VII. Confesión

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La casa del horror estaba ubicada en la zona más alejada de la feria, casi sumida en la oscuridad de un bosque que lo rodeaba y le daba una vibra misteriosa que atraía, y al mismo tiempo, alejaba a las personas provocando temor dentro de sus corazones. Quizás porque era demasiado fea, y arruinaba el ambiente alegre y familiar de las demás atracciones, como un hijo demasiado horrendo que los padres intentaban ocultar, esta atracción de paredes de metal, pintadas con monstruos del cine que estaban a la moda, fue casi abandonada, por lo que parecía que un solo soplo del viento podría desmoronarla como una casita de Naipes.

Tratándose de un pueblito en el que, el noventa por ciento de sus habitantes era, devotamente religiosos (algunos rayando lo insano), por supuesto que ya habían solicitado (gritado a los cuatro vientos) por su demolición. Las señoras de la iglesia decían (se quejaban), de que su apariencia satánica era un incentivo para que el diablo "permaneciera entre ellos", promulgando el mal entre los pobres e indefensos pueblerinos de SweetVille. Así que, un día soleado, un grupo de señoras con sombreros pomposos, marcharon hacia la alcaldía para que sus demandas fueran escuchadas y debidamente cumplidas.

Sin embargo, quién hubiera esperado que el alcalde, mientras se limpiaba el sudor de su papada y de su frente, les respondería:

—Mis queridas señoras, sería un placer para mí satisfacer sus inquietudes. Pero verán, este humilde servidor, ¡ya no tiene potestad para hacerlo!

Todo el pueblo quedó paralizado cuando escuchó la noticia: ¡Alguien había comprado el lugar! ¡La feria, y los terrenos adyacentes, ya no eran propiedad de la municipalidad! Quién lo había comprado, nadie pudo descubrirlo. Lo único que la escandalizada gente de SweetVille sabía, era que había sido obra de alguien lo suficientemente rico como para, incluso comprar el silencio del alcalde sobre la identidad de este sujeto despilfarrador.

—¿Te has enterado? ¿Había alguien así de rico en este pueblo?

—Haces las preguntas equivocadas, querida, lo importante es, ¡¿estará soltero?!

—¡Oh! Eso espero. Tengo una sobrina a la que...

—¿De qué están cacareando? —La jefa del grupo se enfadó al oírlas alabar aquel misterioso hombre, y aunque ella también desearía conocerlo para presentarle a su ahijada, o presentarse a sí misma, solo para conversar de negocios por supuesto, ella ya estaba felizmente casada con un hombre muy trabajador y muy fiel. En fin, se recordó mantener la compostura por el bien de su gente—. Estamos aquí para pedir el derrumbe de aquel satánico lugar, ¡no de casamenteras señoras!

—Ay, Hera —una de las señoras se acercó, y le susurró con un atisbo de impaciencia—. ¿Por qué mejor no vamos a tomar té y galletas en la casa de la señorita Afrodita?

—¡Ja! ¡No le digas señorita a esa zorra! —bufó Hera, mientras levantaba el mentón con arrogancia—. ¿Quién no sabe que se ha metido con todos los hombres de aquí? ¡Basta! Ahora, manténganse fuertes, y muestren bien esas pancartas.

Sin embargo, las señoras ya no sabían a quién atacar, y como no podían ir en contra de las leyes de la propiedad y del dinero (tampoco podían convencer al sacerdote para que los acompañara, ya que éste decía que estaba muy ocupado meditando sobre la santidad) (tampoco tenían las agallas ni las ganas de destruirlo por sí solas) con el tiempo se hartaron y dejaron de concurrir a la alcaldía con sus pancartas gigantes. Solo les quedaba aconsejar a la gente a no ir a la casa del horror. Aún así, todavía había algunas personas que les gustaba lo prohibido y se aventurarían a conocer tal lugar, donde las sombras parecían fluctuar con los espíritus que se escondían.

Will se frotó las manos con ansiedad, y luego se secó el sudor de las palmas con la tela de sus pantalones, vigilando de reojo a la enigmática persona que iba a su lado. Él y Nico caminaban por un sendero de tierra, iluminado por diminutas velas titilantes que se hallaban protegidas del feroz viento, por un conjunto de frascos de plástico situadas en el suelo. La luz resaltaba los finos rasgos del italiano, y se coló hasta sus fríos ojos, adhiriéndole un poco de calidez. Además, dándole una apariencia más viva y corpórea, justo cuando Will empezaba a preguntarse si la palidez de Nico era a causa de no llevar sangre en las venas.

¿Cómo cortejar a un Chico en los 80?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora