say don't go

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Lo sabía, ellos no serían algo que durará para siempre.

El aire en el paddock de Mónaco estaba cargado de tensión. Sergio se movía entre los mecánicos y los ingenieros, pero su mente estaba lejos. Max se volvió indiferente, de nuevo. La chispa que solía iluminar sus ojos había disminuido, y la distancia entre ellos se volvio palpable. Las palabras no pronunciadas pesaban en el aire, y Sergio sintió como si estuviera en una carrera, pero sin un destino claro.

Porque cuando lo besaba el tiempo se detenía. Y es todo suyo, pero él no lo es.

Era un viernes de práctica, y los motores rugían, pero la emoción habitual se había esfumado. Max estaba allí, como siempre, pero era como si estuviera en otro mundo. Hablaba con los ingenieros, respondía a las preguntas de la prensa, pero a Sergio le costaba alcanzar su atención. Esa indiferencia lo hería profundamente.

La semana anterior, el padre de Max acudió al paddock, una figura imponente que siempre influenció en su hijo. Sergio no pudo evitar sentir que, después de la visita, Max se encerró más en sí mismo, alejándose de lo que construyeron juntos. La idea de que él era solo una distracción le daba vueltas en la mente, como un eco que se repetía sin cesar.

Sergio se detuvo en el garaje, observando a Max desde la distancia. El piloto holandés se encontraba concentrado, revisando los datos de su monoplaza. Esa imagen, que solía llenarlo de orgullo, ahora lo dejaba sintiéndose impotente. La incertidumbre lo consumía, y la tristeza se transformaba en una presión en su pecho.

Esa noche, mientras los otros pilotos disfrutaban de la cena, Sergio se encontró solo en su habitación. La soledad se sentía como una manta pesada. Recordó los momentos felices que habían compartido, las risas, las promesas. Todo parecía tan lejano ahora. Decidió que necesitaba hablar con Max, que no podía dejar que esta situación se prolongara más. No podía seguir viviendo así.

Al día siguiente, cuando la actividad en el circuito comenzaba a calmarse, Sergio se acercó a Max. Con cada paso, sintió que su corazón latía más rápido, la ansiedad consumiéndolo. Se detuvo a unos pasos de él, esperando que Max alzara la mirada, pero el neerlandés seguía inmerso en su mundo.

—Max. —Dijo finalmente, su voz apenas tenía un susurro.

Max lo miró, y en su expresión había una mezcla de sorpresa y desdén. Era como si hubiera despertado de un sueño.

—¿Sí? —Respondió, con una frialdad que cortó el aire.

Sergio sintió que sus palabras se estancaban en su garganta. Era el momento de ser honesto, de luchar por lo que quería. Se armó de valor y continuó.

—Necesitamos hablar. No sé qué está pasando entre nosotros, pero esto no puede seguir así.

Max frunció el ceño, y por un momento, Sergio vio un atisbo de la conexión que solían compartir. Pero rápidamente se desvaneció, y Max dio un paso atrás.

—No hay nada de qué hablar, Sergio. Estamos ocupados con la carrera. —Dijo, desinteresado.

Las palabras de Max lo atravesaron como un puñal. Era evidente que había algo más detrás de su indiferencia, algo que lo alejaba de él. Sergio sintió que la desesperación lo invadía. Necesitaba luchar, pero no podía hacerlo solo.

—Lo que está en juego aquí es más importante que una carrera. —Dijo Sergio, su voz temblando. —Estoy perdiéndote, Max. Y no sé si aún te importa.

Max lo miró con una mezcla de confusión y molestia. En sus ojos, Sergio vio la lucha interna entre lo que realmente sentía y lo que su padre le había inculcado. Era como si estuviera atrapado en una batalla entre el deber y el deseo, y eso lo hacía sufrir.

—Sergio, no es tan simple. Mi padre... —Comenzó a explicar Max, pero Sergio lo interrumpió.

—No, no quiero escuchar lo que tu padre dice. Quiero saber lo que tú sientes. Estoy aquí, siempre lo he estado, y esto es lo que obtengo a cambio. No puedo seguir así.

El silencio se alargó entre ellos, y Sergio sintió que tenía que tomar una decisión, y aunque le aterraba, sabía que merecía más. La idea de aferrarse a lo que alguna vez fue, aunque dolorosa, ya no era suficiente.

—Te amo, Max. Pero necesito saber que sientes lo mismo. —Dijo, y su voz se quebró. —Si no, tal vez sea mejor que tomemos un tiempo.

Dijo: te amo, y como es costumbre entre ellos, el otro no dice nada.

Max se quedó en silencio, su mirada perdida. El mundo de Sergio se detuvo. En su corazón, se instaló una esperanza fugaz de que Max lo detuviera, que le dijera que no quería que se fuera. Pero los segundos se convirtieron en minutos, y la respuesta nunca llegó.

Finalmente, Max soltó un suspiro pesado.

—Sergio, no puedo... no sé qué quieres que haga.

Michel sintió cómo se le rompía el corazón.

—Creo que es mejor que me aleje de ti. —Dijo, reteniendo las lágrimas. —No quiero tener que esperar hasta las vacaciones para que de pronto seamos una pareja feliz pero al regresar a la realidad actúes de esta forma.

Max lo miró con sorpresa, como si no pudiera comprender la magnitud de lo que estaba diciendo. Estaba tomando la mejor decisión, aunque su corazón se desgarrara.

—¿No vas a decir nada? —Preguntó, deseando escuchar una súplica que nunca llegó.

Se quedaría para siempre si dijera: no te vayas.

Max simplemente lo miró, y en sus ojos encontró una mezcla de emociones que Sergio no creyó descifrar. La indiferencia de las últimas semanas se convirtió en un eco ensordecedor, y Sergio supo que la distancia que creció entre ellos era ahora insalvable.

—Cuídate, Max. —Dijo, sintiendo con cada palabra que le costaba un esfuerzo monumental. Se dio la vuelta y se alejó, sintiendo que una parte de él se quedaba atrás.

¿Por qué lo quiso? ¿Por qué le dió todo sin recibir nada a cambio? ¿Por qué se permitió amarlo?

Mientras la noche caía, Sergio se sintió más solo que nunca, pero también un poco más libre. En el fondo, brillo una chispa de esperanza: que algún día, tal vez, las cosas cambiarían, y que Max pudiera entender lo que habían perdido.

1989 » chestappen's versionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora