Capítulo 5

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Como era de esperarse, no faltó quien viera a Dalila tomar el auto y verla en carretera yendo hacia cierto lugar. Miguel se enteró aquel mismo día por algunos de sus conocidos que le preguntaron con malicia sobre el viaje en solitario que había hecho su esposa esa mañana sin su compañía y sin su permiso.
Por eso, esa tarde, mientras comía con su esposa, esperaba que ella le dijera algo de hacia dónde había ido, pero ella solo guardo silencio y no dijo nada sobre su viaje.
Miguel no podía evitar sentir celos al pensar que su esposa podría estarlo engañando con alguien o bien que supiera del paradero de su hija y no le dijera nada. Que Dalila fuera una cómplice de su primogénita, permitiendo que se hundiera en el pecado al amar a otra mujer.
Entre tanto, él sabía cómo enterarse de si su mujer lo estaba engañando, desde el día en que contrajeran matrimonio, Dalila siempre lo había complacido sexualmente, nunca se negaba, estaba dispuesta para él cada que a Miguel se le antojaba tener sexo y era algo que le complacía mucho a él.
Así que esa noche, Miguel llevo a cabo su juego de seducción hacia su esposa. Dalila, no deseaba estar con él, realmente casi nunca lo deseaba, pero hacía mucho tiempo que había aprendido a como tener intimidad con él sin ser consciente de que era Miguel quien la tocaba. Dalila cerraba los ojos, siempre, siempre y se imaginaba que era Ágata quien la acariciaba y la recorría por completo, pero muchas veces nunca llegaba al orgasmo y tenía que fingir que lo disfrutaba.
Si Ágata pensaba que Dalila no pagaba penitencia por lo que había hecho, estaba equivocada, pues mantener relaciones sexuales con quien no se ama, resultaba algo demasiado difícil y Dalila lo pagaba caro y con creces.
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Al paso de los días, la visita de Dalila trajo problemas de salud a una Ágata ya no tan fuerte emocionalmente. Como no tenía con quien hablar sobre sus penas o preocupaciones, todo se lo guardaba dentro y su pecho que no era bodega, comenzó a colapsar de a poco.
Cuando estuvo de regreso en su trabajo, empezó a sufrir dolores de cabeza, no tan intensos, pero le afectaba un poco estar con ese insistente dolor día y noche. Poco después, comenzó a sentir que su corazón se aceleraba y luego volvía a latir a su ritmo normal a pesar de tomar sus pastillas. Ágata no podía comprender que estaba pasando, pero decidio que iría a ver a su médico en cuanto pudiera.
Sin embargo, Ágata se desmayó mucho antes de que tuviera la oportunidad de pedir permiso en su trabajo. La ambulancia llego por ella y se la llevaron de inmediato al hospital de su seguro social, en donde un doctor diagnostico que su presión estaba demasiado alta y que su nivel de azúcar se encontraba muy bajo, provocándole el desmayo.
Carla y Bianca se enteraron tiempo después de lo que le había pasado a Ágata, fue al mediodía cuando una de las empleadas de la misma tienda de donde Ágata trabajaba, le conto a Lola lo ocurrido y esta les dijo a sus dos trabajadoras.
― ¿Cómo está? ― pregunto Bianca preocupada.
― ¿Quien esta con ella? ― inquirió Carla.
―Según me dijo esta chica, que su desmayo fue por causa de la baja de azúcar y que también tenía alta la presión. No hay nadie con Ágata ¿Quien más podría estar con ella? ¿Saben si está comiendo bien o tomando sus medicinas? ― les pregunto Lola ―. Es raro que le suceda algo así, por lo general se cuida mucho.
―Bueno, ha estado un poco rara estos últimos días ― reconoció Bianca ―. Tampoco la veo comer mucho por las noches y en el día no sé si se alimenta o no. Y tú, ¿Te has dado cuenta, Carla?
―La verdad es que no le he prestado atención.
Carla y Bianca se apresuraron a llegar a casa para después dirigirse al hospital en donde se suponía debía haber estado Ágata, pero apenas cruzar la puerta, se encontraron con que ella ya se hallaba allí, sentada en su sillón favorito, con la cara pálida, pero aun así les sonrió a las jóvenes que corrieron hacia ella para saber cómo estaba.
―Nos dijeron que estabas en el hospital ― dijo Bianca ―. ¿Cómo has venido?
― ¡Tan pronto te dieron de alta? ― inquirió Carla.
―Tranquila, niñas. Solo ha sido un pequeño desmayo ― trato de tranquilizarlas Ágata, pero su semblante y estado no le ayudaban mucho.
― ¿Has venido tu sola? ― volvió a preguntar Bianca.
―Pues claro, ni modo que quien me va a traer. Vine en un taxi.
― ¿Que te paso?
―Cosas de personas mayores. Como ya les había dicho padezco de la presión y las pastillas que antes tomaba ya no me hacen efecto, así que me las han cambiado por unas más fuertes.
― ¿Mañana iras al trabajo? ― quiso saber Carla.
―No, creo que no. Ya hablé para decir que me tomaría el día de mañana libre, pero que pasando tengo que ir.
― ¿Pero y si no te sientes bien? ― pregunto Bianca.
―Cuando somos pobres poco podemos darnos el lujo de enfermarnos, ya soy mayor y no me puedo permitir perder mi trabajo.
Aquello era cierto, Ágata no se podía permitir perder un día más de trabajo o perderlo definitivamente. No tenía a nadie quien le ayudara económicamente, ni ningún familiar cerca, ella sola se tenía que valer por sí misma y gracias a ello, no se permitía sumirse en la tristeza de saberse sola.
Esa noche, Bianca no pudo evitar contarle a Dalila lo que le había pasado a Ágata, pues la última vez que habían hablado y preguntado sobre si conocía a Ágata de antes, ella se negó rotundamente y dijo llegar allí solo por instinto maternal. Bianca se lo creyó, pero Carla era quien le habría los ojos, era esa parte de su conciencia que hacía que Bianca no fuera tan inocente y le abriera los ojos a la realidad.
Bianca escucho a su madre realmente preocupada por Ágata cuando le conto sobre su estado de salud y le pareció aún más raro que sintiera preocupación por una persona que apenas conocía, pues la lleno de preguntas sobre qué era lo que le había pasado, dando cavidad a Bianca de que comenzara a convencerse de lo que Carla le decía sobre su madre y Ágata.
―Te dije que tu madre oculta algo y Ágata tambien ― le dijo Carla cuando Bianca colgó ―. Ágata nunca dirá nada.
―No lo hará, pero mi madre se descubre sola al preocuparse por Ágata y preguntar sobre ella. En cambio, Ágata nunca pregunta nada, ni antes ni ahora.
― ¿Porque será?
―Porque quizas ya no le interesa, ya no la ama o no quiere generar sospechas.
― ¿Crees que tu mamá siente algo aun por ella?
―No lo sé, pero ¿Porque se casó con mi papá si no lo amaba?
―Eran otros tiempos y ella eligió lo que supuestamente era correcto.
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Esa noche, Dalila no pudo dormir bien por pensar en Ágata, se recriminaba el no haber podido despedirse de ella cuando fue a ver a Bianca. Dalila deseaba darle un abrazo a la mujer que amo o que aun amaba, a pesar del daño que le hizo. Le dolía haber traicionado a Ágata, pero en ese entonces no encontró una salida mejor que huir de su lado para comenzar una nueva vida en la que no fuera juzgada y para que sus padres volvieran a amarla. Había sido una decisión difícil, pero en ese momento creyó que era la mejor.
A la mañana siguiente cuando Miguel se fue al trabajo, Dalila tomo el auto y volvió a salir a carretera. Su destino era ir a casa de Ágata, esta vez iba con un doble propósito, verla a ella y a Bianca, abrazar a las dos mujeres de su vida, aunque a la primera hacía mucho que la había perdido, pero al menos podía darle un abrazo y quizas ser amigas, aunque Dalila no sabría cuál sería su reacción ante tal propuesta.
Dalila aparco en el mismo lugar que la vez anterior en que fue a casa de Ágata, salió del auto y de inmediato se dirigió a la puerta, en donde golpeo la madera a la espera de que le abriera. Sin embargo, al paso de pocos minutos, Dalila comenzó a desesperarse al ver que Ágata aun no abría, estaba por intentar entrar sin ser invitada cuando la puerta por fin se abrió.
―Hola, pensé que te había pasado algo ― soltó Dalila al verla.
Ágata supo de inmediato que Bianca había puesto al tanto sobre su estado de salud a Dalila.
―Hola, estaba arriba. Por eso tarde en abrir.
Antes de que Ágata diera paso a Dalila para que entrara, esta se lanzó sobre de ella y la rodeo con sus brazos, en un fuerte y pétreo abrazo. Ágata jamás lo espero y mucho menos lo vio venir. Pero aquellos brazos y aquella calidez que conocía a la perfección volvían a estar cerca de ella, haciendo evocar recuerdos del pasado, tiempo en que abrazarse era tan simple y natural como el respirar, pero que ahora era como un sueño prohibido. Ágata no pudo contenerse y devolvió el abrazo con el mismo ardor y afecto con el que Dalila se lo profesaba. Aunque ahora Dalila olía distinto, llevaba un nuevo perfume y también otro champú.
Por su parte, Dalila sintió que el tiempo no había pasado y que el haber abandonado a Ágata había sido solo un sueño, una pesadilla. Ágata seguía llevando el mismo perfume y su cabello continuaba oliendo de la misma manera en que lo recordaba, en cambio ella, ya no era la misma, había cambiado, así que probablemente no pudo evocar en Ágata, lo que Ágata en ella.  
―Deseaba hacer esto la primera vez, pero no me atreví ― confeso Dalila deshaciendo el abrazo ―. Sigues oliendo de la misma manera en la que te recuerdo.
Para Ágata fue extraño escuchar aquello, pensaba que Dalila no le dedicaba ningún pensamiento, que ni siquiera la recordaba.
―Y tu hueles muy distinto.
Ágata se apartó de la puerta y Dalila entro, a pesar de la ligera incomodidad que surgió entre ellas tras las últimas palabras.
― ¿Cómo sigues? ― le pregunto Dalila realmente preocupada por ella, ya que era visible que no se encontraba bien, le parecía más delgada que la última vez que la vio.
―Más o menos ― respondio mientras tomaba asiento.
―Bianca me conto lo que te paso.
Al oír esto, Ágata se preguntó si estaba allí por ella o por Bianca, aquel abrazo la había dejado completamente confundida y al mismo tiempo exultante con toda una mezcla de sentimientos hacia Dalila.
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A lo lejos, oculto entre algunos arbustos, Miguel había observado la escena del abrazo entre Dalila y Ágata con el sabor de la bilis en la punta de la lengua, la rabia se apodero más de él, cuando vio que su esposa entro a la casa de aquella mujer y no salió en el tiempo que él creyó era lo apropiado. Miguel se fue de allí echando chispas, ya tendría la oportunidad de saber que se traía Dalila entre manos.
Miguel había pasado los últimos días de la semana espiando a Dalila, cuando le decía que se iba a trabajar, él escondía su auto, para después espiar su propia casa desde un lugar prudente, en especial deseaba vigilar los movimientos de su mujer, que no hacía nada extraño más que los deberes de la casa. Pero a pesar de ver que todos los días su esposa realizaba lo mismo, no cejo en su intención de que en algún momento Dalila volvería a tomar el auto e ir más allá que hacer unas compras en el supermercado. No obstante, luego de varias semanas acechando, una mañana su esposa se dirigía hacia el lugar que él había esperado que fuera.
Se dirigió a esa ciudad, aquella en la que él se enteró por bocas de otras personas que Dalila había estado viviendo con una mujer, pero que eso a él no le importo, porque a fin de cuentas, él se había casado con ella y dado una hija, ganando por completo.
No obstante, su primogénita había heredado el gusto y la depravación de Dalila de amar a otra mujer. Pero ese pequeño mal, Miguel lo arreglaría pronto.

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