CAPITULO TREINTA - TE REGALO

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GUILLERMO

Es el día de cumpleaños más importante de mi vida, si no tenemos en cuenta cuando cumplí once e invité a algunos integrantes del equipo de natación con la esperanza de que me dejaran entrar en su equipo, aunque después de todo, ni siquiera se dignaron a venir.

Llevo toda la mañana trabajando en el departamento para poder salir a la dos y así llegar a tiempo al almuerzo de las tres en casa de mi abuela, que celebramos como todos los años.

- Felicidades, primo. Hoy voy a hacerte el gusto en todo - me saluda mi primo al entrar en el piso como Pedro por su casa poniéndome la canción de Te regalo de Carlos Baute en el teléfono móvil.

- Cancela lo de esta tarde, por favor - le suplico.

- Sabes que no puedo. Además, tu novia ya conoce a la mitad de la familia.

- Sé que alguien va a meter la pata - dramatizo.

- Tampoco pasa nada porque se entere de quiénes son tus padres o qué estás estudiando. A Carmen no le va a importar - me tranquiliza.

- Pero quiero decírselo yo, porque lo que sí le va a molestar es que no se lo haya dicho yo mismo - intento que me entienda.

- ¿Y por qué no se lo has dicho?

- Porque no he encontrado el momento.

- Si no te dedicaras a follártela todo el tiempo que estáis a solas.

- Sabes que eso no es cierto - le respondo molesto.

- Este mes has gastado más condones que yo - me echa en cara, como si eso fuese un crimen.

- ¿No ibas a hacerme el gusto en todo? - le recuerdo.

- No me has pedido nada.

- ¿Me dejas conducir hasta la casa de la abuela? - le pido intentando no sonar demasiado nervioso.

- ¿Crees que podrías llevarlo sin tener un accidente? - me pregunta Eric, que está mucho más loco que yo.

- Por supuesto - le respondo serio.

- Pues vámonos, que si no llegamos tarde - me dice para mi alegría.

No es la primera vez que conduzco un coche, pero nunca lo he hecho en una carretera con otros vehículos, semáforos y demás objetos que puedan influir en mi conducción. No puede ser mucho más complicado que ir en la moto.

- Cuídamelo - me pide mi primo, cuando me da las llaves y yo parezco un niño en la mañana de Reyes.

Mi abuela vive a las afuera de la ciudad y solo tardamos diez minutos en llegar, pero la sensación de poder conducir es impagable.

- Ni siquiera se te ha calado - me dice orgulloso mi primo mientras nos dirigimos a la entrada de la vivienda.

- Gracias, sé que al principio estabas cagado.

- Si me llegas a rayar el coche, tu padre me compra uno - bromea Eric, como si a él le importase mucho la pintura de la carrocería.

Ni siquiera me da tiempo de llegar hasta la puerta y mi abuela sale a darme un abrazo y docenas de besos. No conozco a nadie que le guste besarme tanto, en realidad sí, pero para mi suerte, los besos no se parecen en nada.

- Veinticuatro años. ¡Quién tuviera tu edad! - me dice mi abuela mientras me besa y abraza.

- Mamá, déjanos un poco para los demás - le riñe mi madre a la suya.

- Hay para todos - le dice mi abuela sin separarse de mí.

Todos me felicitan en cuanto Eric y yo entramos en la casa. No somos muchos porque mi prima Tania no pudo venir, sin embargo, para mi sorpresa, Albert, mi primo, ha venido a verme. Habla perfectamente el español, aunque con un ligero acento, pero que apenas se nota.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora