i wish you would

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Sergio no solía desear muchas cosas, pero ese loco amor por Max le provoco hacer cosas que jamás pensó.

Las luces de la ciudad brillaban con intensidad mientras Sergio se quedaba mirando la ventana de su habitación en el hotel de Australia. Llevaba horas allí, con la mirada perdida en el reflejo de las luces en el cristal, y sus pensamientos no dejaban de regresar a lo mismo: Max Verstappen. Recordó la primera vez que todo salió a la luz, cómo sus nombres fueron tendencia global por días, y cómo las fotografías que Helmut y Daniel Ricciardo filtraron hicieron de sus vidas un escándalo mediático. De nuevo estaban en Melbourne, el mismo lugar donde todo había salido a la luz casi un año atrás.

Cuando las imágenes salieron y su privacidad fue violentada, la reacción fue inmediata. Los titulares no hablaban de victorias o derrotas en la pista; todos querían saber más sobre los dos pilotos de Red Bull, que, según decían, no solo eran compañeros de equipo, sino también pareja.
Helmut, con su acostumbrada frialdad, les advirtió que el equipo no podía permitirse distracciones y que, si querían seguir juntos, tendrían que ser más discretos. Daniel Ricciardo, con su risa contagiosa, bromeó sobre la situación, pero Sergio identificó un trasfondo de envidia en su tono, una especie de resentimiento mal disimulado.

Vaya par de traidores mentirosos.

A pesar de todo, Sergio y Max lo superaron, o eso pensaron. Durante un tiempo, las cosas volvieron a ser como antes. Competían, se apoyaban en la pista, y cuando estaban lejos de las cámaras, se dejaban llevar por la intensidad de su relación. Pero con el tiempo, Max comenzó a cambiar. Se volvió distante, más frío. Sus respuestas eran cortas y cada vez pasaban menos tiempo juntos fuera de la pista. Sergio intentó no darle demasiada importancia al principio, pero, con cada mensaje ignorado y cada noche en la que Max no aparecía, algo dentro de él se rompía un poco más.

Sentado en esa habitación de hotel, siendo casi las 2 de la mañana, Sergio no dejó de pensar en qué había salido mal. Aguantaron las miradas y los susurros en los paddocks, las preguntas malintencionadas en las conferencias de prensa y las críticas de sus propios compañeros en la parrilla. Eran una unidad, inseparables.

Pero algo cambió en Max. Tal vez fue la presión de la escudería, tal vez los comentarios de Helmut sobre la necesidad de "enfocarse en las carreras" comenzaron a hacer mella en él. Tal vez fue la constante presencia de Daniel, siempre dispuesto a bromear sobre la situación, pero que, en el fondo, parecía esperar que algo se rompiera para tomar su lugar. Sergio no lo sabía con certeza, pero lo que sí sabía era que, de un día para otro, Max comenzó a alejarse, y él no pudo hacer nada para detenerlo.

Encendió la televisión, intentando ahogar sus pensamientos en el ruido de la programación nocturna. Pero cada canal que sintonizaba parecía recordarle su relación. Un anuncio de Fórmula 1 mostraba sus mejores momentos juntos, compartiendo risas en el paddock, celebrando victorias, pero esas imágenes parecían pertenecer a otra vida, una que ya no existía.

Sergio tomó su teléfono, la pantalla iluminándose con la foto que aún no se había atrevido a cambiar: él y Max en una fiesta de Red Bull, sus brazos alrededor del otro, sonriendo como si nada en el mundo pudiera separarlos. Quiso escribirle. Quería preguntarle qué había pasado, por qué se distanció, pero había pasado tanto tiempo que el miedo lo paralizaba. No quería parecer desesperado, pero, al mismo tiempo, sentía que si no lo hacía, lo perdería para siempre.

Abrió el chat de Max, recorriendo con la vista los mensajes antiguos. "Te extraño", decía uno de ellos, escrito por Max meses atrás, cuando las cosas eran diferentes. Sergio apretó la mandíbula, sintiendo cómo la nostalgia se apoderaba de él. Deseaba que las cosas volvieran a ser así, deseaba que todavía lo buscara con la misma urgencia, que lo mirara como si fuera la única persona en el mundo que importaba.

En un impulso, comenzó a escribir: "Te extraño demasiado para estar enojado todavía.", pero de inmediato lo borró. Sus dedos volvieron a teclear sobre la pantalla: "Ojalá estuvieras aquí. Ojalá pudiéramos volver a lo que éramos."
Pero antes de enviar el mensaje, se detuvo. ¿Qué sentido tenía? Cada día, Max parecía más distante, más enfocado en sus propios logros y menos en todo lo que habían construido juntos. Mucho menos en todo lo que pudieron ser.

Se levantó del sillón y caminó hacia la cama, dejándose caer con un suspiro. Cerró los ojos y, en su mente, todo era como antes. Recordó las noches en las que, después de las carreras, escapaban de las miradas curiosas y se encontraban en cualquier rincón solitario. Recordó cómo, al principio, elera todo lo que Sergio había deseado: apasionado, valiente, dispuesto a arriesgarlo todo por él. Pero esa versión de Max se sentía cada vez más lejana.

Los recuerdos le pesaban. Cada lugar que visitaban, cada ciudad que recorrían, estaba lleno de memorias de ellos juntos. Melbourne era una de esas ciudades donde todo parecía recordarle lo que habían perdido. Paseaban por las calles en sus días libres, se tomaban de la mano cuando nadie miraba, y Sergio solía pensar que, si podían encontrar un momento de calma en medio del caos, entonces podían con todo. Pero estaba claro que se había equivocado.

Si tan solo hubiera luchado más por ellos. Ahora el nudo en la garganta le impedía hablar en voz alta. Si tan solo hubiera puesto el mismo empeño en su relación que en las carreras. Deseaba que Max volviera. Deseaba nunca haber dicho lo que dijo. Deseaba que supiera que nunca podría olvidarlo mientras viviera. Deseaba estar allí en esa habitación de hotel con él. Simplemente deseaba que estuviera.

Se quedó allí, en la oscuridad de su habitación, escuchando el eco de su propia voz en su mente, una que le repetía una y otra vez las mismas palabras. Ojalá Max hubiera intentado, ojalá no hubiera permitido que los comentarios y las presiones los separaran. Sergio deseaba que todo fuera diferente, pero sabía que, al final, uno no puede obligar a alguien a quedarse.

Justo cuando estaba a punto de dejarse llevar por el sueño, su teléfono vibró. Miró la pantalla, y su corazón dio un vuelco al ver el nombre de Max. Dudó unos segundos antes de contestar la llamada.

-Sergio...-Susurró el rubio en el teléfono. -¿Podemos reunirnos ahora?

Sergio sintió cómo la esperanza, esa que intentó reprimir, volvía a encenderse en su pecho. Quizás, solo quizás, no todo estaba perdido. Se quedó mirando la pantalla, preguntándose si debía responder, si valía la pena intentarlo una vez más. La distancia que Max había creado entre ellos era un abismo que tal vez no podrían cruzar. Pero, en ese momento, decidió que tenía que intentarlo, aún a sabiendas de que en cualquier momento su corazón podría romperse de nuevo. Max le dio todo y nada.

-Si, veámonos en mi habitación. -Respondió con los nervios al tope.

Deseó que esta vez, Max decidiera dar el paso y luchar por lo que aún quedaba entre ellos.

Oh, que amor tan tortuoso eran.

1989 » chestappen's versionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora