dedos se aferran al lazo, desvía su mirada hacia atrás, Lefy le va siguiendo los talones, pero no está tan cerca. 

No era una red tan alta, quizá 5 o 6 metros, así que, cuando considera que va a la mitad, a punto de bajar, se deja caer. Cae sobre sus pies, y se desploma en el suelo, cubriendo su cuerpo con sus brazos.  

—¡Vamos, Nick! —Lucas le grita.  

Está cansado, su cuerpo duele, le pesa, como si días anteriores hubiera cargado demasiado, quizá un elefante o dos. Hay dolor visible, pero no se detiene.  

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