CAPITULO TREINTA Y SEIS - PRIMERA OPERACION

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GUILLERMO

En menudo lío me ha metido Fran. Me dejaron en observación en el hospital hasta el lunes por la tarde. No sé si porque era necesario, la policía nos estaba haciendo la pelota por miedo a nuestras actuaciones o  mi padre impuso tanto respeto, que todos estaban que se cagaban.

Para sorpresa de toda la familia, el domingo por la mañana Lucio, el padre de mis primos, vino a verme al hospital. Me trajo regaliz y un yo-yo, cosas que me volvían loco cuando tenía cinco o seis años. Mi tío es inteligente, a pesar del desliz que tuvo al olvidarse de sus hijos durante años, y cinco minutos después estábamos mis padres, Mercedes, Carmen y mis tres primos bromeando con él y su yo-yo y recordando anécdotas de cuando éramos pequeños.

Siempre fui ciego, pero también fui un niño feliz, sin excepciones. Nunca sentí que fuese menos que nadie o que no pudiese hacer algo, solo cuando fui creciendo comencé a darme cuenta de que los demás veían y yo no y la diferencia que eso conllevaba.

Personalmente, yo me quería ir a casa desde el sábado por la mañana, pero nadie me lo permitió. Al menos, dejaron que mi mujer me trajese mis cosas del trabajo y le pasé las diapositivas y un resumen de lo que iba a dar el lunes en clase a un compañero el domingo por la tarde. Luego me llamó, me hizo un par de preguntas, pero al final la cosa no fue tan mal, si no alguien me lo hubiese hecho saber.

Cuanto el martes entré en la facultad a las ocho y media de la mañana, ya que solicité el alta al médico para no dejar tirado a mi superior con las clases de esta semana, noté los murmullos de los alumnos y profesores. Como siempre he dicho, soy ciego, no sordo y parece ser que mi cara impresionaba bastante, a pesar de que dolía muchísimo menos. Iba a estar al menos dos semanas con la cara hecha un asco, así que pensé que lo mejor sería que se acostumbraran.

Al llegar a mi recién estrenado despacho, ya que me lo habían dado el lunes pasado, es decir, hacía una semana y un día, me estaban esperando por fuera un policía, el abogado laboralista de la universidad, mi superior, el decano y, para mi sorpresa, el abuelo de Fran.

Después de hablar con el policía propietario de la porra y su compañero, no quise presentar una denuncia para no perjudicarlos. Tendrían más o menos mi edad y estaban tan nerviosos que la voz les temblaba. Tuve que hacer un par de bromas para poderlos tranquilizar un poco y que me contasen lo sucedido.

Nadie podría haber evitado que Fran me diera un porrazo después de que le quitara el arma al policía. Estábamos de espaldas y no había nadie cerca de nosotros. Así que si alguna vez sucediese algo así otra vez, no podría evitarlo con mucho que me preparase.

El abuelo de Fran vino a convencerme para que denunciara a su nieto porque, según él, no iba a aprender nunca si nadie le hacía ver que estaba obrando mal. Yo le conté que no quería perjudicar a la policía, pero que si lo denunciaría en la universidad y al ser un accidente laboral, según me había dicho mi abogado, él no podría seguir haciendo su doctorado en Granada. Imagino que, con un padre tan importante en el sector, no le faltará un sitio donde hacerlo o donde trabajar.

Cuando el policía, el abogado, el decano y mi superior se fueron, nos quedamos charlando el abuelo de Fran y yo. Le conté toda la historia, cómo había conseguido un puesto de ayudante en el departamento sin saber que Fran también lo quería, cómo me había enamorado de una mujer, que parece ser que a Fran también le gustaba, porque había sido agradable con él en una fiesta donde estaba solo, y cómo me insultaba y decía mil barbaridades cuando me veía o me amenazaba con contarle a Carmen que estaba estudiando en la universidad cuando ella lo desconocía.

Su abuelo no sabe por qué su nieto es así, las dos hijas de su otro hijo son muy dulces y sociables, pero Fran siempre ha sido un narcisista, poco empático y con un sentimiento de superioridad muy marcado.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora