CAPÍTULO 4

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—Eu, ¿por qué tanto sueño? Te estás quedando dormida en la mesa. —Paulo la miraba desde el asiento de al lado, riéndose.

¿Cómo le explicaba todo lo que había pasado con Lautaro la noche anterior? No había pasado nada fuera de lo común en realidad pero para ella, se sentía todo muy raro. Había estado toda la mañana intentando evitar cruzarse con él porque lo único que se le venía a la mente era su conversación, cómo la había acorralado contra la puerta y el momento en el que había apoyado la mano sobre su boca para callarla. Creía que todavía podía sentir la respiración sobre su oreja y la mirada confundida mirándola de arriba abajo.

Cuando por fin se había quedado dormida, había soñado con exactamente esa misma escena pero estaban solos y ella no lo empujaba para poner distancia entre ellos. El sueño se volvía borroso al instante en que la cara del jugador se acercaba a la suya y le susurraba algo inentendible. Se había despertado con el corazón latiendo casi igual de rápido que cuando estaba en la oscuridad de la habitación con Lautaro. Quería convencerse de que había sido más una pesadilla que un sueño lindo y por eso había estado todo lo que iba del día tratando de despejar su mente, escribiendo la idea general de su trabajo para la facultad. Con mucha suerte, a la tarde empezaría a escribir el ensayo y quizás preguntarle a alguno de los chicos si estaba libre para sumarse y que pudiese hacerle una entrevista.

—¿Viste? —Alejo la miró de reojo desde el otro lado de la mesa. Una sonrisa maliciosa se había formado en sus labios y sabía que estaba por decir algo que la iba a poner colorada—. Salió del cuarto como a las cuatro de la mañana y se quedó un rato largo afuera. No debe haber dormido mucho.

En la otra punta de la mesa, se escuchó como alguien se ahogó con la comida, lo que hizo que todos se dieran vuelta a mirarlo. Lautaro estaba completamente rojo mientras tosía sin parar y Messi le alcanzaba un vaso de agua. Probablemente había escuchado lo que había dicho Ale y tenía miedo de que alguno se enterara que Alma había desaparecido para irse a su habitación. Aunque fuera la verdad, ella entendía que quizás no iba a ser muy convincente la excusa de la música y aclarar que no había pasado nada. Solo habían hablado, muy cerca el uno del otro, mientras todos dormían, con las luces apagadas y casi sin ropa.

Alma se puso todavía más roja al pensar que tal vez, al jugador le daba vergüenza que sus compañeros de equipo y amigos pensaran que había pasado algo entre ellos o que insinuaran siquiera, que él podía estar interesado en ella de esa forma. Solía estar acostumbrada a que la rechazaran o no se fijaran mucho en ella pero la idea de que fuera el número veintidós quién pensara así, por algún motivo, le hacía peor.

—¿Estás bien, Toro? —Leandro lo miró preocupado.

—Sisi, solo me atraganté con la comida. —Ya había dejado de toser y su respiración había vuelto a la normalidad—. Sigan con lo suyo.

Cruzó mirada con ella antes de empezar a comer de nuevo, como si no hubiera pasado nada. Ahora, la mayoría de las miradas estaban en Alma otra vez, expectantes por saber qué hacía afuera de su habitación a las cuatro de la mañana.

Se estaba empezando a dar cuenta de que todos eran bastantes chusmas y que siempre querían estar al tanto de todo lo que pasara en el equipo. Aunque no tuviera nada que ver con el fútbol en sí. La representación fiel y exacta de un grupo de amigos que se había ido de viaje. Eso veía ella en la mesa del almuerzo.

—¿Qué me miran? —se rió intentando disimular sus mejillas coloradas y su nerviosismo—. Me estaba costando dormirme y entonces fui a la sala de juegos un rato para distraerme pero me terminé quedando dormida ahí y cuando me desperté, decidí volverme a mi habitación. —No podía creer lo convincente que había salido esa mentira y la facilidad con la cual la había dicho.

Un mundial diferente | Lautaro MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora