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El hogar que conozco desde que tengo uso de razón es pequeño y acogedor.

Me gusta estar en mi casa, sola, a oscuras.

Lo que no me gusta es llorar en una esquina sin un motivo en concreto, sencillamente dejo caer las lágrimas que se agolpan al filo de mi mirada entristecida.

Pero pronto, muy pronto, esa mirada dejará de ser así, dejará de trasmitir dolor.

Y me alegro que sea así, espero que quiénes me quieran también lo crean.

Cartas de una chica suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora