5.

367 41 6
                                    

Tras las largas ocho horas de clases, Andreas lo llevó en su auto a casa. Silencioso y sin ánimos, escuchó toda la vida amorosa de su mejor amigo. Que se había liado con quién sabe quién y que sentía la conexión realmente fuerte. No le interesaba, sentía que se le iban a cerrar los ojos en cualquier minuto y eso iba a traerle estragos permanentes en el resto del día. De todas formas aceptó cuando su mejor amigo quiso cambiar los planes e irse a la casa de su supuesto novio para tener una fiesta antes de irse al campo donde solían acabar la noche. Era viernes y eso significaba poder ponerse hasta atrás sin preocupaciones.

Entraron juntos a la casa y se sentaron en el sofá individual. Sus cuerpos flacuchos apenas hacían el volumen de una persona grande y la cercanía nunca era molesta para ninguno de los dos. Aún no había muchas personas, sin embargo era prometedora la fiesta; se esperaba un montón de personas del barrio; y una noche que podía ser interminable. Ahí fumaron hierba y bebieron vino desde un cartón barato. Andreas estaba emocionado esperando ver a su enamorado; pero se puso serio cuando vio que Bill no le daba bola por andarse mensajeando con el mismo imbécil de siempre.

-¿Enserio no te das cuenta que te está utilizando? -Bill levantó la mirada para atender sus palabras. Apretó el entrecejo, confundido. -Ese imbécil ha terminado con la vida de muchos.

-Eso es falso, en primer lugar. Ni siquiera le conoces, sólo conoces lo que hablan de él. -Gruñó, bloqueando su celular para que dejara de ver las fotos que acababa de mandar. Andreas ya lo había platicado con los demás: el que Bill estuviera teniendo una relación amorosa con una persona como Tom, no sólo lo ponía en un peligro físico real, sino que también lo vulneraba emocionalmente, porque ya había vivido cosas horribles con relaciones que lo hacían querer terminar con su propia vida o arriesgarla a consciencia como si fuera adicto a cierto dolor mental.

Había tenido relaciones en las que el dolor se había vuelto una necesidad; llegar con morados a clases era normal y al parecer hasta le gustaba. Había sido difícil para sus amigos aceptar que Bill estaba mal mentalmente, que el hecho que le gustara sentirse diminuto y ofendido por los demás, era algo que su cuerpo ya atraía como un imán incluso si no lo estuviera buscando activamente. La gente lo molestaba porque siempre se había dejado; lo vulneraban porque nunca oponía ninguna resistencia. Dejaba que le pegaran en las calles y hasta parecía que se vestía así de diferente con el objetivo único de llamar la atención de otros para ser víctima de burlas e insultos.

El que estuviera liándose con Tom no les parecía extraño, pero sí preocupante. Porque Tom y sus amigos siempre se habían dado a respetar a base de golpes graves e insultos masivos. No les importaba ir a por la familia de los afectados o usar armas. Lo raro era que, con paciencia y tiempo, parecía que Tom realmente se estaba reformando; hacía muchos meses que no se le había escuchado hablar sobre algún ataque a alguna persona; ni tampoco se le había visto con sus amigos por periodos largos. Podía significar que había por fin sentado cabeza, o que estaba planeando algo en contra de la gente que más parecía odiar para terminar con ellos. Y entre las piernas ya tenía enroscado a Bill.

-No llevas nada de tiempo con él y ya estás abstraído. Abre los ojos. -Aconsejó, pero Bill simplemente negó, dándole una calada al porrito y soltando el humo mucho antes de que se asentara en su garganta. Después cruzó una pierna sobre la otra y se encogió de hombros.

-Déjame en paz. -Advirtió, poniendo los ojos sobre los de Andreas, que lo miraba serio. -Yo decido con quién y con quién no.

Y pese a que podía seguir insistiendo, el rubio prefirió quedarse callado, viendo cómo su mejor amigo volvía al teléfono y seguía escribiendo mensajes con ese Tom. Puso los ojos en blanco y negó, llevando la boquilla de la cerveza a sus labios.

SAUDADE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora