Bajo el bienhechor manto de un cielo opaco y grisáceo, el vagabundo solitario Maximiliano se sumergía en una danza errática que reflejaba las cicatrices internas que el alma lleva consigo. Las desoladas calles de una Londres asediada por las sombras de la peste se desplegaban ante él como testigos mudos de su existencia desolada. Su rostro, ajado y macilento, era un mapa marcado por los estragos de una vida arañada por la enfermedad y el dolor. También él, cual hoja marchita arrancada con crueldad del árbol de la vida, había sido víctima de la peste bubónica durante aquel fatídico año de 1666, cuando la ciudad se convirtió en un hervidero de lamentos y muerte.
Sus pies arrastraban su cuerpo exhausto hasta un rincón abandonado cerca de la linde del río Támesis. Allí se acomodó, entregándose a la soledad y a la tristeza como únicos testigos de su existencia. Encerrado en la cárcel de sus pensamientos, se preguntaba si alguna vez volvería a conocer la dulce melodía de la alegría. Sus pesares y sus quebrantos, enredados como hilos de amargo rocío sobre su ser, parecían componer una melodía triste y melancólica que solo él podía escuchar en lo más profundo de su ser.
Fue en uno de esos oscuros días de soledad que el vagabundo, inmerso en los sinsabores de su propia sinfonía, fue despertado por una suave quejumbre que flotaba en el aire. Alzó los ojos, como dos faros deslumbrados por la ternura, y allí, en medio de la desolación que habitaba su mundo, se encontraba un cachorrito, sus ojitos desbordando una mezcla de desamparo y curiosidad. Aquellos ojos llenos de inocencia encontraron los del vagabundo, y en el fulgor que despertó su encuentro, una chispa de esperanza se encendió en sus corazones, como el calor de un sol que asoma tras la oscuridad de la noche.
El vagabundo, acariciando con ternura la suave piel del pequeño cachorro, lo cobijó en sus brazos con una delicadeza exquisita. Aylín, así bautizó a su oculto tesoro, se convirtió en su consuelo en medio del vasto océano de desdicha que lo envolvía. Juntos, surcaron las calles que poco a poco dejaron de ser desoladas, regalándose calor y amor mutuo en cada paso. Era como si la oscuridad que siempre había acompañado a Maximiliano comenzara a desvanecerse poco a poco, dejando lugar a un atisbo de luz en medio de tanta penumbra.
Sin embargo, la sombra inexorable de la muerte seguía amenazando a Maximiliano, sintiendo cómo su cuerpo debilitado se desvanecía como un suspiro en la brisa. Pero Aylín, en un acto de lealtad sin límites, permaneció junto a su amo hasta el último latido de su corazón, ofreciéndole un destello de luz en los últimos compases de su existencia sumida en la oscuridad. Fue entonces cuando, en un instante de trascendencia, Maximiliano juró amparar el alma de su fiel compañero desde el más allá, esperando encontrar una forma de protegerlo y guiarlo a través del eterno fluir del tiempo.
Finalmente, la vida del vagabundo llegó a su fin en aquel rincón olvidado, cuando la última nota de su melodía se desvaneció en el viento. Sus ojos cerraron al fin, sumiéndose en el adiós eterno, pero su espíritu vagó por encima de los tejados de Londres, buscando a su leal Aylín. Fue entonces que, como en un guiño caprichoso del destino, los llantos de Aylín atravesaron los callejones desiertos, llamando la atención de una niña pequeña llamada Isabella.
Isabella, con sus ojos cristalinos repletos de inocencia y compasión, encontró al cachorro solitario y lo abrazó con ternura en su pecho. En aquellos brazos, Aylín halló un nuevo hogar, una oportunidad de ser amado y cuidado de una manera que jamás habría imaginado. El corazón de Isabella se convirtió en el refugio donde las heridas de Aylín encontraron abrigo, y su mirada se cargó de brillo y esperanza.
Juntos, Isabella y Aylín emprendieron un nuevo camino, creando su propia melodía de alegría y esperanza mientras recorrían las calles de Londres. Cada paso que daban estaba impregnado del espíritu de Maximiliano, que desde el más allá guiaba sus vidas hacia la plenitud y la felicidad. Entre risas y juegos, Isabella y Aylín encontraron la fuerza para enfrentar cualquier adversidad, como si el amor que compartían se convirtiera en un escudo invencible.
En aquel rincón añorado y perdido, en el corazón puro de Isabella, un vínculo eterno se fundó, siendo testigo del poder transcendental que puede emerger incluso en los momentos más oscuros y desesperanzados de la vida. Desde entonces, cada tarde, cuando el sol tiñe el horizonte de tonos dorados y anaranjados, la silueta del vagabundo Maximiliano y su fiel Aylín se dibujan en la bruma, recordándonos que el amor verdadero perdura más allá del tiempo y de las sombras. Y así, su melodía de amor y esperanza sigue resonando en el corazón de aquellos que saben escucharla y que, al encontrarse con ella, encuentran la paz y la fortaleza para enfrentar cualquier batalla.
ESTÁS LEYENDO
Relatos De Una Antología-Los Cuentos Poema.
RandomCompuesto por una variedad de cuentos y relatos en forma de poema. Cada historia transporta al lector a un mundo diferente, explorando temas de amor❤️, tristeza😔, miedo😱 y fantasía✨. "Los relatos de una antología-los cuentos poema" es una colecció...