Me he despertado de un sueño diluido en un cuenco de pesadilla. La cuchara removía imágenes metafóricas de muerte, enfermedad y locura. De vez en cuando, unos ojos oscuros se clavaban con un deseo irónico en los míos, a través de la superficie.
Cuando me he despertado, estaba atada completamente. Moverme no serviría para nada, pero por algún motivo esto también resulta excitante. E indoloro, por supuesto, porque unas ligaduras que irritan no las quiero en el mundo consciente (duelen solo durante el abandono de lo real).
Soñando, los muertos me visitan. Despierta, las fotos se han borrado. Soñando, la vida se tuerce con un diagnóstico médico. Despierta, no responderé al teléfono cuando llame el médico. Soñando, me cuentas que me echas de menos. Despierta, tus ojos oscuros no son oscuros sino del color otoñal y cálido, que prometen un futuro.
¿Cómo es posible estar dentro de un cuenco, siendo removida por una cuchara, pero atada a la cama y contigo con un ojo de cada color? Supongo que esa es la definición de una disolución. Supongo que, si bebo este líquido, será amargo pero afrodisíaco. Pero no me gusta el sabor amargo.