III

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El candelabro se balanceaba de un lado para otro, cuando los pocos cristales que todavía iluminaban la oficina apuntaron hacia Avraliz, el rubí en su escudo lanzó un rayo rojizo. Me cubrí con el escudo de Latón, pero algo, un extraño e invisible empuje, desvió mi brazo para dejarme desprotegido.

Traté de detener el avance de Avraliz con la otra mano, pero cuando mis dedos rozaron el borde de hierro, el escudo desapareció.

Entonces algo golpeó mi barbilla, mis ojos de pronto apuntaban hacia el candelabro tambaleante. Mi cuerpo se inclinaba hacia atrás, perdí el equilibro.

Un par de momentos después pude reposicionarme, devolví la vista hacia el frente. La expresión de Ruina era de total asombro e ingenuidad. En cambio, Avraliz no había dejado de mirarme con el ceño fruncido, pero una pequeña sonrisa se alcanzaba a ver entre sus labios.

Toqué mi mentón, estaba entumecido y ¿empezaba a doler? ¿Realmente me dolía? ¿Cómo? Por más poderoso que fuera su invento de los prismas, mi nivel estaba por encima del nivel 100. Vestía a Cuerpo de Latón. Mis defensas como Guerrero Puro y el Héroe de Platino suprimirían con creces cualquier ataque de alguien atrapado en el primer Limitador.

Avraliz avanzó un paso, retrocedí otro.

Fue ahí cuando lo entendí. No sentía dolor, tenía miedo de Avraliz.

Verlo, siendo tan alto como siempre, sonriente y con la mirada de un astuto depredador. Mis recuerdos no habían sido tan claros, él era idéntico a como lo fue en la vieja realidad. Nunca cambió. Me sentía amenazado, pensaba que en cualquier momento iba a cortar mi abdomen y que perdería todo lo que había conseguido en la nueva realidad.

—Pero esta vez es diferente —dije—. No he dejado de entrenar, me enfrenté contra un Núcleo, estuve en el vientre de un Bahamuth... Yo soy el héroe. Ese escudo, el fruto de tu esfuerzo, no sirve, Avraliz. Nunca vas a ganar contra el verdadero poder.

Espejo de Jade apareció en mi mano. El rubí se iluminó en respuesta.

Barrí con todo. Avraliz trató de cubrirse, Ruina no pudo conjurar a tiempo. A través de la empuñadura sentí el rechinido del hierro, el crujir de la madera y el estallido de las gemas.

Una poderosa explosión carmesí cubrió la oficina, no pude ver más. Solo sentí que el filo de la espada se atoró en algo. Era una textura extraña, no del todo rocosa, tampoco madera o una gema. Cuando el brillo de los rubíes se perdió, pude ver lo que pasó.

Aquello que detuvo el filo de Jade fue el hueso del brazo de Avraliz. La sangre salpicaba con un repiqueteo tétrico. Él inhalaba y exhalaba con dificultad, gran parte de su rostro y brazo tenían quemaduras que exhibía piel tierna e hinchada rodeada por piel ennegrecida.

El candelabro caído, con sus cristales dispersos en el suelo, todavía iluminaban decentemente la oficina, pero Avraliz me buscaba como si estuviera en una habitación oscura. Sus ojos no tenían brillo y algunas manchas de sangre se notaban en ellos.

Solté la empuñadura de Jade, fue por el sonido metálico que él ubicó mi posición.

—¿Entonces? ¿Así es el Héroe de Platino que soñaste ser? —dijo, parecía que sus labios agrietados estaban a punto de desmoronarse—. ¿Uno que solo puede destruir el esfuerzo de otros para que no destruyan el suyo?

Ruina se acercó para sanar a Avraliz, le pidió que se recostara, pero él se negó. A pesar de sus heridas, no abandonó aquella postura, la de un guardián sin intención de ceder.

¿Mi deseo? ¡Ser el protagonista de este mundo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora